Es noticia
¿Es Iglesias un problema para Podemos?
  1. España
  2. Crónicas desde el frente viral
Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

Por

¿Es Iglesias un problema para Podemos?

Cuando adoptas una estrategia equivocada y los tuyos ven que estás errando, el problema que sufres es político y no de comunicación

Foto: El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

Ha pasado bastante inadvertido con el trajín de estos días, pero el hecho de que Iglesias haya mandado una carta a las bases de Podemos refleja que algo no va bien allí. Bajan turbulentas las aguas del río morado. Después de la lectura del texto, cuesta pensar que sirva para aliviar los ánimos. Se resume fácil. Palabras que suenan a “Querido amigo… ¿A quién vas a creer? ¿A mí, o a tus propios ojos?”.

Caerá en el olvido. Lo hará porque cuando adoptas una estrategia equivocada y los tuyos ven que estás errando, el problema que sufres es político y no de comunicación. Hondo, como en este caso. De fondo. Y además cuantificable.

Las señales de septiembre empezaron a contar lo que después han venido confirmando las encuestas. Durante aquel mes, la posición de Iglesias respecto a la crisis catalana resultaba incomprensible para los votantes podemitas en el resto del Estado. Ahora es posible que la percepción comience a ser otra. Quizá se estén disipando las dudas y puedan intuirse ya los primeros indicios del rechazo. Normal. Lo que empezó como un ejercicio de ambigüedad respecto al referéndum, se ha convertido en la subalternización de todo el partido de los círculos al independentismo. La evidencia pesa.

La crisis independentista pasa factura también en el seno de Podemos

En términos electorales generales, la apuesta de acompañamiento al separatismo parece un mal negocio. Ganancias mínimas en Cataluña, a cambio de pérdidas severas en España. Tanto, que sin saber si verdaderamente hay espacio sociológico para que surja un nuevo partido de izquierdas, sí que me atrevo a apuntar que los incentivos para que Izquierda Unida se presente a las próximas elecciones bajo el paraguas de Podemos pueden estar disminuyendo significativamente. A día de hoy, no veo del todo garantizada la reedición del pacto de los botellines.

En términos ideológicos, tampoco parece que la marca morada esté llevando a cabo la mejor inversión. El partido que surgió para hacer las cosas desde abajo hacia arriba tomó una decisión vital para el futuro de todos sustituyendo una consulta a las bases por la casa de un multimillonario. Una estrategia más conectada a intereses parciales —aquella determinante cena entre Roures, Iglesias, Colau y Junqueras— que al sentir de sus propios militantes y a la búsqueda del bien. Una acción política que, además, están aplicando con bastante más fervor del empleado en defender a las víctimas de la crisis económica, la gente trabajadora, como ellos dicen. Ese contraste nos lleva a recordar que para ofrecer a la sociedad un proyecto de conjunto, un proyecto hacia el bien común, hay caminos más rectos que seguir el dictado de una élite tan corrupta como la independentista.

¿Cómo puede arrogarse el papel de guardián de las esencias democráticas mientras lamina en casa a quien ve las cosas de otra manera?

En clave orgánica, de partido, da la impresión de que el posicionamiento de Iglesias dañará más la ya maltrecha convivencia y traerá dosis mayores de amargura. La aplicación de una nueva purga a Carolina Bescansa supone una nueva vuelta de tuerca cesarista que sitúa a los dirigentes ante algunas preguntas incómodas. ¿Hay algún partido en el Congreso que castigue con mayor crueldad el debate? ¿Alguna organización menos democrática? ¿Cómo puede alguien arrogarse el papel de guardián de las esencias democráticas mientras lamina en casa a quien ve las cosas de otra manera?

Durante los próximos días y semanas, veremos si Bescansa acaba agachando la cabeza como Errejón o mantiene en pie sus convicciones. Por lo pronto parece personalmente madura, adulta, y eso es un punto a su favor en una organización que suele dar muestras de comportamientos adolescentes. En cualquier caso, lo cierto es que aquello que decíamos hace apenas unos años, eso de que Podemos tenía tres almas —populista, leninista y libertaria— se ha quedado en el pasado. Desde Vistalegre II, la verticalización y la persecución del pensamiento impuesta por Iglesias han venido uniformando el partido hasta reducirlo a una formación netamente antisistema.

Foto: La diputada de Podemos, Carolina Bescansa. (EFE)

Así es como creo que la opinión pública empieza a encuadrar a la formación morada. Una percepción que puede encontrar su fundamento en dos motivos:

El primero de ellos deriva precisamente del cesarismo. Cuando el culto al líder llega a ser tan acusado como ocurre actualmente, no es extraño que el público confunda la imagen del conjunto con la del dirigente, el reflejo de la marca con la silueta del representante. Asimilación. No es la mejor noticia para Podemos. La imagen pública de Iglesias está hecha añicos: fuera de sus votantes, es estructuralmente irreparable, y dentro está haciendo aguas la aprobación.

El deterioro de su perfil se aceleró con la moción de censura —por cierto, ¿se imaginan que aquello hubiese salido bien y que Iglesias estuviese hoy al frente del Gobierno gestionando el escenario?—, y perdió los frenos con la emergencia catalana. Una urgencia que tiene sobre Podemos las tres zonas de impacto mencionadas —electoral, ideológica y orgánica— y que nos lleva a entrever que sí, que efectivamente es posible que Iglesias comience a ser un problema para Podemos.

Iglesias ha golpeado cada una de las piezas de la relojería constitucional. Todas. No ha dejado ni propuestas, ni títere con cabeza

El segundo de los motivos que está llevando a la opinión pública a ver en Podemos un partido antisistema no es demasiado complejo. No responde a una teoría de laboratorio, tiene que ver simplemente con los hechos. Una tras otra, Iglesias ha golpeado cada una de las piezas de la relojería constitucional. Todas. No ha dejado ni propuestas, ni títere con cabeza. El último ataque, dirigido a la Corona. Claro.

Para evitar que la crisis catalana sea vista como un conflicto entre defensores y agresores de la ley, nada mejor para Iglesias que vender el marco de la lucha entre monárquicos y antimonárquicos. Ese eje sirve para lubricar la alianza con los republicanos de ERC, y vale de paso para esparcir pomadita abrasiva sobre la brecha generacional. El falso mito que hemos propagado los progresistas. Eso de que la Segunda República fue el Edén y no un desastre colectivo. Esa sustitución, comprensible pero equivocada, de la historia por la necesidad de compartir algo, un paraíso perdido después de una guerra injustificable y 40 años de terrible y asquerosa dictadura.

Hoy, nuestro país tiene problemas, como todos. Pero no todo está tan mal, ni siquiera Podemos. Allí también late algo necesario, más valioso y más apasionante que la tentación antisistema, más trascendente también que el hecho de que Iglesias sea o no sea un problema para Podemos. Es la oportunidad de que ese partido comience a ser parte de la solución, de la mejora. Próxima estación, reforma constitucional. Ley, respeto y convivencia. No veo otro camino.

Ha pasado bastante inadvertido con el trajín de estos días, pero el hecho de que Iglesias haya mandado una carta a las bases de Podemos refleja que algo no va bien allí. Bajan turbulentas las aguas del río morado. Después de la lectura del texto, cuesta pensar que sirva para aliviar los ánimos. Se resume fácil. Palabras que suenan a “Querido amigo… ¿A quién vas a creer? ¿A mí, o a tus propios ojos?”.