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Detrás de un "muy bien" y una hilera de dientes
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Ángeles Caballero

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Detrás de un "muy bien" y una hilera de dientes

“¿Qué sabemos en realidad lo que lleva por dentro una persona?”. Qué sabemos en realidad lo que hay detrás de un "muy bien" y una hilera de dientes

Foto: Foto: Pixabay/Anemone123.
Foto: Pixabay/Anemone123.

Hubo un día en el que Nuria me dio el alta. Tengo un recuerdo difuso de aquello. Me dijo: “Bueno, yo creo que podemos dejar de vernos por un tiempo. Te veo mejor, así que, si te parece, en un par de meses o así te escribo y me dices”. Pagué 50 euros y bajé los tres pisos por las escaleras, como siempre. Giré a la izquierda, luego recto hasta el metro de Sol y a casa. No recuerdo qué le dije durante esos 60 minutos. Imagino que la aburrí, que le repetí cosas, que nada de aquello le pareció especialmente relevante. Me dio el alta. No le pregunté por qué.

A Nuria había llegado como las mantas de 'patchwork'. A trozos. Irascible, con el mundo y conmigo. Estresada y sintiéndome un apéndice. Hija de, madre de, mujer de, empleada de. Me dieron la voz de alarma en casa. Por qué no vas. Te vendrá bien. Yo tenía esa idea instalada en mi cabeza de que a los psicólogos solo iban los tarados, los desestructurados, los raros. Cuando yo era un poco todo eso, pero con el envoltorio de una persona normal, a ojos de otros siempre festiva. Por cada "¿qué tal?", siempre un "muy bien" y la hilera de dientes.

Foto: La ministra de Sanidad, Carolina Darias, durante una rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros. (EFE/Ballesteros)

El primer día que llegué a consulta tardé unos 45 segundos en derrumbarme. Quería abrazar a Nuria, pero ella permanecía ahí sentada, con su lata de Coca-Cola Zero en la mano, su 'piercing' diminuto en la nariz, su risa lista cuando yo tiraba de humor negro para poder respirar. Así, semana tras semana, y luego cada 15 días. Pero me dio el alta y yo sentía que mi vida seguía desmoronada. Obedecí y no volví. Fue un dinero bien invertido, pienso.

En verano visité a Amanda. En aquel piso exterior del barrio de Tetuán nos daba un sol de justicia en la cara. Llegué huérfana y eso es lo primero que le hice saber. Que me sentía coja, amputada, sin uno de mis pulmones. Y que aquello me había hecho envejecer de golpe porque, como dice Lucia Berlin, eso significa que yo seré la siguiente de la lista. Que seguía a trozos, pero más desgastados. Que se supone que debía andar ligera y, sin embargo, no paraba de arrastrar los pies.

Foto: Un hombre cruza la calle en Tokio. (EFE)

Fui cuatro veces. La vida 'freelance', ya sabes, tan de acá para allá. Siempre me venía mal. Era verano y yo no quería llorar más ni enfrentarme a mis sombras. No quería que me recordara la de nudos que aún tengo por desatar, las ganas que tengo a veces de contar cómo estoy en realidad cuando me preguntan. En vez del maldito "muy bien" y otra vez mi sonrisa ensayada de casa.

“¿Qué sabemos en realidad lo que lleva por dentro una persona?”. Lo dijo el martes Carlos Alsina durante su homenaje a Verónica Forqué. Son nueve minutos y dos segundos que he vuelto a escuchar varias veces. Yo me lo he preguntado a veces. Lo que llevará él. Las ganas que he tenido a veces de decirle lo que llevo yo. Me falta coraje, porque tiempo para hablar tengo siempre.

El coraje que le sobra a Alberto Gómez. Le pedí permiso para contar su historia y consideré que la mejor forma de protegerle era cambiándole el nombre. “Pon el mío. Si trato de no esconder que tuve un hermano…”, me respondió.

Alberto es periodista, vive en Barcelona y se puso en contacto conmigo el día antes de Nochebuena de 2020. Se presentó como lector y me dijo que, si tenía tiempo, quería contarme una cosa. Le dije que era toda orejas de una forma mecánica y amable, sin pensar en lo que vendría después.

Foto: Foto: iStock.

Y le contó a una desconocida que la pandemia y un despido le habían servido como argumentos para ir a terapia de grupo de familiares del suicidio. Un duelo tardío, matizó, porque el suyo había empezado hace muchos años. Concretamente, cuando tenía 18 años y su hermano de 25 decidió quitarse la vida.

Era la suya una decisión llena de miedo e incertidumbre. Habiendo crecido desde entonces rodeado de tabúes y silencios. Cómo se tomarían sus padres que volviera a abrir esa carpeta cerrada y llena de polvo. Fue a una primera reunión y sintió “como si me abrazasen siete personas que ya no son desconocidos”. Decidió hacer desde entonces una especie de diario de sesiones con aquello y las compartió conmigo. “Mi hermano era Guardia Real. De esos chicos guapetes que montan a caballo. Fui yo quien fue a El Pardo a vaciar su taquilla”, me dijo en uno de sus mensajes.

Foto: Foto: EFE. Opinión
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De vez en cuando le pregunto. Por eso le escribí cuando murió Verónica Forqué. Y me dijo que está mejor, pero que “igual que das pasos hacia delante, el día menos pensado los das para atrás. Son trampas que te pone la vida sin avisar”, explica. Con noticias como las de esta semana piensa en él, en Edu, y lamenta todo lo que se ha perdido desde que no está. Como conocer a sus sobrinos.

“¿Qué sabemos en realidad lo que lleva por dentro una persona?”. Qué sabemos en realidad lo que hay detrás de un "muy bien" y una hilera de dientes.

Hubo un día en el que Nuria me dio el alta. Tengo un recuerdo difuso de aquello. Me dijo: “Bueno, yo creo que podemos dejar de vernos por un tiempo. Te veo mejor, así que, si te parece, en un par de meses o así te escribo y me dices”. Pagué 50 euros y bajé los tres pisos por las escaleras, como siempre. Giré a la izquierda, luego recto hasta el metro de Sol y a casa. No recuerdo qué le dije durante esos 60 minutos. Imagino que la aburrí, que le repetí cosas, que nada de aquello le pareció especialmente relevante. Me dio el alta. No le pregunté por qué.

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