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La llamada de un demócrata
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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La llamada de un demócrata

Nos fijamos en lo que queda fuera de los márgenes porque el tiempo es limitado y nunca hay sitio para todo. Quizá faltó una mención más expresa a la cultura, a las culturas de nuestro país que conforman el primero de nuestros patrimonios

Foto: La princesa Leonor, Felipe VI y Leticia en la 42ª edición de los Premios Princesa de Asturias en octubre. (Getty/Carlos Álvarez)
La princesa Leonor, Felipe VI y Leticia en la 42ª edición de los Premios Princesa de Asturias en octubre. (Getty/Carlos Álvarez)
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Quienes nos hemos dedicado a la escritura de discursos leemos estos textos de una forma distinta. Tardamos más. Y hacemos cuentas que los demás no hacen: contamos las palabras, calculamos el volumen de trabajo y dividimos. Cerca de 1.500 y unas 50 horas ante el teclado nos dan la medida del tiempo creativo: una palabra cuajada cada dos minutos, alta cocina para lo que se destila en el oficio.

Nos fijamos en lo que queda fuera de los márgenes porque el tiempo es limitado y nunca hay sitio para todo. Quizá faltó una mención más expresa a la cultura, a las culturas de nuestro país que conforman el primero de nuestros patrimonios. Prestamos también una atención especial a la textura y a la cantidad de adjetivos, que aquí son pocos porque es mucho lo sustancial. Por eso el resultado general termina quedando terso y casi espartano, bien trabajado. Y, además, sobre todo, nos detenemos en el tono. Lo hacemos porque sabemos que las formas son el molde de todas las cosas y debe cincelarlo todo desde el principio.

Foto: Felipe VI y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón)

Un breve saludo al inicio del discurso, sintético. Y pronto la aplicación del principio de empatía, un bien escaso en el lenguaje de nuestra vida pública. Es verdad que los españoles, todos, estamos volviendo a terminar un año difícil. Estamos cansados, estamos preocupados y estamos atravesando una crisis de confianza en nosotros mismos. Y está bien verbalizarlo sin señalarnos, sin batirnos y sin abatirnos.

Nadie puede negar que la causa inmediata de nuestros desvelos tiene su origen en una guerra que las mujeres y hombres de paz no buscamos. El respaldo de España a la diplomacia y a los refugiados es moralmente inseparable de nuestro compromiso con la UE y con la OTAN. Y nuestro Rey tiene la obligación histórica de expresarlo en toda ocasión.

"Nadie puede negar que la causa inmediata de nuestros desvelos tiene su origen en una guerra que las mujeres y hombres de paz no buscamos"

Y tiene también el deber de subrayar como un país solidario tiene que afrontar el impacto económico de la guerra. Esta crisis energética y esta inflación, todo este empobrecimiento. Afirmar que "hay familias que no pueden afrontar esta situación de una manera prolongada y necesitan el apoyo continuo de los poderes públicos" no es hacer ideología, es darle verbo y demandar acción al espíritu de nuestra Constitución.

Quienes escribimos discursos, sabemos que la coyuntura suele despejarse en el primer tercio del texto porque lo central, lo estructural, tiende a ubicarse a continuación. En este caso, la secuencia lógica cobra todavía más sentido: el final de la guerra de Ucrania no depende tanto de nosotros como la salud de nuestra democracia, ahora renqueante y con pronóstico más bien sombrío.

Durante los días anteriores al mensaje de Felipe VI se debatió soterradamente sobre si la Corona debía entrar en lo mollar y sobre los límites de su intervención. La Casa Real ha resuelto el debate sin salirse de lo que no se puede discutir: hay división en España, hay deterioro de nuestra convivencia y también hay erosión de las instituciones.

Por eso las palabras se seleccionan aquí de otra forma, no para epatar sino para que el razonamiento esponje

Señalar lo obvio, sin salirse del perímetro constitucional, y pensar en el gran público más que en los tuits de unos y otros, es lo que en mi opinión hace de este texto un discurso irrebatible y trascendente. No hay frases redondas porque, cosa cada vez más extraña en esta época, la redacción está hilvanada con la intención de que ningún titular pueda debilitar al mensaje general.

Por eso las palabras se seleccionan aquí de otra forma, no para epatar sino para que el razonamiento esponje… División: no resolver bien los problemas, no generar confianza, hacer más frágiles a las democracias. Convivencia deteriorada: deseo de excluir, guiarse por la razón, el respeto. Instituciones erosionadas: colaboración leal, respeto a la Constitución, respuesta al interés general.

Y, una vez desplegado el argumento, hecho el diagnóstico, no la receta, sino la llamada. El cumplimiento, milimétricamente preciso, de la función democrática de Felipe VI: "Creo que, en estos momentos, todos deberíamos realizar un ejercicio de responsabilidad y reflexionar de manera constructiva sobre las consecuencias que ignorar esos riesgos puede tener para nuestra unión, para nuestra convivencia y nuestras instituciones".

Ninguno de nuestros representantes políticos puede ponerse en pie y argumentar que está ofreciendo lo mejor de los suyos

¿Quién puede decir que esa llamada no es necesaria? ¿Qué demócrata? Ninguno de nosotros puede afirmar que nuestra España esté más unida, que nuestra convivencia sea más calurosa y que nuestras instituciones estén más fuertes mientras se nos suceden las adversidades. Lo cierto y lo inquietante es que todas estas dificultades nos están debilitando más porque estamos más enfrentados en lugar de más unidos. Y eso hace de nosotros un ejemplo seguramente único en todo el mundo.

Al mismo tiempo, ninguno de nuestros representantes políticos puede ponerse en pie y argumentar que está ofreciendo lo mejor de los suyos para que todos podamos avanzar. La verdad desesperante es que el sectarismo anida en todos los partidos y ninguno parece interesado en articular un proyecto con vocación de mayoría. La llamada de Felipe VI es la llamada irreprochable de un demócrata en un tiempo que puede ser tristemente decisivo para el porvenir de nuestra democracia.

Y es, además, una llamada puntual porque los españoles creemos ahora mismo que estamos saturados de tanto partidismo y de tanta polarización, pero el cainismo amenaza con ir a más a lo largo de un 2023 condicionado por las urnas y las campañas electorales negativas, simplemente destructivas, que vendrán. Quienes fuimos negros, escritores en la sombra, como dicen los ingleses, no olvidamos lo que ocurre en el último tercio de esta clase de textos. Tras el punto basal, después de la altura máxima, las palabras van buscando por sí mismas un aterrizaje suave.

"Los españoles tenemos que seguir decidiendo todos juntos nuestro destino, nuestro futuro"

En ese juego de la fuerza de gravedad retórica, los trenes de aterrizaje se abren prácticamente solos. Y de una manera natural, lógica y sin solemnidad, se anticipa el contacto con el terreno de la realidad que ha de venir, en este caso también enteramente constitucional… "Los españoles tenemos que seguir decidiendo todos juntos nuestro destino, nuestro futuro".

Se entiende fácil, ¿verdad? Pues no hace falta decir mucho más.

Queridos lectores, feliz Navidad.

Quienes nos hemos dedicado a la escritura de discursos leemos estos textos de una forma distinta. Tardamos más. Y hacemos cuentas que los demás no hacen: contamos las palabras, calculamos el volumen de trabajo y dividimos. Cerca de 1.500 y unas 50 horas ante el teclado nos dan la medida del tiempo creativo: una palabra cuajada cada dos minutos, alta cocina para lo que se destila en el oficio.

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