Dos Palabras
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La lección que debe aprender el PP tras el caso Murcia
¿Qué debe aprender el PP de todo esto? Pues básicamente que no puede gobernar en minoría como si siguiera teniendo mayoría, y que los acuerdos están para cumplirse
Cuando hace unos meses Ciudadanos anunciaba que rompía el pacto que le unía al PP en el Gobierno de Murcia si Pedro Antonio Sánchez no presentaba su dimisión, todos o casi todos —y yo mismo entre ellos— creímos que el partido de Albert Rivera se había metido en un lío monumental y que aquello no era más que una rabieta producto de los desaires que le había hecho el propio Rajoy coqueteando con los socialistas. No era posible que Ciudadanos se echara en manos de un tripartito compartido con el PSOE y Podemos y, además, el juez iba a levantar más pronto que tarde la imputación al presidente murciano, con lo que los naranjas se iban a quedar, perdón por la expresión, con el culo al aire.
Llevados por esa convicción, en el PP hicieron lo que mejor saben hacer, algo que han aprendido de su jefe de filas: sentarse a esperar a que la manzana cayera madura en sus manos y comérsela. Pero nos equivocamos. Se equivocaron. Ni el juez ha levantado la imputación ni tiene visos de ir a levantarla, y Ciudadanos ha jugado su carta hasta el final. Ha sido la convicción de que el partido de Albert Rivera estaba dispuesto a votar favorablemente la moción de censura a cambio de una serie de concesiones que el PSOE iba a aceptar lo que empezó a poner nerviosos a los dirigentes de Génova 13 desde hace un par de semanas.
Especialmente a Fernando Martínez-Maillo, el hombre al que ahora le caen todos los marrones y que tiene una especial habilidad para verlos venir, y para solucionarlos. Hace ya unos cuantos días que el coordinador general del PP tenía claro que la única solución a un problema que se había enquistado y no había manera de desatascarlo era la dimisión del presidente murciano, y eso a pesar de que en el partido siguen confiando en su inocencia o, al menos, en que detrás de eso que se llama caso Auditorio no hay más que una falta administrativa y en ningún caso un delito típico de corrupción.
Pero los tiempos han cambiado, y esa es la principal lección que debe aprender el PP de todo lo que ha pasado. Ayer, cuando el juez del caso Púnica pedía la imputación de Pedro Antonio Sánchez, en Génova 13 saltaron todas las alarmas. La noticia coincidía con un comité ejecutivo al que no había acudido el ínclito y en el que, aparentemente, se respaldaba su continuidad. Pero la realidad era que presidente, secretaria general y coordinador general acordaban el viaje de este último a Murcia para poner orden.
Maillo ha mantenido durante todo este tiempo un contacto muy fluido con sus interlocutores en Ciudadanos, Inés Arrimadas y José Manuel Villegas, y sabía que no estaba en el ánimo del partido de Albert Rivera hacer presidente de Murcia al líder del PSOE en la región, a quien acusa con bastante razón Pedro Antonio Sánchez de haber estado manipulando todo lo posible su caso para conseguir que el juez mantuviera la imputación, incluso recusando a este último. Esta es una de las cosas que el Gobierno, de acuerdo con Ciudadanos, debería cambiar: que los partidos políticos no puedan personarse en causas contra sus adversarios. Pero eso es otro cantar.
El caso es que si el lunes el PP de Murcia se enrocaba en la continuidad de su presidente, incluso pasando a la oposición si triunfaba la moción de censura, el martes, cuando se desayunaron el viaje de Maillo a Murcia, ya sabían lo que se venía encima, y el presidente murciano casi ni esperó a que el dirigente nacional llegara allí para anunciar lo inevitable: su dimisión. Respiraron en el PP nacional. Y respiraron en Ciudadanos, que ahora se replanteará su negativa inicial a entrar en el Gobierno de la comunidad.
¿Qué debe aprender el PP de todo esto? Pues básicamente que no puede gobernar en minoría como si siguiera teniendo mayoría, y que los acuerdos están para cumplirse. Pedro Antonio Sánchez cometió la ingenuidad de firmar un pacto en el que se imponía su dimisión si era imputado. Es más, llevado por un exceso de autoconfianza, se comprometió públicamente a dimitir si era imputado. Y no lo hizo. Y eso en política se paga. Estos son tiempos distintos, y los partidos tradicionales tienen que acostumbrarse a que ahora las normas las ponen otros. Dicho lo cual, repito lo que ya he escrito otras veces: hay que llegar a alguna clase de acuerdo que permita darle a la presunción de inocencia la dimensión que debe tener en un Estado de derecho que se precie.
Cuando hace unos meses Ciudadanos anunciaba que rompía el pacto que le unía al PP en el Gobierno de Murcia si Pedro Antonio Sánchez no presentaba su dimisión, todos o casi todos —y yo mismo entre ellos— creímos que el partido de Albert Rivera se había metido en un lío monumental y que aquello no era más que una rabieta producto de los desaires que le había hecho el propio Rajoy coqueteando con los socialistas. No era posible que Ciudadanos se echara en manos de un tripartito compartido con el PSOE y Podemos y, además, el juez iba a levantar más pronto que tarde la imputación al presidente murciano, con lo que los naranjas se iban a quedar, perdón por la expresión, con el culo al aire.