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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Carmena, sin su espíritu

La alcaldesa Manuela Carmena, que llegó para recuperar el espíritu de Tierno Galván, no ha conseguido superar el triste listón que dejó Ana Botella

Foto: Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid. (EFE)
Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid. (EFE)

Tengo una imagen borrosa de Tierno Galván. Normal, era un crío cuando lo conocí. Fue en la inauguración de una exposición colectiva. Se llamaba 'Madrid visto por sus pintores', un encuentro en el Palacio de las Alhajas. Allí estreché su mano. Debió ser el único momento en que mi madre logró que mi hermano y yo dejásemos de gamberrear por todos lados. Ahora que lo pienso, recuerdo menos al alcalde que la manera en que los demás le miraban, mi padre entre ellos. Había agradecimiento, por fin había alguien volcado con la cultura.

Algo de ese aire regresó a Madrid muchos años después, aunque solo fuese en forma de esperanza. Carmena brotó como una mujer con experiencia, capaz de conectar con todas las generaciones y dispuesta a cambiar la vibración de una capital, que pocas veces ha dejado de comportarse como una ciudad de provincias a mayor escala.

Se la veía serena, sólida y soñadora, rodeada de gente joven con ganas de transformarlo todo, era una especie de Bernie Sanders a la española. Fue buena candidata. Y 17.000 votos de diferencia propiciaron el cambio de color del ayuntamiento.

Nada de todo aquello ha resistido el paso del tiempo. Carmena, que llegó para recuperar el espíritu de Tierno Galván, no ha conseguido superar el triste listón que dejó Ana Botella. Así de crudo.

Foto: Manuela Carmena saluda al rey Felipe en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados, tras la solemne ceremonia de apertura de la XII Legislatura. (EFE)

Madrid sigue dando asco. Las calles están igual de pringosas, los padres no podemos pasear con los hijos sin tener que esquivar una mierda de perro por manzana. Y el cielo está como todo aquí, cada vez más gris, cada vez más contaminado.

Hasta tal punto es así, que ya empiezo a preguntarme cuándo vivir en una ciudad saludable ha dejado de ser un derecho y se ha convertido en un lujo que conviene no soñar porque hay un contrato firmado con una empresa.

Esta no es la única gran urbe que tiene problemas con los automóviles y la polución. Lo que nos distingue no es la imperiosa necesidad de terminar con la dictadura del coche, sino la capacidad de acabar con la paciencia de todo el mundo. Aquí, por ejemplo, nadie sabe hasta el último minuto qué vehículos podrán circular, que calles estarán cerradas y qué pasa cuando el caos está montado.

No es por un problema de comunicación, es que no hay un plan que merezca ese nombre. La visión de conjunto, la imaginación y el coraje político faltan a partes iguales. En París, se decidió que el transporte público fuese gratuito y más frecuente con los niveles de contaminación en zona de peligro. ¿Por qué no se pueden hacer cosas así en Madrid? ¿Por qué solo prohibir? ¿Por qué siempre tratar al ciudadano como a un imbécil?

Carmena brotó como una mujer con experiencia, capaz de conectar con todas las generaciones y dispuesta a cambiar la vibración de una capital

Lo mismo puedo decirse respecto a la brecha social madrileña. En una ciudad en que la esperanza de vida de un recién nacido en barrio rico es siete años superior a la del niño de barrio pobre, la desigualdad no decrece y Carmena ha disparado en un 48% el número de asesores contratados a dedo. ¿Dónde está el cambio prometido? ¿Hay algún referéndum para eso?

Aquí, la inexistencia de un proyecto político reconocible para la ciudad ha provocado la aparición de un género político inédito: “las carmenadas”. Como no hay una línea de continuidad en el ayuntamiento, la actualidad local se ha convertido en una sucesión de equívocos e improvisaciones sonrojantes. Rara es la semana en la que no salta un nuevo ejemplo de descoordinación.

Al verlos, cuesta evitar la impresión de que Carmena está sola y tiene miedo. Y quizá sea eso lo más alucinante de todo. Porque tan cierto es que nunca hubo una oposición municipal tan floja, como que la alcaldesa reniega de su equipo, mientras ellos reniegan de ella, y los dos lados aciertan en su recelo.

Parece que se mueve como un cuerpo ajeno entre los suyos, desconectada de la formación que sostuvo su candidatura, y sin autoridad para exigir a sus propios concejales que se dediquen a su cometido, tal y como ha ocurrido con los novillos de Rita Maestre durante la batalla interna de Podemos.

Dentro de un mes, con la cabalgata de Reyes Magos, Carmena sentirá que se jugará mucho en términos de opinión pública. Ese es el nivel. Tiene narices que se hable de estas cosas estando todo como está.

Primero, porque no debe ser tan difícil seguir una tradición de 21 siglos sin caer en las representaciones paletas anteriores (la ciudad para nuevos ricos y 'relaxing cup of coffee'), y sin generar el ridículo del año pasado, con aquella memorable cabalgata para fumetas.

Y segundo, porque ya está bien de tanta tontuna y tanto debate artificial. La capital de España tiene desafíos más serios que las maniobras de distracción que sufrimos los madrileños. Uno de ellos, uno de los que mejor miden la altura ética de cualquier sociedad, fue colgado por Manuela en la fachada del consistorio: los refugiados.

Por eso quiero, humildemente, solicitarle a la alcaldesa que se ponga las pilas o descuelgue del ayuntamiento la pancarta 'Refugees welcome'. Porque, ahora mismo, la distancia entre lo dicho y lo hecho tiene el tamaño de una obscenidad moral.

Y si no es molestia, que se tome en serio la cultura. Esa energía que siempre será la más limpia que tendrá Madrid llevaba demasiado tiempo muy desaprovechada, pero ahora está prácticamente apagada porque falta en el ayuntamiento gente que crea en ella y que sepa lo que hace.

Tierno Galván no inauguró grandes obras faraónicas, pero hizo algunas cosas valiosas. Entre ellas, comprender el valor que tiene la cultura para impulsar el sentido colectivo. No le costó demasiado, bastó con extender el respeto y desatar a campo abierto el hambre de modernidad. Ese era el espíritu. Y funcionó.

Podría haber ocurrido algo parecido con Carmena. Yo lo creí. Pero la mitad del mandato está cerca, y lo que fue una oportunidad para la ilusión, parece cada vez más una ocasión perdida.

Tengo una imagen borrosa de Tierno Galván. Normal, era un crío cuando lo conocí. Fue en la inauguración de una exposición colectiva. Se llamaba 'Madrid visto por sus pintores', un encuentro en el Palacio de las Alhajas. Allí estreché su mano. Debió ser el único momento en que mi madre logró que mi hermano y yo dejásemos de gamberrear por todos lados. Ahora que lo pienso, recuerdo menos al alcalde que la manera en que los demás le miraban, mi padre entre ellos. Había agradecimiento, por fin había alguien volcado con la cultura.

Manuela Carmena Ayuntamiento de Madrid