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Los bárbaros, a las puertas de Europa: las elecciones más importantes de la historia
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Isidoro Tapia

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Los bárbaros, a las puertas de Europa: las elecciones más importantes de la historia

De las muchas citas que nos aguardan en el próximo ciclo electoral, donde más nos jugamos esta vez es en las elecciones europeas. Nos jugamos la supervivencia del día a día del proyecto europeo

Foto: 'El rapto de Europa', de Rembrandt.
'El rapto de Europa', de Rembrandt.

El populismo es como las familias infelices de Tolstoi: cada serpiente populista lo es a su propia manera. Como las enfermedades más peligrosas, es imposible saber de dónde vendrá el siguiente mordisco. En algunos lugares ya ha hecho metástasis (de Hungría a Polonia, de Italia a Austria). En otros, como Alemania, es un brote todavía sin diagnóstico. En el Reino Unido pegó un único mordisco, pero los británicos se muestran incapaces de eliminar el veneno que les inocularon. En Suecia, oímos el siseo de la bala a centímetros del rostro, y en Francia, la misma bala que pasó rozando no termina de perderse de vista. Europa está, otra vez, asediada por las hordas bárbaras. Esta vez, no son financieros sin escrúpulos, los mercados de deuda que a punto estuvieron de descarrilar el proyecto europeo a principios de esta década. Esta vez, es más grave. Porque no es un ataque contra un pilar de la Unión Europea, como el monetario, sino contra todos: contra su mismo corazón político. Y porque no viene de fuera, sino del interior mismo de cada país. Esta vez, los bárbaros no están a las puertas, sino que pasean por nuestras calles.

¿Qué vienen a buscar los bárbaros? En 'The Darkening Age', la historiadora británica Catherine Nixey repasa un manual de oratoria del siglo II sobre cómo estructurar las oraciones funerarias: dónde glosar los méritos profesionales, dónde recordar a la familia y los amigos, cuándo mencionar las virtudes personales. Según el manual, inmediatamente después del nombre del finado debe recordarse la ciudad donde nació. Para los clásicos, recordar el origen de una persona es el mejor homenaje a su memoria.

Europa está, otra vez, asediada por las hordas bárbaras. Esta vez, no son financieros sin escrúpulos. Esta vez, es un ataque más grave

En un capítulo de 'The Newsroom' (no es la mejor serie de Aaron Sorkin, pero brinda buenos momentos) le preguntan al protagonista por qué piensa que EEUU es el mejor país del mundo. “No creo que lo sea”, responde, ante una audiencia que se queda perpleja. “Pero sí que podría serlo”.

La Unión Europea está también lejos de ser una construcción perfecta. Pero el sueño europeo consiste en creer que 'podría serlo'. Europa es nuestro 'last best hope', como decía Lincoln de EEUU. Lo que se nos ocurrió hacer después de matarnos unos a otros. El modo de pasar página a la orgía de odio y destrucción de las grandes guerras. Seguramente, la mejor obra política que los habitantes de este rincón del planeta hemos levantado en nuestra larga historia.

La Unión Europea está también lejos de ser una construcción perfecta. Pero el sueño europeo consiste en creer que 'podría serlo'

La Europa que conocemos nació de tres miedos tras la II Guerra Mundial: en primer lugar, el miedo a un rearme alemán, que dio lugar a la propuesta francesa para el control conjunto de la producción de carbón y acero en la cuenca del Ruhr, el Plan Schuman; el segundo miedo fue al gigante soviético que, de manera imparable, iba consolidando su hegemonía en la parte oriental del continente. Fue este miedo al monstruo soviético el que rescató a Alemania de la condición de paria a que las atrocidades nazis y la derrota militar lo habían relegado. Y, finalmente, hubo un tercer miedo: el de los propios países europeos a verse avasallados por los intereses de EEUU. Un miedo que se tradujo en resistencia a los planes federalistas de EEUU, que apostaban entonces por la formación de unos Estados Unidos de Europa. Los gobiernos europeos contraatacaron proponiendo una unión aduanera donde los estados mantendrían un peso destacado. La fórmula fue un auténtico brote de ingenio: avanzar paso a paso, creando un entramado de intereses comunes. Con el tiempo, la interdependencia sería tan fuerte, que nunca más una guerra resultaría beneficiosa para nadie. Una comunidad de intereses que, paso a paso, piedra a piedra, construyese un proyecto político.

Contra todo pronóstico, la fórmula funcionó, con muchísimas más luces que sombras, dándonos a los europeos el medio siglo más fructífero de nuestra larga historia, aquel en el que más han mejorado nuestras condiciones de vida, nuestros derechos políticos y sociales, y la fortaleza de nuestras instituciones.

