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Puigdemont arma su tribu
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Joan Tapia

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Puigdemont arma su tribu

El objetivo de la Crida es absorber al PDeCAT antes de las próximas elecciones catalanas —¿tras la sentencia en octubre?— y derrotar a la ERC de Junqueras

Foto: Un momento del acto de clausura del congreso constituyente de la Crida Nacional per la República. (EFE)
Un momento del acto de clausura del congreso constituyente de la Crida Nacional per la República. (EFE)

Tras la fallida DUI y la aplicación del 155, un estremecimiento recorrió la espina dorsal de la antigua CDC, rebautizada hacía poco más de un año como PDeCAT. ¿De qué manera concurrir a las elecciones y evitar que ERC se llevara —como desde hacía meses decían las encuestas— la parte del león del voto nacionalista? Y ¿qué candidato presentar?

Estaba claro que el único candidato con posibilidades de plantar cara a Oriol Junqueras, con el glamour extra de estar encarcelado, era el presidente en el exilio que además tendría la ventaja (al contrario que el republicano) de poder hacer campaña electoral. Estaba en Bélgica, pero hoy las redes y la televisión superan las fronteras y además, vía TV3, podría estar cada noche en muchos de los hogares catalanes que votaban nacionalista. Pero Puigdemont, antiguo alcalde de Girona de CDC aunque más independentista que convergente, es un hombre inclasificable, de origen familiar carlista y con tendencia a trabajar en un desorden no desprovisto de cierto orden y en el que la fidelidad personal juega un gran papel. En su personalismo recuerda algo a Pujol, e incluso a Tarradellas. Y Puigdemont exigió mandar. El sería el candidato, pero la lista no sería de partido sino de concentración nacionalista —Junts per Catalunya (JxCAT)— y la mayoría de los posibles puestos de salida estarían ocupados por gente de su confianza. Por amigos suyos, militaran o no en el PDeCAT. Al PDeCAT le costó aceptar. Pero no tenía otra salida. El propio Artur Mas bendijo el tinglado como mal menor.

Foto: Discurso televisado de Puigdemont en el acto de clausura de la Crida. (EFE)

Y el tinglado fue un éxito. No total, porque Cs llegó en primer lugar. Simple detalle, lo relevante es que la lista impulsada por el PDeCAT (y a la que había cedido muchos derechos, incluida la cuota en los debates televisivos) había superado, aunque por muy poco, a ERC. En realidad, solo por unos miles de votos de la provincia de Girona. Y como el secesionismo tenía mayoría absoluta, el éxito de Arrimadas estaba condenado a la esterilidad.

Políticamente Puigdemont fue, aunque por poco, el ganador de las elecciones del 27-S e impuso a Torra como presidente

Puigdemont se proclamó ganador y de hecho lo fue porque, al tener mayoría en la lista de JxCAT, podía mangonear la estrategia y los nombramientos del independentismo. Así intentó ser investido, pese a la imposibilidad legal y fáctica, y acabó imponiendo a Quim Torra, un activista cultural sin experiencia política y muy polarizado, como 'president'. El PDeCAT y ERC tuvieron que tragar. Solo una alianza PDeCAT-ERC hubiera podido frenar —no doblegar— la presión (incluso el chantaje) de Puigdemont. Pero esa alianza es imposible porque los aparatos dirigentes de los dos partidos son enemigos radicales.

Por eso Puigdemont ha mangoneado el secesionismo desde el 21-D aunque ha tenido derrotas relevantes como cuando ERC y los diputados del PDeCAT en Madrid (Campuzano con el apoyo de Marta Pascal, entonces coordinadora general del partido y apartada después por presión del presidente exilado) decidieron votar a favor de Pedro Sánchez en la moción de censura. Pero el fracaso del Tribunal Supremo cuando no logró que Alemania le entregara, reforzó su leyenda en el público nacionalista. Puigdemont era un héroe, no solo había burlado al Estado español huyendo y ganado las elecciones (lo de Arrimadas ya no contaba), sino que encima lograba que (pese a Merkel) un relevante tribunal alemán sacara los colores al juez Llarena. Para muchos, aquello fue mejor que una goleada del Barca en el Santiago Bernabéu.

placeholder Artur Mas y Carles Puigdemont se dirigen a hacer unas declaraciones a los medios tras una reunión en Waterloo (Bélgica). (EFE)
Artur Mas y Carles Puigdemont se dirigen a hacer unas declaraciones a los medios tras una reunión en Waterloo (Bélgica). (EFE)

Pero Puigdemont mira al futuro. Vivir en el exilio es duro y se cree cercado por agentes despiadados del estado opresor. Tiene orgullo y sabe que si deja de condicionar la política catalana se convertirá en un exilado derrotado por los siglos de los siglos. Torra le ha sido útil, y todavía lo es, porque su radicalismo impide pasos atrás y dificulta la desinflamación del tándem Sánchez-Iceta. Puigdemont planifica pues cuidadosamente el futuro y sabe que Torra no es el futuro y que quiere —y debe— prejubilarse.

