Es noticia
La levedad 'hernández-manchiana' de Pablo Casado
  1. España
  2. Desde fuera
Isidoro Tapia

Desde fuera

Por

La levedad 'hernández-manchiana' de Pablo Casado

La imagen que proyecta el líder del PP con sus estrategias improvisadas no es la suya, sino la de una estrella efímera que pasó por nuestro panorama político hace muchos años

Foto: El líder del PP, Pablo Casado, en Bruselas en una imagen de esta semana. (EFE)
El líder del PP, Pablo Casado, en Bruselas en una imagen de esta semana. (EFE)

A menudo, observar el tablero político es una especie de ejercicio telescópico, como si las estrellas que hoy pueblan nuestro firmamento fuesen en realidad la luz que se apagó hace muchos años.

Desde hace unas semanas, cuando miramos a Pablo Casado, uno tiene la sensación de que la imagen que proyecta no es la suya, sino la de una estrella efímera que pasó por nuestro panorama político hace muchos años: la de Antonio Hernández Mancha.

Casado recorre nuestro escenario político improvisando estrategias con una actividad frenética, saltando de flor en flor, pisándolas todas pero sin detenerse en ninguna. Tan pronto está en Bruselas para “frenar” los presupuestos, como pide a EEUU que traslade la VI Flota a la base de Rota, propone un 155 permanente en Cataluña, una ley de “concordia nacional”, o la vuelta a la ley del aborto de los ochenta.

Mientras el Gobierno se empeña en criticar a Casado la dureza de su oposición, en llamarlo antipatriota y denunciar la vuelta de la crispación a nuestra vida política (como si alguna vez se hubiese marchado), en mi opinión, el verdadero problema de Casado es otro: la levedad de su forma de hacer política.

El Partido Popular (incluyendo a su predecesora Alianza Popular) ha tenido cuatro presidentes desde su fundación, sin incluir al propio Casado: Fraga, Hernández Mancha, Aznar y Rajoy. Cada uno tenía su propio estilo político, aunque todos (mejor dicho, todos salvo Hernández Mancha) tenían unos rasgos comunes. Todos ejercieron en algún momento una oposición férrea, implacable: Fraga, además de la archiconocida “la calle es mía”, dejó otras sentencias memorables. Cuando Suárez decretó la legalización del Partido Comunista dijo que aquello era “un verdadero golpe de Estado”. Después, por cierto, se enfrentó con la misma pasión a los golpistas del 23-F, a los que llamó forajidos mientras les pedía a gritos que disparasen contra él para terminar con aquel despropósito. Años después, alguien le preguntó por la postura del Vaticano sobre los anticonceptivos y Fraga respondió: "Toda mi vida he dicho verdades sin condón y pienso morirme sin ponerme uno".

Foto: Sánchez, en la base aérea de Los Llanos, en Albacete, esta semana. (EFE) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Los riesgos de ser un presidente 'instagrammer'
Isidoro Tapia

Quizás esta última frase resuma la principal diferencia entre los líderes a uno y otro lado del espectro político. En la derecha, a los líderes se les presume firmeza en las convicciones. En la izquierda, los líderes son más livianos, pero lo compensan con una mayor empatía con el electorado. Los primeros son vinos intensos y de mucho cuerpo. Los segundos, vinos ligeros y alegres.

Aznar, por ejemplo, fue un personaje hasta cierto punto avinagrado, un 'outsider' en las formas dialogantes que habían caracterizado la política española desde la Transición. Pero nadie podrá negarle dos cosas: el desacomplejamiento en sus convicciones (seguramente haya sido el líder conservador con menos complejos de serlo) y su fijación y disciplina cuando adoptaba una estrategia política. Cuando decidió que España debía situarse en primera línea, junto a EEUU, en la batalla internacional contra el terrorismo, llevó está convicción hasta sus últimas consecuencias, sin titubear pese a las multitudinarias manifestaciones que recorrieron nuestro país en protesta contra la guerra de Irak. Para que quede claro: no estoy diciendo que resistir sea siempre la decisión correcta. De hecho, el PP acabó perdiendo las elecciones en 2004 (aunque a menudo se olvida que ganó las municipales de 2003 apenas dos meses después de iniciada la guerra de Irak, y que Rajoy parecía encaminado a ganar en 2004). Lo que digo es que la disciplina para seguir una estrategia determinada, la densidad y sustancia en la forma de hacer política, han sido siempre rasgos de la derecha española.

