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PSOE: un partido roto, desorientado y viejo
Nadie, salvo quizá Pedro Sánchez, que llegó a verse en La Moncloa, cree que tenga alguna posibilidad de ganar las elecciones del 26-J
Ni los más viejos del lugar recuerdan otro momento preelectoral con el ánimo tan alicaído en el PSOE. Las bases socialistas están desorientadas y no observan en sus líderes un relato consistente ni una estrategia definida. No tienen claro quién es el enemigo a batir, no saben responder si el pacto con Ciudadanos sigue vigente, desconocen quiénes serían sus aliados el día después... Y la espada de Damocles de la posible pérdida de la primacía entre las fuerzas de la izquierda acentúa su bajo estado de moral. Nadie, salvo quizá Pedro Sánchez, que llegó a tener el convencimiento de que sería presidente del Gobierno tras el 20-D, cree que el PSOE tenga alguna posibilidad de ganar las próximas elecciones, pero el temor a verse desplazados por la coalición Podemos-Izquierda Unida es muy fuerte.
Esta alianza constituye el único elemento nuevo, el hecho diferencial del 26-J. Y la dirección del partido tampoco está dando muestras de tener claro cómo enfrentarse a él. La estrategia de presentar esa alianza como un retorno de los comunistas con la cara lavada puede ser válida ante los viejos militantes, que guardan una animadversión histórica con los comunistas, pero es dudoso que cale entre los jóvenes, donde los socialistas tienen un gran agujero negro. Sus efectos electorales están por ver porque, según los expertos, lo mismo podría favorecer un voto útil de la izquierda que movilizar a los votantes de la derecha e incluso tener un efecto rebote en beneficio del PSOE. La única experiencia al respecto fue el fracaso de la alianza que en febrero de 2000 suscribieron el socialista Joaquín Almunia y el comunista Francisco Frutos, pero entonces no existía Podemos ni lo que representa esta formación en el contexto del renqueante bipartidismo. En política dos y dos no suman cuatro, pero también existe el efecto bola de nieve.
La militancia socialista está desorientada y no ve en sus líderes ni relato consistente ni estrategia definida
Para que los socialistas pudieran obtener algún beneficio del pacto entre Podemos e Izquierda Unida sería imprescindible que el PSOE fuera percibido como una fuerza ganadora. Salir a ganar en lugar de competir por conservar la segunda plaza es condición 'sine qua non', pero esto no basta con decirlo, hay que transmitirlo y conseguir que cale en la opinión pública como una posibilidad real. Y el tono languideciente en el que entró Sánchez desde que se esfumó la posibilidad de su investidura ha contaminado a los cuadros dirigentes. Estos, y los candidatos, intentan darse ánimos entre sí, convencerse de que no pueden permitir que el PSOE caiga a una posición de irrelevancia. Pero una campaña electoral es un mercado de emociones e ilusiones y, cuando el pensamiento íntimo es que se va al desastre, resulta casi imposible vender lo que no se tiene, y más cuando enfrente hay un candidato que, como Pablo Iglesias, ha demostrado ser un maestro en la gestión de la erótica política.
Y, para mayor dificultad de los estrategas socialistas, no hay precedente alguno que permita anticipar el comportamiento del electorado ante la inédita repetición de los comicios, que no serán una segunda vuelta del 20-D porque para eso algunos tendrían que retirarse de la competición, lo que solo ha ocurrido con IU. Para combatir la baja moral de la tropa, desde Ferraz se sostiene que la opinión pública no coincide con la opinión publicada. Pero el estado de nerviosismo de la cúpula lo delata su creciente bunkerización y dificultad para encajar la crítica, incluso los resultados adversos de los estudios demoscópicos.
La estructura de los socialistas responde a un modelo caduco de la década de los 70 del siglo pasado
El PSOE no solo es un partido roto, por más que Sánchez y Susana Díaz escenifiquen la unidad sindicando sus intereses coyunturales en un mitin, y desorientado, por más ejercicios de autoridad personal que haga su secretario general, que siempre encontrará un barón dispuesto a llevarle la contraria. Es también un partido viejo, viejo por una militancia que no se renueva y viejo por un modelo organizativo caduco, un modelo de los años 70 del siglo pasado basado en estructuras territoriales con escasa presencia en la calle que todavía puede resultar eficaz en núcleos de población de menos de 30.000 habitantes, pero que ha quedado desfasado en una nueva sociedad en la que la gente se comunica con su entorno a través del iphone y la tableta.
Ni los más viejos del lugar recuerdan otro momento preelectoral con el ánimo tan alicaído en el PSOE. Las bases socialistas están desorientadas y no observan en sus líderes un relato consistente ni una estrategia definida. No tienen claro quién es el enemigo a batir, no saben responder si el pacto con Ciudadanos sigue vigente, desconocen quiénes serían sus aliados el día después... Y la espada de Damocles de la posible pérdida de la primacía entre las fuerzas de la izquierda acentúa su bajo estado de moral. Nadie, salvo quizá Pedro Sánchez, que llegó a tener el convencimiento de que sería presidente del Gobierno tras el 20-D, cree que el PSOE tenga alguna posibilidad de ganar las próximas elecciones, pero el temor a verse desplazados por la coalición Podemos-Izquierda Unida es muy fuerte.