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Nacho Cardero

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Sánchez lo ha vuelto a hacer

Feijóo ha ganado, pero ha perdido. Porque no va a ser presidente del Gobierno y por una pésima gestión de las expectativas

Foto: Ilustración: Laura Martín.
Ilustración: Laura Martín.
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El sanchismo no estaba muerto. Creíamos que lo estaba por la polarización en la que vivimos, una sucesión de cajas de resonancia en las que solo escuchamos lo que queremos oír y damos por bueno lo que tenemos más cerca, sin prestar atención al otro, al que piensa distinto. El sanchismo no estaba muerto, porque tenía a Pedro Sánchez, alguien que se ha enfrentado a sí mismo, que se cogía aviones exprés para acudir a los mítines y que ha debatido hasta con su sombra. "¿Crees que Sánchez puede volver a hacerlo?", me preguntaba recientemente uno de esos personajes paradigma del todo Madrid. Las urnas le han respondido. Sí, lo ha hecho de nuevo.

Los ministros del Gobierno de coalición reconocían que Feijóo les sacaba mucha ventaja demoscópica, pero argüían que siempre había determinados botones que se podían pulsar en el último minuto y revertir la situación. Pues bien, los han pulsado todos y han funcionado: la movilización de los suyos, el llamamiento al voto útil (tres de cada cuatro escaños han ido a parar a uno de los dos grandes partidos), el miedo a que Abascal sea vicepresidente del Gobierno, una última semana frenética en la que no han parado de llamar a periodistas y empresarios profetizando la remontada, cierto impulso a la figura de Yolanda Díaz en el momento adecuado.

Feijóo ha ganado, pero ha perdido. Porque no va a ser presidente del Gobierno y por una pésima gestión de las expectativas

El PSOE ha logrado 122 diputados y un 31,7% de los votos (apenas un punto menos que el PP), una cifra que se encuentra muy por encima de las expectativas y que le permitirá intentar conformar un Gobierno con los partidos que le ayudaron a sacar adelante la moción de censura. Un nuevo Frankenstein. La madre de todos ellos. La gobernabilidad, en manos de Bildu y los secesionistas catalanes. Todos pendientes de lo que diga Puigdemont. La exigencia de una consulta, quién sabe si de un referéndum de independencia. Cuatro años más así. Un desastre para España. Si el de Waterloo se niega a pasar por el aro de la Moncloa, entonces habrá bloqueo y repetición de elecciones. Susto o muerte.

El bloque de la derecha suma 169 diputados, con los 33 de Vox, y el de la izquierda 153, con los 31 de Sumar. Ninguno de los dos bloques alcanza la suma necesaria para gobernar con ciertas garantías. Se llamaban ayer los barones socialistas pidiendo, casi suplicando, unos resultados que propiciaran estabilidad al país. Esto es lo que hay.

Feijóo ha ganado, pero ha perdido. Porque no va a ser presidente del Gobierno y por una pésima gestión de las expectativas. Los sondeos les daban 140 diputados, pero ellos decían sotto voce que sacarían más de 150 diputados, que en ocasiones se encontraban por encima de los 160, un poco más y mayoría absoluta casi sin ayuda de Vox. Han logrado 136 escaños, muy lejos de lo esperado. Tezanos lo ha hecho mejor que Michavila. Unas elecciones para que las firmas de demoscopia se lo hagan mirar. También los periodistas. La sociedad en su conjunto. Dos encuestas. Dos Españas. La polarización.

Feijóo pensaba que le esperaba la alfombra roja en la Moncloa, que apenas tendría que mover un dedo. Se equivocaba

El mismo día que comunicó el adelanto electoral, Sánchez lo dejó claro: no buscaba tanto ganar como sumar una mayoría suficiente para gobernar, una declaración de intenciones que implicaba que Feijóo solo podía ser presidente si obtenía más de 175 diputados entre PP y Vox. O lo que es lo mismo: solo había un supuesto en el que Feijóo ganaba; todos los demás caían del lado de Sánchez. Así ha sido. La banca, la de Sánchez, siempre gana.

El Partido Popular ha hecho una pésima campaña, especialmente en la recta final, véase el traspiés de RTVE con Silvia Intxaurrondo. Prefirió no exponerse al escrutinio de los medios y los debates para evitar errores y lapsus linguae, y cuando lo hizo, no estuvo especialmente afortunado, salvo en el cara a cara con Sánchez. La tecnocracia está bien para gobernar, pero no para ganar elecciones. Debería haber arriesgado más. Debería haber transmitido más. Un poco de ilusión. Feijóo pensaba que le esperaba la alfombra roja en la Moncloa, que apenas tendría que mover un dedo. Se equivocaba.

Nos fuimos a la cama el domingo sin saber quién será nuestro próximo presidente del Gobierno y nos levantamos siendo conscientes de que España es hoy un poco más inestable que ayer. Hemos tirado 15 años a la basura, sin regeneración democrática ni las reformas que el país requiere. Nada hace pensar que los próximos 15 vayan a ser mejores. "En este contexto de toxicidad negativa, tribalismo y frivolidad, un pacto entre los grandes políticos es una quimera", escribía recientemente Víctor Lapuente. Pues bien, va siendo hora de que deje de serlo.

El sanchismo no estaba muerto. Creíamos que lo estaba por la polarización en la que vivimos, una sucesión de cajas de resonancia en las que solo escuchamos lo que queremos oír y damos por bueno lo que tenemos más cerca, sin prestar atención al otro, al que piensa distinto. El sanchismo no estaba muerto, porque tenía a Pedro Sánchez, alguien que se ha enfrentado a sí mismo, que se cogía aviones exprés para acudir a los mítines y que ha debatido hasta con su sombra. "¿Crees que Sánchez puede volver a hacerlo?", me preguntaba recientemente uno de esos personajes paradigma del todo Madrid. Las urnas le han respondido. Sí, lo ha hecho de nuevo.

Pedro Sánchez
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