A medio plazo, después de las europeas y municipales y de que se conozca la sentencia del juicio —y quizás de las legislativas— habrá unas decisivas elecciones en Cataluña. Y Puigdemont quiere ganar o, al menos, seguir teniendo la sartén por el mango (como ahora).

Puigdemont sabe que para no desaparecer debe continuar teniendo la sartén por el mango después de las próximas elecciones

Tiene dos cosas claras. Si gana Casado tendrá que esperar su muerte política, al igual que Tarradellas —un exilado como él— tuvo que esperar la biológica de Franco. En otro caso, el enemigo electoral es ERC. Habría que sujetarla e imponerle una lista única (algo que ya hizo Artur Mas en el 2015). Sabe que Junqueras no quiere volver a caer en la trampa y ese es uno de los motivos de la Crida. Hay que proclamar la absoluta necesidad de la unidad electoral del independentismo y tiene una tribu que cree lo mismo. La unidad es clave para derrotar al estado opresor y quien se oponga a la unidad es que antepone los intereses de partido a las necesidades de Cataluña. Así, ERC puede pasar sutilmente, cuando le convenga y en cuestión de horas, de aliada a sospechosa o acusada.

placeholder Puigdemont junto al presidente del PDeCAT, David Bonvehí, el 'exconseller' Lluís Puig, y la vicepresidenta del PDeCAT, Míriam Nogueras. (EFE)
Puigdemont junto al presidente del PDeCAT, David Bonvehí, el 'exconseller' Lluís Puig, y la vicepresidenta del PDeCAT, Míriam Nogueras. (EFE)

El segundo objetivo es matar al PDeCAT. No con una pelea, que sería mal vista por los feligreses, sino con el abrazo del oso. Por ejemplo, forzándola a integrarse de alguna forma en la lista electoral de su tribu, de la Crida. Ahora la amenaza de la Crida como partido ya tiene a la antigua CDC condicionada. El PDeCAT no es un partido libre, aunque lo quiere ser, porque tiene peones emboscados en su interior. Y otros nada emboscados pues su vicepresidenta, Míriam Noguera, es una clara puigdemontista.

Por el momento, la consigna es "amenaza pero paz" con el PDeCAT. Ambos pueden ganar con la candidatura de Joaquim Forn a la alcaldía de Barcelona en la que Elsa Artadi —seguramente la número dos— tendrá una gran influencia. El PDeCAT conseguirá así no quedar difuminado frente a Manuel Valls (que ha fichado a un sector liberal convergente encabezado por Fernández Teixidó), Ernest Maragall (ERC), Ada Colau, e incluso Jaume Collboni, el esforzado candidato del PSC.

El armisticio con el PDeCAT reposa en que la Crida no presente listas a las municipales, pero las elecciones europeas podrían complicar las cosas

El armisticio provisional actual con el PDeCAT reposa en varios puntos. Uno, la Crida es hoy una asociación, aunque también está registrada como partido, por lo que la doble militancia puede subsistir. Dos, la Crida no montará candidaturas a las municipales (aunque pueda hacer algo) a cambio de que en la candidatura de Barcelona, Elsa Artadi tenga mucha influencia. Será una candidatura conjunta de la Crida y el PDeCAT y está por ver quién saldrá más beneficiado.

En principio no hay pues conflicto inminente entre la Crida y JxCAT aunque la decisión de Puigdemont sobre las europeas podría hacer explotar todo. El PDeCAT quisiera renovar su alianza con el PNV, pero los vascos no quieren saber nada de aliarse con Puigdemont. Ahí puede surgir un conflicto.

El designio de Puigdemont es ir abrazando cada día con más fuerza al PDeCAT para que en el momento de las elecciones catalanas (¿en octubre tras la sentencia y la dimisión indignada de Torra?) su antiguo partido se tenga que rendir yendo en coalición con la Crida. Y Puigdemont tiene bazas porque los presos del PDeCAT (los 'exconsellers' Turull, Rull e incluso Joaquim Forn) tienden a estar más cerca de él y de Jordi Sànchez que de la dirección del partido. Artur Mas es una incógnita —no confía ya nada en Puigdemont al que ungió y ayer no asistió a la fundación de la Crida— pero ha perdido mucha fuerza por sus grandes errores en el 2012 y 2017. Pese a ello se le ha acabado la inhabilitación y hay quien cree que podría ser el candidato de un PDeCAT que no se sometiera a Puigdemont.