Europa es una tecnocracia que aspira a tener el sistema de valores más avanzado del mundo

Como los miedos y los sueños están hechos del mismo tejido, el temor que puso la primera piedra se convirtió pronto en un proyecto de vida en común, como diría Ortega. Europa es una tecnocracia que aspira a tener el sistema de valores más avanzado del mundo. Una casa que se empezó a construir por los cimientos mientras se soñaba con el tejado. También las catedrales europeas se construyeron con varias dosis de sueños imposibles. Cuando se empezaron a construir las catedrales góticas en la Edad Media, los diseños arquitectónicos eran tan irrealizables como ir a la Luna a principios de los sesenta. Y, sin embargo, ambas metas se alcanzaron. Dicen que Kennedy se convenció de que su promesa era realizable bastante tiempo después de hacerla, cuando visitó un centro de la NASA y saludó a un trabajador que sostenía un carrito de limpieza. Kennedy le preguntó educadamente: “¿Cuál es tu trabajo aquí?”. A lo que el trabajador respondió: “Presidente, estoy ayudando a llevar al hombre a la Luna”.

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Quizás el problema sea que en Europa llevamos décadas apuntando con el dedo a la Luna, y la Luna no termina de tocar la Tierra. De tanto insistir en nuestros sueños imposibles, estamos enterrando lo ya conseguido. A veces entran ganas de hacer como los Monty Python, y preguntarnos en voz alta: ¿qué han hecho por nosotros los romanos —los romanos de Bruselas—? Y empezar a repasar en voz alta: la libertad de movimientos, la estabilidad macroeconómica, las obras de infraestructuras. ¿Y qué más? La liberalización de los mercados de bienes y servicios, la apertura comercial, la lucha contra el cambio climático, la ayuda al desarrollo o la defensa de los derechos humanos.

Los populismos que nos acechan en el continente (en esto todos se parecen, como las familias felices) dicen venir a quedarse con nuestros sueños imposibles: Salvini en Italia, con una política migratoria que nunca hemos tenido; Ley y Justicia en Polonia, con un sistema judicial independiente (¿acaso tenemos uno?). Orbán en Hungría con la libertad de prensa, tantas veces en entredicho. Es el rapto de Europa: los populistas nos vienen a decir que es hora de bajarse del barco, que nunca terminaremos de construir las catedrales, que jamás pondremos un pie en la Luna. El riesgo es que se queden con todo lo demás, lo que ya hemos construido.

Los populistas nos vienen a decir que es hora de bajarse del barco, que jamás pondremos un pie en la Luna. El riesgo es que se queden con lo demás

Luuk van Middelaar, en 'The Passage to Europe', describe el endiablado sistema institucional europeo como un juego de órbitas: la órbita interior es la que marcan los tratados comunitarios, las competencias exclusivas de la Unión. En el extremo opuesto estaría la órbita exterior, lo más lejos que la Unión Europea puede llegar, la que determinan los estados miembros y se manifiesta en las reuniones del Consejo.

Y, finalmente, está la órbita intermedia. Con su actuación en el día a día, las instituciones europeas van dejando su huella en muchas otras políticas que sufren una especie de baño en la marmita comunitaria. Se trata de un proceso continuo, no reglado, que desgasta los vértices nacionales de las políticas, en lo que se conoce como la construcción del acervo comunitario. El día a día en Europa es la órbita más importante.

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Las próximas elecciones europeas no son unos comicios más: de las muchas citas que nos aguardan en el próximo ciclo electoral (andaluzas, municipales, autonómicas, y tal vez catalanas y hasta generales), me atrevería a decir que donde más nos jugamos esta vez es en las elecciones europeas. Nos jugamos la supervivencia del día a día del proyecto europeo. En noviembre de 1876, Otto von Bismarck anotó en los márgenes de una carta la siguiente reflexión: “Quien hable de Europa se equivoca. Es solo una expresión geográfica”. Quizá tenía razón. Pero muchos todavía queremos creer que estaba equivocado.

El populismo es como las familias infelices de Tolstoi: cada serpiente populista lo es a su propia manera. Como las enfermedades más peligrosas, es imposible saber de dónde vendrá el siguiente mordisco. En algunos lugares ya ha hecho metástasis (de Hungría a Polonia, de Italia a Austria). En otros, como Alemania, es un brote todavía sin diagnóstico. En el Reino Unido pegó un único mordisco, pero los británicos se muestran incapaces de eliminar el veneno que les inocularon. En Suecia, oímos el siseo de la bala a centímetros del rostro, y en Francia, la misma bala que pasó rozando no termina de perderse de vista. Europa está, otra vez, asediada por las hordas bárbaras. Esta vez, no son financieros sin escrúpulos, los mercados de deuda que a punto estuvieron de descarrilar el proyecto europeo a principios de esta década. Esta vez, es más grave. Porque no es un ataque contra un pilar de la Unión Europea, como el monetario, sino contra todos: contra su mismo corazón político. Y porque no viene de fuera, sino del interior mismo de cada país. Esta vez, los bárbaros no están a las puertas, sino que pasean por nuestras calles.

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