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El CIS, las alcachofas de Rajoy y el acertijo de la repetición electoral
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Isidoro Tapia

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El CIS, las alcachofas de Rajoy y el acertijo de la repetición electoral

Volver a unas elecciones es como si en un juicio un fiscal repreguntase de la siguiente forma a los testigos: "¿Está usted seguro?". Una cuestión a la que ya hemos contestado

Foto: Papeletas en unas urnas en las pasadas elecciones generales. (EFE)
Papeletas en unas urnas en las pasadas elecciones generales. (EFE)

Una repetición electoral es como si en un juicio el fiscal repreguntase de la siguiente forma a los testigos: “¿Está usted seguro?”. Habrá quien lo tolere de mejor o peor grado, pero para la mayoría del cuerpo electoral, unas segundas elecciones representan una pregunta a la que ya ha contestado.

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Quizá por eso, la repetición electoral es un acertijo dentro del misterio que siempre encierran las campañas electorales. Las campañas son como los mundiales de fútbol: 'a posteriori', todas se pueden novelar, y trazar las flechas que conducían al resultado final. Solo los más privilegiados, claro está, son capaces de acertar 'a priori' hacia dónde apuntaban estas flechas.

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En 2008, por ejemplo, Hillary Clinton hizo descansar su estrategia electoral en los hombros de Mark Penn, un gurú electoral que había trabajado con éxito para los demócratas durante la presidencia de su marido, así como para la última (y la más difícil) victoria de Tony Blair en el Reino Unido, la de 2005, cuando algunos de los patinazos de la guerra de Irak ya le habían quedado al descubierto. Mark Penn publicó un interesante libro en 2007 (que ha envejecido, no obstante, demasiado deprisa), 'Microtrends', en el que defendía que los políticos debían concentrarse en las pequeñas tendencias, en las preocupaciones de colectivos minoritarios, como las madres trabajadoras que llevan a sus hijos a actividades extraescolares (las famosas 'soccer moms', clave precisamente en la reelección de Bill Clinton), los padres divorciados, así como otros colectivos más escurridizos, que en algunos casos en el libro de Penn rozaban el ridículo, como los padres que ponen música clásica a sus hijos.

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La estrategia de Penn y Hillary fue uno de los mayores patinazos políticos de la historia: porque las elecciones de 2008 fueron justamente lo contrario. En lugar de versar sobre muchos temas pequeños, giraron en torno a un único tema muy grande: cambio. Uno de los eslóganes más huecos pero al mismo tiempo de mayor fuerza magnética de la historia electoral. La gran hazaña de Barack Obama en 2008 no fue solo lo que hizo, sino cómo lo hizo. Porque rompió la puerta del 'establishment' político, e hizo rodar por el suelo todos los consensos de los gurús electorales, que defendían que los grandes temas habían perdido su sitio en las contiendas electorales.

Entre nosotros, ha habido de todo. En general, las victorias socialistas se han cincelado a lomos del 'cambio' (como la de Felipe González en 1982 o la de Zapatero en 2004) mientras las grandes victorias del PP (como la de Aznar en 2000 o la de Rajoy en 2011) se forjaron en la economía. También, aunque en muchos menos casos, ha habido elecciones que se han ganado en 'temas pequeños'. El ejemplo más reciente lo tuvimos en las elecciones de junio de 2016, la primera vez que pasamos por el trago de repetir unos comicios ante la incapacidad de los grupos políticos de alumbrar un Gobierno.

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Aquellas elecciones, también las segundas en un intervalo menor a seis meses, no fueron sobre nada en concreto. Ningún 'gran tema' acaparó los titulares. Quien mejor supo verlo fue el entonces presidente en funciones, Mariano Rajoy. No por casualidad fue también el que mejor resultado obtuvo en las urnas. Para las hemerotecas, quedará una de las pocas imágenes memorables que dejó aquella campaña, por lo demás bastante anodina: la de Rajoy al borde de las lágrimas mientras visitaba un campo de alcachofas de Tudela (Navarra). Los analistas políticos nos echamos unas risas a costa de aquella imagen: aquel mismo mes de junio de 2016 se celebraba el referéndum del Brexit. Y Trump iba pasando obstáculos en las elecciones primarias del Partido Republicano. Entre tanta convulsión geopolítica, ¿qué hacía el presidente español llorándole a una alcachofa?

placeholder Mariano Rajoy, en el campo de alcachofas de Navarra. (EFE)
Mariano Rajoy, en el campo de alcachofas de Navarra. (EFE)

De todos los posibles tipos de elecciones, una repetición electoral es el terreno menos fértil para los 'grandes temas', y en cambio el mejor abonado para los 'pequeños', para las alcachofas o para los padres melómanos de Mark Penn. Una repetición electoral es como si nos preguntasen “¿estás seguro?”. Lo más normal es que la mayor parte del electorado responda que sí, que se reafirme en lo que votó unos meses antes. A nadie le gusta equivocarse, ni mucho menos reconocer que lo ha hecho. Los movimientos, de producirse, son mínimos, marginales. Microtendencias. Rajoy (o sus asesores) lo vieron con claridad: de lo que se trataba era de arañar un puñado de escaños en unas circunscripciones determinadas, en aquel caso, provincias del interior con un importante peso del sector agrícola. Si hacía falta llorarles a las alcachofas, por ellos que no fuese.

