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La casa del señor inquisidor
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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La casa del señor inquisidor

Erigirse en predicador de la moral y juez implacable de vidas ajenas conlleva ciertas renuncias, incluso más allá de lo razonable

Foto: La casa de Pablo Iglesias e Irene Montero en el norte de Madrid.
La casa de Pablo Iglesias e Irene Montero en el norte de Madrid.

En 'El señor inquisidor y otras vidas por oficio', Julio Caro Baroja incluyó esta cita sobre las cargas que acarreaba en la España de Felipe II el oficio de inquisidor: “Los inquisidores y otros ministros del Santo Oficio no sólo no pueden recibir dinero, sino tampoco cosas de comer y beber, so pena de excomunión, privación de oficio, restitución al doble y otras”. Para sostener la autoridad del siniestro tribunal, quienes actuaban en su nombre como guardianes de la fe y martillo de herejes debían privarse de bienes de los que el resto de los mortales disfrutaban sin escándalo.

Erigirse en predicador de la moral y juez implacable de vidas ajenas conlleva ciertas renuncias, incluso más allá de lo razonable. Es la servidumbre que han de soportar los torquemadas y savonarolas que contaminan la vida pública en todas la épocas y lugares.

Hay dos versiones de Pablo Iglesias: una es la del demagogo que fustiga, difama y envía a la hoguera a otros políticos por adquirir honradamente una vivienda más o menos cara. Otra es la del ciudadano que se compra una casa para él y su familia, por el mismo precio que pagó el pecador al que él antes condenó.

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias (d), y la portavoz parlamentaria de Unidos Podemos, Irene Montero. (EFE) Opinión

Que quede clara mi posición: de los dos Iglesias, yo combato al primero, no al segundo. No a la persona normal que hace cosas normales como comprar la mejor casa que pueda pagar, sino al cínico agitador de masas dispuesto a ver siempre antes la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.

Nunca he compartido el tópico prejuicio de que una persona de izquierdas tenga que vivir pobremente por el hecho de serlo. Me parece confundir la velocidad con el tocino, o la coherencia con el catecismo. Un estereotipo tan estúpido como el que asocia el ser de derechas a la imagen del ricachón egoísta que chupa la sangre del obrero.

He conocido a 'rojos-extremadamente-austeros' que eran auténticos desalmados —cuando no obscenos falsarios—, y a personas económicamente acomodadas, con ideas progresistas, de intachable integridad moral y respetabilidad intelectual. El voto de pobreza es cosa de curas, no de ciudadanos libres. Cualquier persona, al margen de sus ideas políticas, tiene derecho a intentar progresar en la vida y a buscar honradamente el mayor bienestar posible para sí y para su familia.

Cuidado con el mito de la ejemplaridad, porque implica que alguien se atribuye la autoridad para establecer el baremo de lo que es o no ejemplar

En lo que se refiere a la economía doméstica de los dirigentes políticos, lo único que me interesa es que la fuente de sus ingresos sea limpia y transparente y sus gastos impolutamente legales. Aseguradas esas dos condiciones, lo que hagan con su dinero me trae sin cuidado; no seré yo quien participe en ninguna cacería de un personaje público por su forma de vida. Cuidado con el mito de la ejemplaridad, porque implica que alguien se atribuye la autoridad para establecer el baremo de lo que es o no socialmente ejemplar. Un político no está para dar ejemplo, sino para promover el interés general y administrar eficientemente los recursos públicos.

Si Pablo Iglesias —o cualquier otro político— puede y quiere adquirir una casa para el solaz de su familia, garantizando que se sabe de dónde sale el dinero y que la operación es legal (como creo que es el caso), lo demás no es asunto mío ni me plantea ningún dilema moral; y me da igual que valga 60.000, 600.000 o seis millones. Como si prefiere comprarse un Ferrari, dar la vuelta al mundo en yate o invitar a percebes a todos los militantes de su partido.

Irene Montero y Pablo Iglesias explican la compra de su chalé de 600.000 euros

Otra cosa es que eso le genere un conflicto político con su biografía. En su trayectoria política, Iglesias ha hecho mucha demagogia. Muchísima. Ha dado demasiadas lecciones de ética pública y privada, ha injuriado a demasiada gente, ha atizado demasiados fuegos en la sociedad y se ha beneficiado en demasía de la indignación o la desesperación de quienes lo pasaban mal. También ha despertado muchas falsas ilusiones, a sabiendas de su falsedad. Al fin y al cabo, especular con los sentimientos de la gente es la esencia del populismo.

Si decides comprar una casa para vivir con tu familia, su precio, su tamaño y su carácter más o menos ostentoso dependerán de tus posibilidades económicas, de tu pudor y de tu buen o mal gusto, que no son categorías políticas —y mucho menos, morales—.

Ahora bien: si esa inversión ha sido posible gracias al éxito de una carrera política montada sobre el aprovechamiento calculado del malestar social y sobre un discurso justiciero que presenta a los adversarios como miembros de una casta de indeseables, estamos, ahora sí, ante una contradicción difícil de salvar. La del inquisidor que señalaba Caro Baroja.

Foto: Pablo Iglesias e Irene Montero, en una imagen reciente.

Iglesias progresó políticamente inoculando en la sociedad dosis masivas de pánico moral, y esa arma tiene retroceso. Por eso ha sentido la necesidad de dar explicaciones (una amiga mía las llamaba 'explicaderas') sobre algo que, en principio, pertenece a la soberanía personal y no debería requerirlas.

Pero me temo que algunas explicaderas no hacen sino empeorar la cosa. “Es que queremos tener hijos”. Yo también, dirán los que hace siete años fueron a la Puerta del Sol y aún esperan un trabajo estable que les permita siquiera pensar en formar una familia. “Es que nos gusta la montaña”. Y a mí, pensarán los que malviven en pisos compartidos de barrios del extrarradio urbano, y que en su día creyeron las arengas del telepredicador y se inflamaron de ira ante sus denuncias. Quizás haya entre ellos quienes hoy se sientan heridos, incluso estafados.

Foto: Vista aérea de la nueva propiedad adquirida por Pablo Iglesias e Irene Montero.

Sin embargo, llámenme malpensado, pero me cuesta disociar este episodio del muy visible intento de humanizar la imagen pública del líder y la vicelíder de Podemos. Esa venta por capítulos de un embarazo para consumo de las redes y de la prensa del corazón, esa súbita y acursilada devoción por la vida familiar, esos estudiados tuits de entusiasmo adolescente por OT y por Eurovisión… Y ahora lo del apacible padre de familia, los tres perros y el chalecito en la sierra. Claro que el tránsito desde 'La tuerka' no es sencillo y tiene costes, pero si la trasmutación se consuma y sale bien, bingo.

Admito que este es un debate banal, que viene cargado de voyerismo impúdico y que contiene mucho de desquite político. Pero quizás, a la postre, resulte saludable que el demagogo pruebe una dosis de su medicina. Y si el revuelo sirve para que otros aspirantes a Torquemada se lo piensen dos veces, bien empleado estará.

En 'El señor inquisidor y otras vidas por oficio', Julio Caro Baroja incluyó esta cita sobre las cargas que acarreaba en la España de Felipe II el oficio de inquisidor: “Los inquisidores y otros ministros del Santo Oficio no sólo no pueden recibir dinero, sino tampoco cosas de comer y beber, so pena de excomunión, privación de oficio, restitución al doble y otras”. Para sostener la autoridad del siniestro tribunal, quienes actuaban en su nombre como guardianes de la fe y martillo de herejes debían privarse de bienes de los que el resto de los mortales disfrutaban sin escándalo.