Es noticia
Pandemia en España: los contratos invisibles
  1. España
  2. Crónicas desde el frente viral
Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

Por

Pandemia en España: los contratos invisibles

Hemos firmado un contrato que invisibiliza la muerte y desactiva la ética, a cambio de que no se apliquen medidas serias mientras no haya riesgo de colapso hospitalario

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Estamos enfrentándonos a un enemigo formidable. Cambiante desde hace meses. Capaz de mutar y hacerse más contagioso y letal, también más eficaz frente a la ciencia. Variantes británica, sudafricana y brasileña. Cada una peor que la anterior. Habrá más con toda seguridad. Pero antes es el ahora. Este adentrarse en una fase diferente de la pandemia.

A escala global, el número de casos dejó de caer en marzo. Los contagios están subiendo desde hace semanas. Nuestros vecinos endurecen las restricciones. El mes de abril será difícil. Y todo el trimestre más que decisivo. Aquí nos estamos jugando el verano: clave por la fatiga social y vital para la economía en un país tan dependiente del turismo como España.

En Europa los tres primeros meses del año fueron perdidos. El despliegue de la vacunación ha sido incomprensiblemente lento

En Europa los tres primeros meses del año fueron perdidos. El despliegue de la vacunación ha sido incomprensiblemente lento en esta región del mundo. Pertenecemos a un club de países ricos, con la mejor sanidad pública del mundo, con capacidad industrial farmacéutica y con científicos de primera. Sin embargo, los resultados son los que son. Una desgracia.

A día de hoy, Estados Unidos triplica a la UE en el porcentaje de personas que han recibido al menos una dosis de la vacuna. Gran Bretaña nos cuadruplica. Centralizar la compra en Bruselas nos ha librado de una guerra continental por las vacunas. Y ha dejado claro que sobra burocracia y que falta ambición política.

Foto: Dos trabajadoras funerarias trasladan féretros durante la primera ola. (EFE)

Las consecuencias del fracaso europeo están cayendo en racimo. Lo peor es que conlleva perder vidas que podían haberse salvado. Lo inevitable está en la factura económica que provoca el retraso de la apertura económica, también el coste adicional que implican las nuevas restricciones. Lo intangible se localiza en el riesgo político, en la inestabilidad y las perturbaciones que siempre provoca el malestar. Y lo olvidado es el mazazo que viene sobre la maltrecha salud mental en todas las capas y generaciones de nuestra sociedad.

Da la impresión de que los próximos meses serán mejores para los europeos en todo lo relacionado con la vacunación. Sigue abierta la doble crisis de AstraZeneca –de reputación y de distribución–. Seguimos muy colgados del laboratorio Pfizer. Es probable que hasta el verano no se note el impacto de la vacuna de Johnson & Johnson. Pero lo cierto es que la capacidad de producción se ha triplicado.

Foto: Foto: EFE.

Las proyecciones más optimistas provienen de los analistas de mercados, sostienen que todavía está abierto el objetivo de vacunar al 70% de la población europea antes de que termine septiembre. Calculan hasta dos tercios de vacunados para agosto y hasta un 75% cuando termine el tercer trimestre. ¿Suficientemente rápido?

Solo el adversario puede traernos la respuesta. Desde principios de año estamos inmersos en una competición distinta. La velocidad de las inyecciones compite frente a la velocidad de las mutaciones.

Los cálculos más pesimistas provienen de los científicos. Los de Alemania temen que esta ola –alimentada por la variante británica– puede terminar siendo peor que la anterior. Simultáneamente, los políticos están teniendo que enfrentarse a presiones que llegan desde la economía y desde la sociedad saturada. A pesar de todo, mantienen la estrategia de contención de la enfermedad por medio de restricciones severas.

Los científicos de Alemania temen que esta ola –alimentada por la variante británica– puede terminar siendo peor que la anterior

Aquí no ocurre lo mismo. Desde el pasado mes de junio, el Gobierno español renunció a hacer todo lo posible para controlar la propagación del covid-19. Términos como “rastreadores”, “testeo masivo”, “aplicaciones digitales”, “secuenciación genómica” llevan meses sin ser pronunciados.

El levantamiento de la segunda, la tercera y la cuarta olas no han sorprendido a los de Sánchez. No es cierto que haya habido improvisación, hay una estrategia clara, constante y coherente. Moncloa lleva muchos meses sin aplicar contundencia frente a la enfermedad porque el objetivo no es salvar la mayor cantidad posible de vidas, sino normalizar la cifra diaria de fallecimientos hasta que sea socialmente digerible.

200 muertes al día durante tres meses suman un total de 18.000. ¿Cómo hemos llegado a asumir algo así? Sin una oposición inteligente y responsable. Pero con un estado de alarma que no lo es. Con una coordinación que no existe. Y con unas restricciones cogidas con papel de fumar. Todo envuelto en confrontación política bajo una montaña de propaganda y manipulación.

Foto: Dosis de vacuna de Janssen. (Reuters)

La renuncia del Gobierno a la contención efectiva de la enfermedad implica dos cosas. La primera es plantear una transacción a la sociedad. Un contrato que invisibiliza la muerte y desactiva la ética, a cambio de que no se apliquen medidas serias mientras no haya riesgo de colapso hospitalario. Lo hemos firmado. Es exactamente donde estamos desde agosto.

Puede parecernos más o menos detestable moralmente, pero lo cierto es que está funcionando. Y hay más. Porque cuando una comunidad es capaz de dar un paso como ese, lo natural es que pueda venir otro detrás. Es lo que está pasando en Madrid, donde la operación de aprovechamiento político es todavía más ventajosa y donde el acto de cinismo colectivo resulta todavía mayor.

El contrato invisible de Ayuso con los madrileños es una derivada del de Sánchez con los españoles

El contrato invisible de Ayuso con los madrileños es una derivada del de Sánchez con los españoles. Aquí se anuncian zonas confinadas y toques de queda, más que nada por guardar las apariencias, cosa muy de la capital del reino. Pero en la práctica esta es una ciudad sin restricciones. Por no haberlas, no las hay ni para el pudor: pasan los coches de las funerarias mientras convertimos nuestras cañas al solecito en banderas de la libertad. Brindamos ufanos por la bancarrota moral, el premio a la economía de la precariedad y el plebiscito electoral/mortal con premio garantizado.

La segunda derivada de la renuncia de nuestro país a la contención de la enfermedad es igualmente preocupante. Llevamos un año de pandemia y el virus nos ha llevado la delantera en todo momento. Parece que lo tenemos a nuestro alcance y puede ser batido. Sin embargo, no es imprudente calcular que se nos pueda escapar de nuevo. Mutaciones y cambio de velocidad. La necesidad de nuevas vacunas cada poco tiempo. La dificultad de que lleguen en hora. La posibilidad de que esto se nos cronifique y no haya un final. ¿Y entonces qué?

Estamos enfrentándonos a un enemigo formidable. Cambiante desde hace meses. Capaz de mutar y hacerse más contagioso y letal, también más eficaz frente a la ciencia. Variantes británica, sudafricana y brasileña. Cada una peor que la anterior. Habrá más con toda seguridad. Pero antes es el ahora. Este adentrarse en una fase diferente de la pandemia.

Moncloa