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La perfecta inutilidad de la moción de censura de Vox
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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La perfecta inutilidad de la moción de censura de Vox

Hay que reconocerle a Vox el mérito de haber sido el partido menos útil desde que comenzó la pandemia, el menos productivo de toda la oposición. Han vagueado. Han faltado

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, durante una sesión de control al Gobierno en el Congreso. (EFE)
El líder de Vox, Santiago Abascal, durante una sesión de control al Gobierno en el Congreso. (EFE)
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Habría que intentarlo a pesar de todo. Aunque la angustia siga martilleando el sentir de España. Unir a nuestro país, un poco al menos. Por lo menos intentarlo, aunque la ansiedad mande sobre el tiempo, aunque el miedo parezca el dueño de lo colectivo. Aunque falten los mimbres humanos, aunque puedan no darse todavía las condiciones necesarias para generar consenso. Intentarlo. Nunca es demasiado temprano para emprender lo correcto. Además, siempre sirve para algo.

Hay menos utilidad en seguir como estamos. Desconectándonos. Llevamos tiempo ya normalizando lo anormal. Hemos naturalizado que al frente del país haya una persona sin escrúpulos. Nos estamos acostumbrando al olvido, a olvidarnos del significado profundo que hay en cada pérdida. Los números de la muerte ya nos parecen irrelevantes. La desaparición de empresas y empleos resulta indiferente. Todo es así y es por algo.

Foto: Bancada de Vox en el Congreso de los Diputados, ayer. (EFE)

El sentido de la política, la búsqueda del bien común, está dejando de importarnos. Hemos perdido interés en el futuro y hasta sobre el presente. Con el mismo desdén, aceptamos el partidismo y los asuntos turbios de los partidos. Con la misma desgana, toleramos la mentira y los insultos, las maniobras de distracción y las cortinas de humo, la propaganda. Nuestra propia infantilización.

Quizá por ello, no despierte preocupación la moción de censura que Vox anunció para este mes de septiembre. En parte lo explica el hastío, la desafección. Pero hay más. Hay sobreabundancia de tacticismo en análisis de la actualidad política. Todo se explica por fuera del largo plazo. El juego posicional. La próxima encuesta. El último mensaje diseñado en un laboratorio de comunicación. Lo efímero, en definitiva.

Los hechizados por las pizarras estratégicas —que no conocen— ofrecerán un razonamiento que cabe en una servilleta de papel: Abascal pretende dañar a Casado, aunque sea a costa de beneficiar a Sánchez y de reforzar la debilitada mayoría Frankenstein. No hay mucho más, pero se repetirá bastante.

Abascal pretende dañar a Casado, aunque sea a costa de beneficiar a Sánchez y de reforzar la debilitada mayoría Frankenstein

Los enganchados a la sociología electoral —un vicio como cualquier otro— apilarán dibujos que parecen interesantes pero son inservibles. En este escenario, predecir lo que vendrá dentro de un mes es humanamente imposible, todavía más de cara a unas elecciones probablemente lejanas. Da igual. Escucharemos que las crisis se acumulan y con ellas el malestar social, que Vox es un partido populista en busca de una capa social que puede estar en aumento, que los sectores populares podrán ser más permeables al discurso del encabronamiento, que las elecciones catalanas están a la vuelta de la esquina, que los 'millennials' están hartos, que esto va de mantener a las tropas vóxicas sobrexcitadas, que la imagen de Abascal puede salir por la puerta grande o por la enfermería… Cosas así. Viento estadístico sobre un desierto político. Prepolítico.

Finalmente, los fascinados por la comunicación política se comerán y darán de comer a la opinión pública los marcos mentales, trabajados durante horas, en las sedes partidarias. Superioridades morales, escándalos fingidos, exageraciones, referencias al pasado, maniqueísmos, cainismos, ataques personales, pocas bromas y muchas barbaridades… Variantes de la polarización política. Es la guerra, más madera.

A lo mejor sería bueno que empezásemos a mirar la moción de censura de Vox —y todo lo que está ocurriendo en España— no desde los ángulos de las siglas políticas, sino desde la óptica del interés general. Quizá no estaría de más que pasásemos de cuestionarnos qué es lo que le conviene a cada líder político, a preguntarnos sobre lo que le conviene a nuestro país.

Desde esa perspectiva, el paisaje parece distinto al que sufrimos todos los días. No es otro, es el de verdad. Tomémonos en serio la moción de Vox. Si la intención de esta censura es —como sostiene Abascal— convocar elecciones, no parece absurdo plantearse si es bueno para España llevar a millones de españoles a las urnas cuando la pandemia está fuera de control. ¿Cuántos compatriotas caerían? Seguramente alguno más de los muchos que debieron caer tras el aquelarre vírico de Vistalegre.

No estaría de más que pasásemos de preguntar qué es lo que quiere cada líder político, a preguntarnos sobre lo que le conviene a nuestro país

Si el propósito es cambiar de Gobierno hasta que puedan ponerse las urnas, hablemos de las urgencias de España. ¿Quién gobernaría? ¿Con qué programa para cada reto? ¿Quién sería el ministro de Salud que afrontaría la crisis sanitaria? ¿Ortega Smith? ¿Quién llevaría las cuentas del país para afrontar la crisis económica? ¿Rocío Monasterio? ¿Quién plantaría cara a la crisis social, al aumento de la desigualdad? ¿Francisco Serrano? Independientes, nos dirán. Expertos. Profesionales de reconocido prestigio. Gente capaz.

La capacidad es, precisamente, el agujero negro de esa galaxia. Lo más flojo que tienen los verdes es el departamento de recursos humanos. El resultado del examen está sobre la mesa. Hay que reconocerle a Vox el mérito de haber sido el partido menos útil desde que comenzó la pandemia, el menos productivo de toda la oposición. Han vagueado. Han faltado, no han trabajado. No se les recuerda nada positivo.

Lo único que sí permanece en la memoria —y costará por cierto olvidar— es a Espinosa de los Monteros subido en un autobús descapotable comparando la manifestación de Vox con la celebración del mundial de fútbol. Fue en mayo, cuando nuestro país entero se desgarraba. Nadie le preguntó qué celebraban. Ahora viene la moción de censura pero los signos de interrogación permanecen abiertos.

¿Quién sería el ministro de Salud que afrontaría la crisis sanitaria? ¿Ortega Smith? ¿Quién llevaría las cuentas para la crisis? ¿Rocío Monasterio?

En algún momento los dirigentes verdes tendrán que explicar cómo es posible que lo malo para España sea bueno para Vox, y lo malo para Vox sea bueno para España. En esa contradicción entre interés general e interés de partido está la razón que explica la moción de censura y también el motivo de su inutilidad.

Abascal sabe que nunca gobernará. Sabe que su partido es el mayor obstáculo para que pueda haber cambio político en España. Y es plenamente consciente de que mientras él siga, Sánchez continuará. La moción de censura de Vox es perfecta en su inutilidad porque apunta a la eternidad, a eternizar en el poder a quienes tacha de enemigos políticos y reconoce como aliados electorales. Para eso vale, no sirve para nada más.

Habría que intentarlo a pesar de todo. Aunque la angustia siga martilleando el sentir de España. Unir a nuestro país, un poco al menos. Por lo menos intentarlo, aunque la ansiedad mande sobre el tiempo, aunque el miedo parezca el dueño de lo colectivo. Aunque falten los mimbres humanos, aunque puedan no darse todavía las condiciones necesarias para generar consenso. Intentarlo. Nunca es demasiado temprano para emprender lo correcto. Además, siempre sirve para algo.

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