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8-M: mujeres y muchos 'bad' hombres
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Ángeles Caballero

Ideas ligeras

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8-M: mujeres y muchos 'bad' hombres

Hablamos de lo que falta por hacer, de las trampas del lenguaje, de las otras trampas en las que caemos sin darnos cuenta, de cómo algunos hombres se están dando cuenta y le ponen remedio

Foto: Miles de mujeres abarrotaron Madrid este viernes. (EFE)
Miles de mujeres abarrotaron Madrid este viernes. (EFE)

Me levanté a la hora de siempre, hice las camas de siempre, preparé los desayunos de siempre. Luego algo cambió y en vez de encender el ordenador hice unas tostadas con aceite y sal y me tumbé en el sofá. Pero seguía siendo un día demasiado normal hasta que la escuché: “Éstas del feminismo radical, que quieren ser como los hombres, pero en malo”. En malo.

Ella era una señora de unos cincuenta y muchos y se lo decía a la amable colombiana que le estaba quitando las durezas de los pies. Yo la escuchaba tumbada, en la cabina de al lado, mientras otra mujer le ponía orden a mis cejas.

- “¿Los niños han ido al colegio?”, me preguntó con las pinzas en la mano.

- “Sí, aunque algunas profesoras imagino que habrán hecho huelga”, respondí.

- “Pues yo me niego a que el mío vaya a pasarse la mañana jugando en clase, pero como tengo a mi madre en casa se ha quedado con ella”, aclaró.

- “[Pero entonces estás haciendo que trabaje tu madre]”, no le dije. Porque yo a ella también.

Primera contradicción del día. Maldito capitalismo.

El mercado estaba lleno, como cada viernes por la mañana. Dos mujeres discutían por la vez en uno de los puestos de carne. ¿Pero no es un día para festejar? Volví a casa. Ahí estaría en paz con mis principios y mi tono festivo.

Ana Rosa vestía una camiseta con el lema “Mujeres al poder”, Alejandro Sanz se había puesto en Instagram una foto con el ojo maquillado de morado en vez de hacer un buen disco de una vez por todas. En Mujeres y hombres y viceversa unas cuantas señoras con poca ropa machacaban verbalmente a otra por ser un poco fresca. Nada nuevo bajo el sol. Salí a la calle.

En la plaza del Museo Reina Sofía había centenares de mujeres. “Caray, no sabía que había tantas periodistas”, me dijo la mujer que me acompañaba. Yo tampoco. Besé y abracé a unas cuantas, la megafonía me impidió escuchar con nitidez las palabras por las que unas cuantas aplaudían. Escuché la palabra “exigimos”. No me gustó. Yo soy más de pelear las batallas poco a poco y con palabra amable. Mientras se pueda.

Foto:  Opinión

El cuerpo nos pedía reivindicación, pero pesó más el aperitivo. Algunas de mis compañeras optaron por ir a otra plaza, yo me abracé a una cerveza Alhambra que se convirtió en otra y unas cuantas raciones. Siete mujeres sentadas en una mesa y de fondo, vídeos de Andy y Lucas en bucle. Por fin aclaramos, con la ayuda del camarero, quién es Andy, quién es Lucas.

Hablamos de lo que falta por hacer, de las trampas del lenguaje, de las otras trampas en las que caemos sin darnos cuenta, de cómo algunos hombres se están dando cuenta y le ponen remedio. Bad hombres para Trump, hombres blandengues para El Fary.

Volví a casa. Hice la mochila para una excursión del pequeño, recogí el tendedero y lo volví a llenar con la ropa recién lavada. Y así, con las cejas en su sitio y el olor a suavizante volví a salir. En el Paseo de las Delicias había mucho morado, mujeres y hombres y niños y perros. Un señor fumando en la puerta de un bar le decía a otro que “a las mujeres también les gusta la juerga”. Me lo vas a decir a mí, querido. Otro, de unos setenta años y vestido con capa española cantaba por Manolo Escobar cambiando el “viva España” por el “vivan las mujeres”.

En la plaza del Reina Sofía se escucharon las primeras canciones. “¿Y por qué cantan?”, me dijo un niño de unos ocho años que caminaba cerca de mí. “Está muy chuli”, añadió antes de que respondiese. Vi a muchas niñas con sus padres, a algunas mujeres a las que las etiquetas no les habrían situado en esa marcha: mi vecina, una periodista de la revista del saludo, otra que trabaja en una de las grandes auditoras… caray con el feminismo radical. Pasé por una pancarta contra el capitalismo, me volví a abrazar con compañeras en las puertas del Caixa Forum.

Hice el camino de vuelta y volví a casa, con los ojos llorosos y pensando que había sido un buen día. Recé para que ninguna increpara a otra por sus diferencias políticas, pensé en la cantidad de mujeres estupendas que ayer optaron por no hacer la huelga ni salir a las calles. Pensé en las malas mujeres a las que mantengo una orden de alejamiento en mi cabeza. En el bad hombre que me acompaña y conoce tan bien mis contradicciones.

Preparé una ensalada de pasta para cenar, me bebí un refresco sin azúcar y sin cafeína. Vi un capítulo de la serie de Luis Miguel, que no es un icono del feminismo pero suyo fue el primer disco que me regalaron. Volví a cantar baladas que me avergüenzan, me embalsamé en unas cuantas cremas como cada noche, me metí en la cama.

Qué gran día. Y también qué normal.

Me levanté a la hora de siempre, hice las camas de siempre, preparé los desayunos de siempre. Luego algo cambió y en vez de encender el ordenador hice unas tostadas con aceite y sal y me tumbé en el sofá. Pero seguía siendo un día demasiado normal hasta que la escuché: “Éstas del feminismo radical, que quieren ser como los hombres, pero en malo”. En malo.

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