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Pablo Iglesias y lo folclórico de la política
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Estefania Molina

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Pablo Iglesias y lo folclórico de la política

El líder morado ha desplazado sus acciones comunicativas vinculadas a una apariencia de "lucha de clases" por otros elementos típicos de la cultura pop

Foto: Pablo Iglesias en 'Al Rojo Vivo'. (Imagen: La Sexta)
Pablo Iglesias en 'Al Rojo Vivo'. (Imagen: La Sexta)
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Al Pablo Iglesias que prometía tomar los cielos en 2015 le habría horrorizado que, cinco años después, de sus entrevistas se viralizara más su atuendo que su discurso, esto es, el sonado moño y pendientes que llevaba esta semana en 'Al Rojo Vivo'. Las redes son un caladero de críticas y el vicepresidente del Gobierno es un destinatario habitual de sus no afines. Sin embargo, Iglesias demostró tomarse a broma el chaparrón compartiendo por Twitter un 'meme' —una parodia hecha por los usuarios—, que le dibujaban con aros y peineta de folclórica. Aunque lo que debería preocupar a Podemos es precisamente eso, lo folclórico de la política, o lo folclórico de su papel en Moncloa y de los ministerios que ocupa.

Según la RAE, por folclore se entiende "el conjunto de creencias, costumbres, artesanías, canciones, y otras cosas semejantes de carácter tradicional o popular". Así pues, el folclore político podría definirse como aquellas acciones orientadas a recrear una atmósfera de entretenimiento, un sello para consumo cultural, pero sin sustancia política de calado, sin margen de maniobra decisiva. Es decir, la política entendida como un oficio donde se figura a través de gestos aparentes, pero donde la ideología se percibe más en los eslóganes que en las acciones tangibles, y donde los votantes cada vez se sienten menos representados, al darse cuenta.

Esa es la imagen que desprende Podemos desde hace meses. Este ha desplazado sus acciones comunicativas vinculadas a una apariencia de "lucha de clases", por otros elementos típicos de la cultura pop —popular—. Por ejemplo, el llamado Sindicato de Estudiantes pedía estos días a los ministros morados que se sumaran a las protestas contra la ministra Isabel Celáa. Qué duda cabe de que el Iglesias de 2015 habría saltado de inmediato a encabezar la indignación de alguna forma, aunque el grueso de las competencias sean autonómicas, como hacía otrora con los pensionistas u obreros agolpados a las puertas del Congreso.

El Iglesias de hoy, en cambio, solo parece encontrar en la ficción de las series de televisión, o en los memes que comparte en redes, la forma de identificarse con los ciudadanos que le siguen. Más llamativo es si cabe que el titular de Universidades, Manuel Castells, sea de los 5 ministros podemitas, y haya dado la impresión de desaparecido a lo largo del verano, porque en realidad, tampoco tiene demasiadas competencias a ese respecto.

Así pues, del alma comunista o combativa de Podemos ya no queda casi rastro, no por la clásica crítica sobre la compra del chalé de Galapagar. También se dibuja una creciente renuncia a sus ideales, que para la izquierda siempre es fruto de incapacidad de realizarlos. Es decir, la imposibilidad de disputarle nada al PSOE, con tal de mantener su permanencia en el Gobierno.

Aunque eso no es culpa de Sánchez, sino de Iglesias. Como escribí hace semanas —'Podemos y el berrinche político'— la mala salud electoral de la formación morada en las elecciones vascas y gallegas impide que Iglesias tenga fuerza de negociación frente a Pedro Sánchez. El vicepresidente no puede exigir nada al PSOE porque, de lo contrario, la única forma de imponerse sería amenazar con irse y no puede. Ni sería creíble, ni existe un Podemos sólido fuera del Ejecutivo.

placeholder El vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, conversa con el presidente del BBVA, Carlos Torres, junto con el ministro de Seguridad Social, José María Escrivá. (EFE)
El vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, conversa con el presidente del BBVA, Carlos Torres, junto con el ministro de Seguridad Social, José María Escrivá. (EFE)

Ante esa debilidad, se ha hecho habitual que la formación morada transija con todo lo que el ala socialista decide, y se sepa más tarde que fue sin consultar a Podemos. Sánchez coordinó la salida del Rey Emérito de España sin comunicarlo a Podemos; este jueves se supo de la fusión de CaixaBank y Bankia —pese a las quejas por Twitter de Nacho Álvarez, secretario de Derechos Sociales—, que Podemos tampoco sabía. Más tarde, llegará la posibilidad de que los presupuestos se pacten con Ciudadanos, pese al malestar podemita, dado el contexto convulso en Cataluña y la lucha entre Carles Puigdemont y Esquerra Republicana. Tampoco habrá subidas de impuestos, ni derogación de la reforma laboral.

No solo es el margen de maniobra o el poder real de imponerse. Las últimas puestas en escena de Podemos denotan que el partido ha empezado a perder el olfato sobre lo que esperaba su votante. Esta semana, el Gobierno en pleno se reunió con el Ibex 35, algo impensable hace un tiempo para los morados. Su asistencia se podría justificar legítimamente con base en su pertenencia al Ejecutivo.

Ahora bien, la entrevista a la ministra Irene Montero en una revista del corazón la semana anterior puso en alerta sobre una pérdida más generalizada sobre la 'tempestividad' de sus acciones. Es decir, de que sean apropiadas en el tiempo. Es habitual que una parte de las críticas sea inherentes al hecho de ser mujer —siempre muy señaladas por esos formatos—. Pero el grueso de la polémica viene de ofrecer una imagen distendida, rosa y de socialité, a las puertas de la crisis más grave tras el 'crack' del 29.

Lo más alarmante, si bien, es que la estética postmaterialista del partido morado adquiera su máximo apogeo en el momento en que sus votantes más necesitarían sentir que ahí está el alma subversiva de la izquierda. El 80% de los ciudadanos que tomaron las plazas durante el 15-M tenía en torno a 30 años. Las nuevas generaciones de jóvenes indignados, que existen y ya se están formando, ven que el paradigma del esfuerzo ha reventado. El 41.7% de jóvenes, según el Eurostat de julio de 2020, engrosan las listas de paro juvenil en España, a la cola de la Unión Europea. El Ingreso Mínimo Vital no está llegando a toda la población que debería, debido a problemas de gestión, pese a ser la medida estrella del Gobierno. Estamos en septiembre y el dinero para los ERTE no es infinito.

Así pues, si la política de Podemos hoy es más folclórica que ideológica, es porque la estética, a fin de cuentas, también es parte de la ética. En la vida, y en la política. Máxime, cuando el "líder de la gente" no encabeza ya protestas indignadas, sino que bromea mediante memes por Twitter, desde el sillón de vicepresidente. Pablo Iglesias, y lo folclórico de la política.

Al Pablo Iglesias que prometía tomar los cielos en 2015 le habría horrorizado que, cinco años después, de sus entrevistas se viralizara más su atuendo que su discurso, esto es, el sonado moño y pendientes que llevaba esta semana en 'Al Rojo Vivo'. Las redes son un caladero de críticas y el vicepresidente del Gobierno es un destinatario habitual de sus no afines. Sin embargo, Iglesias demostró tomarse a broma el chaparrón compartiendo por Twitter un 'meme' —una parodia hecha por los usuarios—, que le dibujaban con aros y peineta de folclórica. Aunque lo que debería preocupar a Podemos es precisamente eso, lo folclórico de la política, o lo folclórico de su papel en Moncloa y de los ministerios que ocupa.

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