También, aunque tenía otro estilo (en algunos aspectos en los antípodas de Aznar), estos eran los rasgos políticos de Mariano Rajoy. El PP de Rajoy era como un buque transatlántico, que mantenía un rumbo fijo pese a los vaivenes. Si había que resistir sin pedir el rescate a nuestros socios europeos, se defendía esta decisión hasta sus últimas consecuencias. Si los papeles de Bárcenas dejaban al desnudo prácticas irregulares, los populares se enfundaban el casco y aguantaban numantinamente. La resiliencia, la capacidad para resistir en la adversidad, estaba en el ADN de los populares.

De Mancha se dijo que era como “el chico que va de cacería y cae bien a todo el mundo; bebe vino con el que cuida los perros y se liga a la hija del cortijero”

Por este motivo, Hernández Mancha fue una excepción. Mancha era el líder de AP en Andalucía. Su salto a la política nacional se produjo en 1986, cuando Fraga aceptó que la Ejecutiva del PP se eligiera mediante listas abiertas (Fraga siempre fue un político poliédrico, tan innovador en algunas cosas como conservador en muchas otras). Mancha fue uno de los más votados y entró en la ejecutiva nacional de los populares. Tras la repentina dimisión de Fraga en diciembre de 1986, se formaron dos candidaturas: a un lado, Herrero de Miñón, 46 años, doctor en filosofía y letras, uno de los padres de la Constitución. Vicepresidente de AP, representaba el continuismo político. De indiscutible densidad intelectual, al bando de Herrero de Miñón se le llamó, de forma algo despectiva, el de los “ilustrados”.

Al otro lado, Hernández Mancha, Antoñito para los más próximos. 35 años. Además de joven, simpático: de él se dijo que era como “el chico que va de cacería y cae bien a todo el mundo; baila con la chacha, bebe vino con el que cuida los perros y se liga a la hija del cortijero” (si algún lector intuye alguna similitud con Pablo Casado, le recomiendo esperar al final). Un programa de Informe Semanal de entonces decía que Hernández Mancha “practica el populismo más como una necesidad vital que como una estrategia política”. Al grupo que lo apoyaba se le llamó, con un sentido menos peyorativo del que tendría hoy, el de los “populistas”.

Como en cualquier victoria política, la de Hernández Mancha fue en cierto modo una alineación de astros. Garcia Tizón, presidente del partido en Castilla la Mancha (otra coincidencia, la tierra de Cospedal) lo apoyó porque estaba enfrentado a Miñón. El propio Fraga maniobró para apoyar a Mancha, pensando que sería un candidato más domesticable para un posible regreso. Hernández Mancha ganó holgadamente el Congreso, y a partir de entonces decidió ir por libre. Como no era diputado, en una época en la que vida política estaba muy parlamentarizada, Mancha hizo de la ubicuidad su estrategia política. Mancha entraba en todas las polémicas, hablaba de todo y cometió no pocos errores. Después de reunirse con Mario Conde, por ejemplo, declaró a los periodistas que Conde le había prometido 10 millones de pesetas para apoyar a los populares. Nunca más volvieron a reunirse.

Apenas dos meses después de ser elegido, Mancha decidió casi en solitario, para asombro del resto de dirigentes populares, presentar una moción de censura contra Felipe González, una estrategia condenada de antemano al fracaso (si me apuran, algo así como ir a Bruselas a “frenar” los presupuestos del Gobierno). Según explicó Hernández Mancha años más tarde, la censura en realidad no iba contra Felipe, sino contra Adolfo Suarez, que entonces comandaba el CDS y al que algunas encuestas ponían en condiciones de disputarle el terreno político del centro-derecha a AP. ¿Les suena todo esto?

Hernández Mancha dimitió en 1989 sin llegar a presentarse a unas elecciones. Había sido incapaz de integrar en su equipo a los dirigentes que apoyaron a Herrero de Miñón, como José María Aznar o Rodrigo Rato. Pero, sobre todo, Hernández Mancha fue víctima de sus frecuentes cambios de rumbo, de sus estrategias improvisadas, de su levedad política, de ese populismo ligero con sabor a aceituna y manzanilla. Se despidió, eso sí, con una frase de Napoleón: “una retirada a tiempo es una victoria”.

A menudo, observar el tablero político es una especie de ejercicio telescópico, como si las estrellas que hoy pueblan nuestro firmamento fuesen en realidad la luz que se apagó hace muchos años.

Pablo Casado Antonio Hernández Mancha