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Yolanda Díaz, el precio de los 'egos' en política
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Estefania Molina

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Yolanda Díaz, el precio de los 'egos' en política

Basta observar las palabras del propio Gabriel Rufián esta semana para darse cuenta de que el fenómeno Díaz empieza a levantar ampollas incluso entre ciertos socios del Gobierno

Foto: Yolanda Díaz. (EFE/Javier Zorrilla)
Yolanda Díaz. (EFE/Javier Zorrilla)
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Yolanda Díaz vuela alto y por su cuenta mientras que el espectro de Unidas Podemos hace meses que brilla por su incomparecencia. La vicepresidenta cosecha sus propios hitos negociando con Antonio Garamendi, el que otrora fue la bestia negra de la izquierda alternativa. Repite, en cambio, que los “egos” no le gustan, y amaga con marcharse si ello triunfa sobre su espacio político. Quizá no ha reparado Díaz en el coste del personalismo en política, cuando saltan por los aires las alianzas preexistentes, y una se vuelve el blanco de todos, tras la luna de miel primera.

Basta observar las palabras del propio Gabriel Rufián esta semana para darse cuenta de que el fenómeno Díaz empieza a levantar ampollas incluso entre ciertos socios del Gobierno, síntoma de cómo ella ha reventado el equilibrio de poderes que hasta ahora se venía dando en el Congreso. “ERC no negocia ni vota proyectos personales”, deslizó el portavoz de Esquerra Republicana en mitad del lío sobre quién aprobará la reforma laboral pactada entre Trabajo, la CEOE y los sindicatos.

De la noche a la mañana, se podría palpar así en el ambiente cierto recelo sobre cómo Díaz gestiona su marca política. Unos días, declarando al espacio del PSOE que no piensa ser su telonera. Otros, casi obviando la existencia de Podemos: nunca se la ve con Ione Belarra de compadreo, al estilo del acto de las 'Otras Políticas' con Mónica García y Oltra. A veces, abrazando a las instituciones que la derecha sentía suyas (el Papa, la patronal…). E, incluso, rompiendo el favor de los plurinacionales vascos y catalanes, que vendían el trato preferencial del Gobierno en sus respectivos feudos.

Había una forma de evitar el entuerto: que Díaz hubiera pactado con ERC y Bildu, antes de hacerlo con la CEOE o los sindicatos

Tanto es así que difuminadas quedarán pronto las alabanzas a Díaz, a causa de sus réplicas semanales a los diputados de Vox y el Partido Popular, si la reforma laboral acaba saliendo con los votos de Ciudadanos. O, incluso, si esa tendencia acaba repitiéndose en esta España de rojos y azules, abriendo la veda a José Luis Escrivá para que haga lo mismo con una reforma de las pensiones.

Primero, porque los peor parados de la jugada de Díaz serían los más apegados al exvicepresidente Pablo Iglesias: ERC y Bildu. Ello podría conllevar un cambio de paradigma: el regreso a las geometrías variables parlamentarias. Es decir, la posibilidad de que el Gobierno tire de estos los días pares, y de Inés Arrimadas los impares, para centrar a la coalición y no dar apariencia de escoramiento. A cada socio, lo que al Gobierno más convenga. Aunque había una forma de evitar el entuerto: que Díaz hubiera pactado con ERC y Bildu, antes de hacerlo con la CEOE o los sindicatos.

Sin embargo, eso habría convertido a Díaz en una líder 'mainstream', cuando lo que la vicepresidenta ha buscado todo este tiempo es demostrar su capacidad de acuerdos transversales. Es decir, sin quedarse a la izquierda del PSOE. La duda debería ser si lo de “gustarle a la derecha” no será un tiro en el pie para quien jamás será votada por ese espectro.

