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Puigdemont, muñeco diabólico. Cuento de Halloween
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Puigdemont, muñeco diabólico. Cuento de Halloween

Escenario gótico, interior del Palau de la Generalitat. Enorme lámpara de araña, lúgubre y apagada. Lento quejido de puerta medieval. Poco a poco, surge un hombre

Foto: Carles Puigdemont, tras la rueda de prensa ofrecida en Bruselas. (Reuters)
Carles Puigdemont, tras la rueda de prensa ofrecida en Bruselas. (Reuters)

Escenario gótico, interior del Palau de la Generalitat. Enorme lámpara de araña, lúgubre y apagada. Lento quejido de puerta medieval. Poco a poco, surge un hombre de peinado imposible. Comienza a atravesar la gran sala. El suelo resuena bajo sus pasos. Se dirige hacia la luz atenuada por los amarillentos visillos. Descorre mínimamente la tela y el exterior confirma lo peor. La turba está gritando su nombre y el grito es de caza de brujas. Le están llamando traidor. La pesadilla.

Estamos en el pasado jueves. El sonido de la masa humana se amortigua con la primera campanada de un viejo reloj. Vendrán más. Sucesión de planos y contraplanos acompasados. Doce veces, las imágenes de la muchedumbre se alternarán con la oscilación de un péndulo. Doce clavos en el alma que anuncian el instante de la desconexión verdadera, la suya. Puigdemont.

Demasiada presión. Demasiadas horas sin sueño. Demasiada soledad. Demasiados engaños, abandonos y maltratos. Colapso interno. Demolición interna. El niño que recibía los capones de toda la pandilla, el chaval obediente que nunca supo brillar, baja la vista al suelo y cubre las gafas con sus manos. Al rato, sonríe secretamente y vuelve al despacho. Orden de retrasar la comparecencia para anunciar una convocatoria electoral que no llegará. Y transformación completada. No soy el muñeco de nadie. Soy un ser dispuesto a vivir la vida como una huida, como siempre pero del todo. A fondo. Fundido en negro.

El 'president' entra en el Parlament con la mirada perdida. Pero no se ve la dimensión del cambio

Cortinón de terciopelo granate. El 'president' entra en el Parlament con la mirada perdida. Sin embargo, nadie percibe la dimensión del cambio. Cansancio, piensan. Cálculo, dicen al ver que no responde a nadie durante el debate. Desconocen que sus cuentas ya son otras. Ignoran que su boca está sellada por el miedo a nuevas consecuencias penales. Pánico a hacer más hondo el tiempo de calabozo. Tiene a Junqueras a su lado. Tiene a Forcadell enfrente. Ni una palabra. No soy vuestro títere. No seré un mártir. No estoy dispuesto a compartir ni vuestras rejas, ni vuestra sombra. Saludad a 'los Jordis' de mi parte.

Viernes, recorremos el otro filo de la navaja. Travelling de derecha a izquierda, por la selva de varas de mando que levantan los alcaldes separatistas. Subida por la escalinata. Cambio de plano. Puigdemont, de espaldas, mira desde lo alto. Voz en off. Durante un segundo, siento la tentación del vértigo, la llamada del salto. Saltar para terminar empalado allí, atravesado por quienes ayer mismo estaban dispuestos a ser mis verdugos. Respira hondo, aprieta los folios y se agarra a su propio plan inconfesado. Hacia fuera, continúa como en tantas otras ocasiones, recitando el texto que le habían preparado. Hacia dentro, su plan es sólo suyo, por primera vez de nadie más. El muñeco diabólico gira la cabeza y termina de consumar una libertad inesperada: no es la de un pueblo, es la suya. Ovación de estruendo. Inicio de fiesta tribal que se extenderá hasta que caiga la noche, brasas que se apagan junto a un palacio que sigue coronado por una bandera española que no cesa.

Él lo sabe. Sabe que en el cielo ya hay 155 estrellas y una cita con las urnas. 21 de diciembre, solsticio de invierno, quizá la noche más larga para el independentismo. Da igual. Ya es lo de menos, el futuro ha dejado de importar. En esta madrugada la tarea es otra. Toca preparar el adiós: preparar el mensaje, recorrer el territorio de la infancia, acariciar el barrio por última vez y hacer el equipaje junto a la familia. No es fácil. Frente a la maleta, el autómata se da cuenta de que todo sobra cuando se está a la fuga. Todo menos el dinero. Necesitará más, hará falta mucho más.+

Momento de saltar fronteras

Coche oscuro atravesando el paisaje. Amanecer. Velocidad hasta la frontera. Una separación geográfica artificial, intangible para cualquier ser humano pero afilada para él. El último hilo de la marioneta se corta al dejar Cataluña atrás. Adiós a las ataduras. Y bienvenida a la libertad sin marcha atrás. Primero Marsella, luego Bruselas. De momento con cinco cercanos a su lado y más tarde ya se verá, lo mismo Rusia. Puigdemont camina o revienta. A tope, sin parar. Estamos en lunes y está sonando Mike Olfield, 'Tubular Bells'. Banda sonora en la sede del PDeCAT mientras toda la junta directiva espera la llegada de Puigdemont.

Martes en Bélgica, en busca de la internacionalización perdida. Llegada tarde a la rueda de prensa, mal afeitado. Sala pequeña y de techo bajo, pobremente iluminada. Allí, una intervención que quiso ser ambigua pero resultó desquiciada y dañina para sí mismo. El primer objetivo, la consecución del asilo, ya había hecho agua antes. El segundo, la opción de encontrar simpatía de algún gobierno europeo y de la prensa global parece cada vez más cerrada. El tercero, la puesta en escena del primer acto de la campaña electoral hacia el 21 D -ya asumida por las fuerzas independentistas- sólo sirvió para reflejar la imagen de alguien que pudo cometer varios delitos delante de todo el mundo, y que ahora está dispuesto a lo que sea con tan de no ser juzgado.

Es la historia de un ser inanimado y de segunda fila que tomaron los independentistas entre sus manos

Pavor a la trena. Fue lo que se vio en un instante que no debería quedar desapercibido, en esa delatora fugacidad que suelen tener los gestos. Un periodista preguntó si estaba dispuesto a pasar en la cárcel 30 años. Y Puigdemont no respondió, pasó el micrófono a la persona que tenía al lado. Reveló la inabarcable dimensión de su miedo, el hilo aterrador de la narración.

Este cuento es terrorífico. Es la historia de un ser inanimado y de segunda fila que tomaron las élites independentistas entre sus manos. Es la historia de un juguete roto malamente manipulado por lo suyos, y vencido por la presión y el peso de los hechos. La historia de un muñeco que se convierte en diabólico y acaba haciendo daño a todo el mundo para evitar el único final que puede tener. La oscuridad inevitable.

Escenario gótico, interior del Palau de la Generalitat. Enorme lámpara de araña, lúgubre y apagada. Lento quejido de puerta medieval. Poco a poco, surge un hombre de peinado imposible. Comienza a atravesar la gran sala. El suelo resuena bajo sus pasos. Se dirige hacia la luz atenuada por los amarillentos visillos. Descorre mínimamente la tela y el exterior confirma lo peor. La turba está gritando su nombre y el grito es de caza de brujas. Le están llamando traidor. La pesadilla.

Carles Puigdemont Parlamento de Cataluña