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Leopoldo Abadía

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Ayer, huelga

Día de huelga pro Igualdad de la mujer, que en una cosa no puede ser igual al hombre

Foto: Un grupo de mujeres participa en la lectura del comunicado alternativo de los sindicatos minoritarios convocantes de la huelga de 24 horas el Día de la Mujer. (EFE)
Un grupo de mujeres participa en la lectura del comunicado alternativo de los sindicatos minoritarios convocantes de la huelga de 24 horas el Día de la Mujer. (EFE)

Voy en avión a Palma, a ver a mis hijos y a mis nietos. Me pongo a escribir este artículo. A los pocos minutos, me dicen por megafonía que aunque vuele con frecuencia, tengo que hacer caso a lo que me van a decir. O sea, que no dé nada por supuesto y que me fije bien.

Retrocedo en el tiempo, lo que cada día es más frecuente, porque cada día me acuerdo más de lo que pasó hace 30 años y menos de lo que he comido hoy con un amigo de toda la vida, que, por cierto, no me acuerdo cómo se llama.

En el retroceso me encuentro con otro amigo. Tampoco me acuerdo cómo se llama. Pero sí me acuerdo de lo que me dijo un día que me había 'cogido el toro'.

El toro me había pillado porque el tema que se discutía en el consejo de una empresa —tampoco me acuerdo del tema, del consejo y de la empresa— era tan claro —para mí— y lo que iban a decir los otros consejeros era tan obvio, que bajé la guardia y no preparé lo que ahora se llama 'el plan B'. Los consejeros dijeron otra cosa y allí me quedé, a la intemperie, con una importante rabieta interior, porque la culpa del accidente era mía y solo mía.

Nunca me volvió a pasar, hasta que un día, en una asamblea del IESE, con un salón de actos lleno hasta arriba esperando la proyección de una película, vino uno de los que dependían de mí, del que, ahora sí, me acuerdo de su nombre, de su apellido y hasta del color de su corbata, y me dijo que nos habíamos olvidado la máquina de cine en Barcelona. También sin plan B, solo se me ocurrió susurrar una orden: "Quiero una máquina aquí en cinco minutos". El susurro debió ser tan silbante como el de una serpiente venenosa. A los cuatro minutos estábamos enchufando el proyector. (Hay que aclarar que en un colegio mayor no era tan difícil el encargo). Al acabar la proyección, el público me felicitó por la buena organización.

Los consejeros dijeron otra cosa y allí me quedé, a la intemperie, con una importante rabieta interior, porque la culpa del accidente era mía y solo mía

El azafato ya ha acabado la demostración, que he seguido atentamente en castellano, inglés y catalán, por aquello de no dar nada por supuesto. Ya estamos volando y la cabeza se me vuelve a ir. Esta vez se va al día de la huelga de las mujeres.

Como todo, ser mujer tiene ventajas e inconvenientes. Ser hombre también los tiene. Lo que pasa es que, históricamente, con frecuencia la mujer ha sido peor tratada. Cuando veo anuncios de coches, de perfumes cuya base es la mujer, mejor dicho, el cuerpo de la mujer, pienso que el publicista no se ha devanado el cerebro excesivamente. Ni excesivamente ni suficientemente. Ha cogido un cuerpo de mujer, más o menos vestido, y lo ha puesto delante de un coche o delante de un supermercado y hala, anuncio hecho. Ya sé que alguien dirá que las mujeres también tienen que comer, pero comer con dignidad es más bonito que lo contrario.

A mi mujer, hace muchos años, se le ocurrió que en las comidas familiares las mujeres no se levantaran nunca. Con frecuencia, ellas preparan la comida a no ser que esté mi yerno Pedro, nuestro Ferran Adrià particular. Pero cuando ya estamos sentados todos, solo se levantan los hombres. Si viene algún amigo de los hijos o de los nietos, y hay que poner agua o traer el pan y se queda sentado esperando que le sirvan, mi mujer le dice: "Niño, levántate, que aquí se levantan los hombres". Con lo que. por el mismo precio, devolvemos educado al chaval.

En casa tenemos otra regla: delante de la madre no se sueltan tacos. Y se cumple. Y si a alguno —incluido yo— se le escapa uno, pide perdón inmediatamente.

Día de huelga pro igualdad de la mujer, que en una cosa no puede ser igual al hombre. La mujer puede ser madre. Y eso es muy serio. Leía un artículo en un digital, con un apartado titulado "La maternidad perjudica el ascenso". Pensé que también podía ser al revés: que el ascenso, la promoción en la empresa, puede perjudicar —a veces mucho— la maternidad.

O sea, que todos somos iguales, pero ellas, más iguales que nosotros.

En casa tenemos otra regla: delante de la madre no se sueltan tacos. Y se cumple

Me parece que este día era necesario. Por supuesto, para avanzar en la igualdad de trabajos, de responsabilidades, de remuneración, de 'status'.

Pero me gustaría también que aprovechásemos el día para mejorar nuestro respeto por las mujeres. No hablo de la violencia doméstica, que es una salvajada aberrante. Me refiero a las faltas de finura, a las groserías que oigo por la calle en presencia de chicas, menos chicas y mayores. Me refiero a los anuncios de contactos en los que se alquilan mujeres. Me refiero a los anuncios utilizando mujeres-objeto. Me refiero a los anuncios de clínicas abortistas, que animan a los hombres a que hagan lo que quieran con las mujeres sin preocuparse por las consecuencias, llamando 'consecuencia' a lo que otros llamaríamos "pobre crío, que se lo van a cargar".

Me refiero a esas cosas, que crean un clima de absoluto desprecio por la mujer. No vaya a ser que nos pasemos el día organizando manifestaciones, aplaudiendo el ataúd de una señora cuando el animal de su exmarido la ha cosido a puñaladas, y exigiendo mejores sueldos cuando en la vida diaria consideramos a la mujer como un objeto, a veces bello, de usar y tirar.

Anticuado que es uno.

Voy en avión a Palma, a ver a mis hijos y a mis nietos. Me pongo a escribir este artículo. A los pocos minutos, me dicen por megafonía que aunque vuele con frecuencia, tengo que hacer caso a lo que me van a decir. O sea, que no dé nada por supuesto y que me fije bien.

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