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'Sin Olona no hay paraíso'. La segunda temporada de Macarena
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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'Sin Olona no hay paraíso'. La segunda temporada de Macarena

Mira que la primera temporada de 'Sin Olona no hay paraíso' finalizó por todo lo alto el curso pasado. Sin embargo, la segunda nos cayó encima como el rayo sobre el árbol, sin avisar

Foto: Macarena Olona. (EFE/José Manuel Vidal)
Macarena Olona. (EFE/José Manuel Vidal)
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Desconozco si Olona terminará como Meloni —liderando otra formación de extrema derecha— o si acabará ganando en 'La isla de las tentaciones'. Solo alcanzo a intuir que sufre una fuerte adicción a la atención pública. Y a pensar que ese mal, frecuente en la cultura de las celebridades ligeras, sirve para contar algo que viene ocurriendo en nuestro país. La actualidad política es cada vez menos práctica y más narrativa, hay más productos de ficción. Los departamentos de comunicación de los partidos parecen comandados por guionistas. Da la impresión de que la política se nos está haciendo "metapolítica".

Mira que la primera temporada de 'Sin Olona no hay paraíso' finalizó por todo lo alto el curso pasado. Una campaña electoral espectacular con subidas y bajadas tremendas para el cierre de los capítulos, con un resultado feroz y con un anuncio sobrecogedor. La historia concluía por motivos de salud, fue un abroche irreprochable.

Una serie que se desgaja de otra y que hasta puede ser mejor: Macarena por fuera de Vox como 'Better call Saul' de 'Breaking Bad'

Aquella producción nos lo dio todo. Vimos la mezcla de realidad y fantasía que también nos ofrecen los demás. Pero con más magnetismo y menos pudor: todo aquel aire folklórico desquiciado. Esa gestión abierta de lo impúdico, tan de Trump, tan de Ayuso, agarra al espectador porque sabe que no debería seguir mirando y al mismo tiempo no puede dejar de mirar.

Pensábamos que ya no habría más. Sin embargo, la segunda temporada nos cayó encima como el rayo sobre el árbol, sin avisar. Confirmándonos, ya en el primer capítulo, que nos encontrábamos ante un 'spin-off'. Una serie que se desgaja de otra y que hasta puede ser mejor: Macarena por fuera de Vox como 'Better call Saul' de 'Breaking Bad'. Nada más y nada menos que el Camino de Santiago para abrir boca, un estupendo cebo televisivo.

Foto: Macarena Olona, en Santiago de Compostela. (EFE / Xoán Rey)

El anzuelo fue una paradoja envuelta en un misterio. El sendero religioso tiene un sentido y la trayectoria de Macarena no parecía tenerlo. En la superficie, las imágenes del recorrido funcionaban como divertimento y eso es muy útil frente al aburrimiento que genera esta vida política estancada —fue Pascal quien nos enseñó que el hombre moderno sucumbe en la melancolía si no tiene diversión—. Pero por lo profundo venía relatándose un instante ineludible en la trayectoria de cualquier héroe o heroína: el momento de la revelación. Fue en la catedral donde Macarena descubrió su destino.

El segundo capítulo siguió la misma lógica narrativa heroica. Nos adentró como ocurre siempre en el primer combate. Los escraches, que como cualquier forma de violencia deben ser condenados sin matices, fueron calculados y programados para ganar en el foco de la opinión pública y para armar a su protagonista con el atributo de la valentía.

La llamada a Abascal es eso, es un reto a las claras: caminar o no caminar juntos

En el segundo episodio, el público no acompañaba a Macarena, dejándola intacta como ocurrió con los 'Oloners' hacia Santiago. La función de la turba estaba en el contacto. Quienes se oponen a la extrema derecha cometieron el error de trabajar para ella: si nadie hubiese ido, no habría habido noticia y su relato se habría diluido. Pero fueron.

En la "metapolítica", en los dominios de la ficción política, el público tiene siempre una función, los espectadores actúan en el tablado de la polarización. La confrontación es el escenario ficticio y principal donde volcamos el miedo y el odio, la desesperación en un mundo que nos parece políticamente incontrolable.

