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Del casoplón de Iglesias y la licenciatura de Casado
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Del casoplón de Iglesias y la licenciatura de Casado

La verdad, resulta triste comprobar hasta qué punto la banalidad se impone sobre lo crucial, sobre lo importante, sobre lo verdaderamente grave. Y así nos va

Foto: El chalé de Irene Montero y Pablo Iglesias.
El chalé de Irene Montero y Pablo Iglesias.

Pablo Iglesias e Irene Montero tienen todo el derecho del mundo a comprarse la casa que quieran, cómo quieran y dónde quieran. Negarles ese derecho —y ha habido estos días quien lo ha hecho— es un acto de mala fe. Cualquier padre y madre quieren lo mejor para sus hijos y es totalmente lógico que en el concepto de lo mejor se incluya la vivienda habitual. Y si una familia tiene recursos para comprarse una casa como la que hemos visto hasta la saciedad estos días pasados, no puede haber nada que se lo impida, ni nadie que lo cuestione porque Pablo Iglesias e Irene Montero viven en un país libre, con un Estado de Derecho sólido, en el que se garantiza el derecho a la propiedad privada y en el que supuestamente a nadie se le juzga por lo que hace con su dinero siempre que lo haya ganado honradamente, como es el caso.

Ahora bien, lo que ha pasado debería servir de lección. No solo a ellos, sino en general. En este país hay una tendencia recurrente a simplificar las cosas y Podemos utilizó para captar la atención de la gente el discurso fácil pero muy popular de que los ricos son los malos y los pobres son los buenos. De hecho, construyeron su tronco discursivo no sobre el modelo horizontal izquierda-derecha, sino sobre el vertical arriba-abajo, culpabilizando a los de arriba de todos los males que les ocurrían a los de abajo. Había algo de verdad en ese discurso, no voy a negarlo, y yo mismo he ido comprendiendo a lo largo del tiempo que en la esencia del capitalismo latía una cierta injusticia social, esa que permite que en manos de unos pocos haya la misma cantidad de riqueza acumulada que la que hay en manos del resto de los miles de millones de seres humanos que pueblan la tierra.

En un momento en el que España atraviesa graves problemas, nos quedamos en lo anecdótico del casoplón de Iglesias y la licenciatura de Casado

La cuestión es: ¿dónde establecemos la línea divisoria? ¿En una casa de 600.000 euros? ¿Eso los convierte en ricos, en casta, en lo que ellos mismo han criticado durante tanto tiempo? Probablemente no, pero no estaría de más que tanto Iglesias como Montero hicieran un cierto examen de conciencia público, y que más allá de dar una explicación que no es necesaria sobre por qué se compran una casa, desnudaran el ropaje intelectual de Podemos y asumieran que, a lo mejor, no estaban ofreciendo a la sociedad española un discurso acertado.

De hecho, lo que pone de manifiesto lo ocurrido esta semana con la casa de Iglesias y Montero es que el Podemos que salió de Vistalegre II está poco a poco viéndose superado por los acontecimientos y asumiendo inevitablemente que para ofrecer un proyecto alternativo al bipartidismo necesita contar no solo con el voto de los más desfavorecidos, sino también con el de las clases medias acomodadas. O sea, la victoria por la vía de lo inevitable de Íñigo Errejón. La transversalidad. El Podemos amable abierto a entenderse con todas las capas sociales.

Montero e Iglesias explican la compra de su chalé de 600.000 euros.

Pero hay una segunda lectura en este asunto, que francamente me preocupa más porque tiene que ver con la calidad de país y, sobre todo, de medios de comunicación que tenemos. Al mismo tiempo que esto ocurría, al vicesecretario de comunicación del PP, Pablo Casado, se le juzgaba en los medios, en las tertulias y en las redes sociales por haber terminado la carrera de Derecho de un plumazo, dando a entender, sin poder demostrarlo nada más que por confesiones anónimas, que había habido un trato de favor. Me preocupa, insisto, la banalidad de la política. En un momento en el que España atraviesa graves problemas, como lo es el resurgimiento del desafío soberanista catalán, nos quedamos en lo puramente anecdótico del casoplón de Iglesias y la licenciatura de Casado. La verdad, resulta triste comprobar hasta qué punto la banalidad se impone sobre lo crucial, sobre lo importante, sobre lo verdaderamente grave. Y así nos va.

Pablo Iglesias e Irene Montero tienen todo el derecho del mundo a comprarse la casa que quieran, cómo quieran y dónde quieran. Negarles ese derecho —y ha habido estos días quien lo ha hecho— es un acto de mala fe. Cualquier padre y madre quieren lo mejor para sus hijos y es totalmente lógico que en el concepto de lo mejor se incluya la vivienda habitual. Y si una familia tiene recursos para comprarse una casa como la que hemos visto hasta la saciedad estos días pasados, no puede haber nada que se lo impida, ni nadie que lo cuestione porque Pablo Iglesias e Irene Montero viven en un país libre, con un Estado de Derecho sólido, en el que se garantiza el derecho a la propiedad privada y en el que supuestamente a nadie se le juzga por lo que hace con su dinero siempre que lo haya ganado honradamente, como es el caso.

Irene Montero