Los sindicatos suponen la coartada perfecta para que la reforma pase la puerta izquierda, aunque no la apoyen ERC o Bildu

En esencia, por las tesis que hasta ahora mantenía el poco pragmático Iglesias. Esto es, que la polarización mantenía las filas prietas. Nada de pactos cruzados, como ya intentó Sánchez con Ciudadanos cuando Iván Redondo estaba en la Moncloa. Ello respondía de fondo a un convencimiento: si la izquierda mantenía la guerra sin cuartel contra la derecha, entonces esa tensión haría que su votante se movilizase. De hecho, un problema clave de PSOE y UP ahora es la desmovilización de su electorado.

Así pues, la probabilidad de que a Podemos le incomoden las acciones de Díaz puja alto en la ecuación del Gobierno presente. De un lado, porque hace un par de años Podemos habría dicho sí a una reforma laboral con ERC y con Bildu, y no con Ciudadanos. No solo es el relato. Es la forma que tus aliados dan a tus políticas. Es la hipótesis de que el frente de Podemos, ERC y Bildu, yendo juntos, habría conseguido arrancar a Nadia Calviño algo más hacia la orilla izquierda, si Díaz no hubiera monopolizado su visibilidad en los medios.

En ausencia de ello, Calviño puede abonarse ahora a una reforma moderada (lucha contra la precariedad, pero no encarece el despido), así como la propia patronal e incluso el PSOE. Por eso, la reforma podría ser votada por Ciudadanos, que además necesita resucitar de la inoperancia política. Por ese mismo factor, el PP podría apoyarle, si Vox no le pisara los talones. Por eso, los sindicatos suponen la coartada perfecta para que la reforma pase la puerta izquierda, aunque no la apoyen ERC o Bildu, dado que el sindicalismo también se juega un papel en esto.

Todo lo que hace Díaz parece por su propia marca, fuera de lógicas de partido o gubernamentales

Sin embargo, no es el pragmatismo lo que podría inquietar de Díaz. Es decir, una izquierda que entienda que lograr un acuerdo es más que no lograr nada. La cuestión es cómo, de un tiempo a esta parte, todo lo que hace Díaz parece por su propia marca, fuera de lógicas de partido o gubernamentales. Por ejemplo, se planta con Thomas Piketty a hablar de desigualdad en la redistribución de rentas mientras Escrivá insinúa una subida sin precedentes de cotizaciones a los autónomos.

Tanto es así que, a menudo, los miembros de Podemos se desmarcan, por sorpresa, de los aferes y el foco de la vicepresidenta, según la actualidad los mece. El partido morado da el golpe en la mesa, levantando las banderas que una parte de la izquierda espera.

Ahora es el “NO a la guerra”, a cuenta de la tensión entre Ucrania y Rusia, mientras Díaz se queda al margen. Casi tan al margen como de la polémica cárnica de Alberto Garzón, que despachó con un tuit y un llamamiento a calmar las aguas en el Gobierno. Tan al margen como cuando a Alberto Rodríguez se le retiró su acta de diputado, y le defendió Podemos.

Pero más sintomático vuelve a ser Gabriel Rufián, en sus gestos. Sirva una anécdota. La misma semana en que el portavoz de ERC se rebelaba contra Díaz, Rufián entrevistaba en su programa 'online' a la ministra Irene Montero, exhibiendo gran afecto personal entre ambos. La política no solo son proyectos personales: también están hechos de alianzas entre personas y partidos. Los de tu Gobierno, los que apoyan a este y los que te sustentan electoralmente. Lo contrario, es el precio y riesgo de la soledad en la política, pese a hacer tanta bandera contra “los egos”.

Yolanda Díaz vuela alto y por su cuenta mientras que el espectro de Unidas Podemos hace meses que brilla por su incomparecencia. La vicepresidenta cosecha sus propios hitos negociando con Antonio Garamendi, el que otrora fue la bestia negra de la izquierda alternativa. Repite, en cambio, que los “egos” no le gustan, y amaga con marcharse si ello triunfa sobre su espacio político. Quizá no ha reparado Díaz en el coste del personalismo en política, cuando saltan por los aires las alianzas preexistentes, y una se vuelve el blanco de todos, tras la luna de miel primera.

Yolanda Díaz