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El recorrido de Messi visto por un madridista
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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El recorrido de Messi visto por un madridista

Confieso que el argentino está lejos de ser el jugador que más he temido. Ronaldo Nazario, Ronaldinho y desde luego Romario me han hecho sufrir bastante más

Foto: Lionel Messi. (Reuters)
Lionel Messi. (Reuters)
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Yo quería que continuase en el Barcelona. Estoy disgustado. Deseaba que el crepúsculo durase tanto como el largo periodo de una hegemonía que, vista con perspectiva, ha sido más cultural que deportiva.

Confieso que el argentino está lejos de ser el jugar que más he temido. Ronaldo Nazario, Ronaldinho y, desde luego, Romario me han hecho sufrir bastante más que Messi. Suena contracultural decir que el de Rosario puede no ser el mejor de los mejores ni siquiera en su propio equipo. Parece un desafío al pensamiento único que lleva años instalado en nuestro fútbol. ¿Por qué?

Por una especie de dictadura que aquí todavía palpita y que consiste en dictarnos lo que es estética y políticamente correcto en el mundo del fútbol…

El guardiolismo, esa retórica cursi, 'cosmo' y 'postmo' que llevó el más divertido de los juegos al campo de la superioridad moral. Como si solo hubiese una manera bella de practicar este deporte. Como si tener la pelota implicase necesariamente tener la razón. Como si tener razón fuese posible en un juego tan dominado por la incertidumbre.

Foto: Joan Laporta.

Hay en el guardiolismo, como en la sacralización de Messi o en el discurso esclavo del nacionalismo del Barcelona, elementos narrativos que también reconocemos en la fantasía del 'procés'. Desde luego el exceso de sentimentalismo, también la presencia de interesados y prácticas turbias. Y, además, una lógica falsaria, diseñada en el laboratorio, que no casa con la realidad. Solo mencionaré tres de sus engranajes, acaso los principales.

Primero, la excepcionalidad. La ridícula autopercepción de ser pueblo elegido, héroe señalado desde el olimpo o club que es más que un club. Todo exacerbado con un paroxismo bíblico demasiado frecuente. La república es el paraíso y Messi –acogido como Moisés- es el mesías.

Segundo, la superioridad. El riesgo no está en señalar que una persona, una institución o una sociedad pueda ser única. Todos lo somos, es precisamente el hecho de ser distintos lo que da valor a la convivencia. El peligro está en someter las diferencias de dentro y en denigrar a los de fuera hasta cuando obtienen mejores resultados. "No son futbolistas, son atletas", dijo Guardiola detrás de una sonora derrota frente al Real Madrid. No alcanzo a imaginar una expresión mayor de fanatismo en el ámbito deportivo. Repartir carnés de futbolista como se reparten los carnés del buen catalán. ¿Verdad?

Messi no quiere irse. Pero Messi se ha ido. Messi envió un burofax, pero Messi no quiere irse

Y tercero, la propaganda. Roures y Qatar. Esta opresión gafapasta de lo 'cool' que inunda las redacciones deportivas con tipos que no saben de qué va el juego, pero llevan americanas estrechas y calzado deportivo. Y cuentan el fútbol contando cualquier cosa menos lo que está pasando en el pasto. La importancia de la posesión, el valor del número de pases. La comparación con jugadores que no han visto y con tiempos en los que nada era igual. Esta anulación del disfrute, del pensamiento crítico y hasta de la evidencia que a veces da hasta pudor…

Messi no quiere irse. Pero Messi se ha ido. Messi envió un burofax, Messi acaba de hacerse una foto con los jugadores del PSG, pero Messi no quiere irse. Y así todo el rato para tapar lo que no puede ocultarse: el declive de Messi empezó hace mucho y el Barcelona lleva demasiados años siendo un club de segunda fila en la élite continental.

No lo fue antes, eso es verdad. Hubo un tiempo en el que el guardiolismo cosechaba en los grandes marcadores el mismo dominio que fuera de la cancha. Fueron también los mejores años del argentino, la época en la que verdaderamente deslumbró. Ha pasado más de una década ya. Pasó hasta que llegó un tipo y se lo llevó todo por delante planteando una guerra cultural que además ganó.