Las elecciones del pasado mes de abril versaron sobre un 'gran tema': la llegada de la ultraderecha a las instituciones. Gracias a ello, la izquierda logró una movilización histórica. Los estrategas socialistas planearon una segunda vuelta con otro 'gran tema': el bloqueo institucional, con el objetivo de que Iglesias pagase los platos rotos del bloqueo. Toda la campaña socialista gira sobre esta misma idea. Debo decirles que es una estrategia que me provoca ciertas dudas: presentar a Sánchez como la solución al bloqueo político es como intentar presentar a Trump como la esperanza 'verde' para la salvación del planeta. Aunque cosas más extrañas se han visto. En el fondo, lo más sorprendente es que los socialistas hayan planteado las elecciones como si hubiese un único 'gran tema': el bloqueo político.

¿Qué nos dice el CIS al respecto? Olvídense del titular, la descomunal victoria socialista que predice. No hace falta entrar en muchas cuestiones metodológicas, pero quédense con el siguiente dato: en el barómetro preelectoral de marzo, el voto directo para Vox era del 3,8%, que la 'cocina' del CIS transformaba en una estimación de voto del 11,9%. Ahora, Vox obtiene una intención directa de voto del 4% (es decir, una ligera subida respecto a marzo), que el CIS convierte en una estimación de voto del 7,9%. No está mal para quien decía que la 'cocina' de las encuestas era una forma de 'brujería'.

Olvídense, insisto, de la estimación de escaños, y fíjense en las microtendencias. ¿Qué nos dice el CIS? En primer lugar, que la abstención va a subir considerablemente. En marzo, los que decían que “votarían con toda seguridad” (la pregunta que mejor predice la participación electoral) llegaban al 76,3%. Ahora, este porcentaje es del 67,3%. Una caída de casi 10 puntos puede provocar un pequeño terremoto electoral.

La segunda microtendencia es que la encuesta no refleja ninguna calentura por el tema catalán (como es lógico, porque el trabajo de campo se hizo antes de la publicación de la sentencia y los disturbios posteriores), pero tampoco curiosamente por los temas económicos. Los votantes preocupados por el paro o por otras cuestiones económicas incluso caen respecto al barómetro de marzo, a pesar del deterioro de algunos indicadores económicos. Lo que sí se observa es un repunte significativo de la 'antipolítica', es decir, de aquellos que señalan a los políticos como uno de los principales problemas del país (que suben del 12,8% al 19,7%), movimiento que seguramente explica el ligero repunte de Vox y la resistencia que muestra Unidas Podemos.

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Y la tercera microtendencia que deja el CIS es que a quien peor le ha sentado la repetición electoral es a Ciudadanos, y en particular a su líder, quien más cae en valoración ciudadana, mientras Sánchez permanece plano e Iglesias incluso repunta. Un resultado sorprendente teniendo en cuenta que fueron estos dos últimos quienes protagonizaron la fallida negociación para la formación del Gobierno. Tan sorprendente, que ha pillado con el pie cambiado a los socialistas, que planeaban asaltar el fortín de Iglesias y ahora reparan en que el mayor tesoro electoral está entre los votantes naranjas (a quienes los socialistas no han cortejado precisamente en los últimos tiempos).

Si estas elecciones versasen sobre 'grandes temas', sobre Cataluña, la economía o el bloqueo político, Ciudadanos, que durante mucho tiempo convirtió estos ejes (el discurso antiindependentista, el programa económico o la transversalidad en los pactos) en las claves de su actuación política, debería salir beneficiado. Su caída en los sondeos es la mejor prueba de que estas elecciones irán sobre pequeñas tendencias más que sobre un único gran tema. Porque, como las familias de Tolstoi, cuando los votantes son felices se movilizan por un único motivo; en cambio, cuando están cabreados, como ahora, cada uno la vive a su propia manera.

Una repetición electoral es como si en un juicio el fiscal repreguntase de la siguiente forma a los testigos: “¿Está usted seguro?”. Habrá quien lo tolere de mejor o peor grado, pero para la mayoría del cuerpo electoral, unas segundas elecciones representan una pregunta a la que ya ha contestado.

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