El motor de la Crida es el entusiasmo independentista, pero tiene políticos rodados: Jordi Sànchez, Toni Morral Y Ferran Mascarell

Resumiendo, lo importante es que ayer Puigdemont dio el primer paso para convertir su desorganizada pero muy fiel y excitada tribu en un partido político cuyo programa es unidireccional: la independencia y solo la independencia, cuanto antes y a cualquier precio, pero siempre por vías pacíficas. Dice que es un partido transversal porque bajo la bandera de la independencia reúne desde excomunistas a liberales. Y la única estrategia es seguir las directrices de Puigdemont al que muchos adheridos consideran un profeta. En esta visión algo religiosa, en la historia de Cataluña hay dos grandes etapas: antes del 1 de octubre (el referéndum reprimido y triunfante) y después del 1 de octubre. Ellos eran la tribu de incondicionales del 1 de octubre y ahora son ya una tribu estructurada dispuesta a montar —en el momento oportuno y tras el pitido de salida— el partido de Puigdemont que, de la misma forma que muchos partidos nacionalistas, no necesita ideología. Lo que les mueve es la nación adornada de todas sus virtudes.

placeholder El proclamado secretario general Antoni Morral y las 'conselleres' Elsa Artadi y Laura Borràs. (EFE)
El proclamado secretario general Antoni Morral y las 'conselleres' Elsa Artadi y Laura Borràs. (EFE)

Claro que el puigdemontismo acrítico de la Crida Nacional per la República puede ser compensado por la actitud más racionalista de Jordi Sànchez, un político con más 'background' intelectual y con experiencia política —aparte de la sucesión de Carme Forcadell en la ANC— en el sector más revisionista de la antigua ICV. ¿Puede ser en el futuro Jordi Sànchez un contrapeso a los impulsos más rupturistas de Puigdemont?

Aparte de Sànchez, el núcleo duro de la nueva dirección es el feminismo puigdemontista. Los miembros de la ejecutiva —pomposamente bautizada Gobierno de la Crida— más votados fueron por este orden cinco fans de Puigdemont: Laura Borràs, 'consellera' de Cultura, Elsa Artadi, Gemma Geiss, diputada de JxCAT, Pilar Calvo, antigua locutora deportiva de TV3, y Marina Geli, 'exconsellera' del PSC y exdiputada por Girona.

La gran incógnita es si los realistas y liberales de centro del PDeCAT querrán y sabrán resistir el abrazo del oso de Puigdemont

Entusiasmo puigdemontista y radicalismo nacionalista por encima de todo. Y en la misma onda habría que situar al diputado Albert Batet. Con más complejidad política aparecen Damià Calvet, actual 'conseller' de Obras Públicas y próximo a Josep Rull, y Ferran Mascarell, 'exconseller' con el PSC y CDC, con gran experiencia política e inclinado al pactismo.

La complejidad de la operación se comprueba también en la figura del secretario general, Toni Morral, antiguo alcalde de ICV de Cerdanyola (cinturón de Barcelona), pero de familia con hondas conexiones convergentes. Morral, al igual que Jordi Sànchez, viene de una tradición respetada de ICV en la que confluían nacionalismo y marxismo revisionista. Ya fue considerado por Puigdemont para ocupar el cargo de presidente de la Generalitat antes que Torra. Su papel —con Puigdemont en el exilio, Jordi Sànchez en la cárcel y Torra solicitando la prejubilación— puede ser relevante y no parece unidireccional.

placeholder El presidente de la Generalitat, Quim Torra, durante el acto de clausura del congreso constituyente de la Crida Nacional per la República. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, durante el acto de clausura del congreso constituyente de la Crida Nacional per la República. (EFE)

La gran incógnita es si los realistas y liberales de centro del PDeCAT —el presidente David Bonvehí, la excoordinadora Marta Pascal, de fuerte personalidad, y diputados en Madrid como Campuzano y Ferran Bel— querrán y sabrán resistir el abrazo de oso de Puigdemont que acaba de organizar y poner en marcha una tribu fiel a su persona y movilizada por el romanticismo independentista.

¿Qué posición final adoptará Artur Mas? En el fondo la Crida es una operación derribo del PDeCAT, el partido que Mas fundó para heredar y renovar el pujolismo. Cuando en enero del 2016 Mas entronizó a Carles Puigdemont, entonces un simple alcalde de Girona, como su sucesor, no podía imaginar lo que ahora está pasando.

Tras la fallida DUI y la aplicación del 155, un estremecimiento recorrió la espina dorsal de la antigua CDC, rebautizada hacía poco más de un año como PDeCAT. ¿De qué manera concurrir a las elecciones y evitar que ERC se llevara —como desde hacía meses decían las encuestas— la parte del león del voto nacionalista? Y ¿qué candidato presentar?

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