El tercer capítulo del culebrón heroico es un encuentro en la tercera fase, siempre lo es. Tiene siempre que ser así. Siempre tiene que ser un desafío. La llamada a Abascal es eso, es un reto a las claras: caminar o no caminar juntos. Un órdago que es un dilema para el dirigente y que solo puede ser resuelto de una manera. Disposición al diálogo, pero mandando en la agenda —postergando—, ambigüedad en la respuesta y confianza en la capacidad que tiene el tiempo para hacer su trabajo.

Eludimos la realidad. Llevamos tres semanas de septiembre y todo el debate público rebosa productos de ficción

Veremos lo que ocurre en la próxima entrega. Ella tiene una estrategia definida y él no. Sin embargo, la alicantina no es portadora de la misión de Vox y esa es la baza principal de Abascal. Rebajar la tensión emocional es la única manera de poner a Olona en vía muerta antes de que sea demasiado tarde.

'Sin Olona no hay paraíso' retrata a la protagonista tanto como a la audiencia. Somos yonquis de la novedad, preferimos la irrealidad, digerimos bien las papillas de fantasía. Nos gustan. Nos cansa el sufrimiento ajeno, estamos hartos de la guerra, preferimos renunciar a la complejidad. Demandamos estímulos fugaces y tensiones emocionales sin corazón. La búsqueda del bien común ha dejado de ser una aspiración individual. Ni siquiera buscamos diversiones como apuntaba Pascal, ya nos conformamos con pequeñas distracciones. Y la comunicación política no permanece ajena a todo esto. Hay mercado.

El futuro ha desaparecido de la plaza pública. Vivimos como el hámster en la rueda, girando impacientes en un presente continuo, tumultuoso, lleno de pequeños finales pero sin metas definidas. Eludimos la realidad. Llevamos tres semanas de septiembre y todo el debate público rebosa productos de ficción.

Llevamos un mes soportando la simpleza populista del "Gobierno de la gente", ese cuento de figuras demoniacas y un Mesías

Campañas como la de topar el precio de los alimentos responden al interés de promoción personal y no al deseo de solucionar el problema. Por eso no hubo método, ni voluntad real, ni siquiera lealtad política. La tarea ya está prácticamente disuelta. Y lo mismo puede decirse del anuncio podemita de topar las hipotecas, ha durado lo mismo que un videoclip. Una estafa, otra, del partido que surgió desde el frío de los desahucios. Una burla deliberada a quienes están pidiendo el voto.

Llevamos un mes soportando la simpleza populista del "Gobierno de la gente", ese cuento de figuras demoniacas y un Mesías, y acabamos de ver al presidente en su versión más modosita ante el BBVA, obviando la tasa a la banca, confiando tanto en la pérdida de valor de la palabra como en la pérdida de interés de la memoria. Da todo igual.

El centro de gravedad de lo político se nos está trasladando de la acción a la comunicación. Una señal rotunda de impotencia colectiva

Todo esto como si la verdad no importase. Es así hasta que de golpe aparece un señor sencillo que podría ser nuestro abuelo, un tal Mariano Turégano, que denuncia el estado de las residencias de la tercera edad, que agarra la máscara de España y la tira al suelo. Y pronto corremos, con el rostro descubierto corremos, a buscar refugio en la ficción. Hay demasiada verdad en la realidad. Estamos cansados y vacíos. Y todo vacío necesita ser rellenado, aunque sea con una mentira, con una fantasía de las de andar por casa.

El centro de gravedad de lo político se nos está trasladando de la acción a la comunicación y no se me ocurre una señal más rotunda de impotencia colectiva, una mejor manera de definir la "metapolitica", este trenzamiento de relatos, personalismos y simulacros. La esterilidad.

Desconozco si Olona terminará como Meloni —liderando otra formación de extrema derecha— o si acabará ganando en 'La isla de las tentaciones'. Solo alcanzo a intuir que sufre una fuerte adicción a la atención pública. Y a pensar que ese mal, frecuente en la cultura de las celebridades ligeras, sirve para contar algo que viene ocurriendo en nuestro país. La actualidad política es cada vez menos práctica y más narrativa, hay más productos de ficción. Los departamentos de comunicación de los partidos parecen comandados por guionistas. Da la impresión de que la política se nos está haciendo "metapolítica".

Vox Santiago Abascal
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