En términos históricos la llegada de Mourinho fue más importante para el madridismo que la de Cristiano Ronaldo. El técnico inició el resurgimiento: reactivó el gen competitivo del club, sacudió al vestuario, planteó una alternativa ganadora y emocionante, y, además, supo elevarse como contra espejo de Guardiola hasta en lo formal. La contra.

Todavía suena a herejía poner en valor a Mourinho. Pero lo cierto es que el tiqui-taca murió aquella noche cerrada en el Camp Nou, cuando apenas tres segundos hicieron añicos aquel edén prefabricado. Desde el centro del campo, pegado a la banda, soltó de primeras Ozil un pase larguísimo al hueco. Era un latigazo surgido desde la nada hacia la carrera endiablada de CR7 que culminó en gol. Guardiola se marchó y el guardiolismo se vio forzado a cambiar de testamento. Ya solo quedaba el 10. Y frente al 10, el 7.

Mourinho fue lo peor que le pudo pasar al Barcelona. Y Cristiano fue lo peor que le pudo ocurrir a Messi porque le sacó del carril de la genialidad. El argentino dejó de jugar como jugaba para entrar en la única competición que no podía ganar con el portugués: la estadística, la medición de egos y no la comparación libre y abierta de talentos. El rosarino buscó más remates y más goles. Y hubo menos juego, menos creatividad y menos sorpresa. Menos belleza, mucha menos. Menos infancia y más industria.

Siguió siendo un gran jugador, claro. Pero ya había tocado techo. El primer crepúsculo había llegado: los trofeos colectivos dejaron de llegar a Barcelona y nunca lo hicieron en Argentina. La nada en los mundiales y la sombra de Maradona encima, tan alargada.

Foto: El presidente del Barcelona, Joan Laporta. (EFE)

Aquellas temporadas, las que se suponen de plenitud en la carrera de cualquier futbolista, trajeron menos de lo esperado y mucho menos de lo que la maquinaria mediática seguía contando, exagerando. Sencillamente, no era el mejor. Simplemente, el relato se divorció de la realidad mientras las renovaciones insostenibles se venían acumulando año tras año. Sin piedad ni romanticismos.

La salida quirúrgica de Cristiano Ronaldo era lo mejor que le podía ocurrir al Madrid en términos económicos y por lo tanto deportivos a medio plazo. Fue lo peor que le pudo pasar a Messi porque supuso el comienzo del segundo crepúsculo.

placeholder Cristiano Ronaldo y Lionel Messi. (Reuters)
Cristiano Ronaldo y Lionel Messi. (Reuters)

Ha estado dos temporadas fuera de todos los partidos grandes, sin sangre mientras se desataban derrotas dolorosísimas, vergonzantes, haciendo y deshaciendo en el vestuario tanto como ha mandado en los despachos. Y, por mucho que le duela al barcelonismo, visiblemente harto de un club que ha hecho por retenerle mucho más de lo que tendría que haber hecho.

La institución blaugrana ha terminado siendo presa de su propio relato, todos sus dirigentes se han atado a una ficción que ha desembocado en una bancarrota imposible de ocultar. La verdad es que Messi lleva muchos años sin ser el mejor jugador del mundo, que no mantiene una relación de amor con la institución, que nadie en la planta noble del Camp Nou ha sido capaz de poner al papa del niño en su sitio, y que Laporta ha tomado el pelo a casi todo el mundo.

¿Y ahora qué? Ahora la realidad es un papel en blanco y un montón de números en rojo. El mesías no ha sido para tanto, ni siquiera ha terminado comportándose como un héroe. Pero queda la travesía del desierto y puede ser de órdago.

Yo quería que continuase en el Barcelona. Estoy disgustado. Deseaba que el crepúsculo durase tanto como el largo periodo de una hegemonía que, vista con perspectiva, ha sido más cultural que deportiva.

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