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El homenaje a Saavedra, bipartidismo y principio de dilación
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Jaime Pérez-Llombet

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El homenaje a Saavedra, bipartidismo y principio de dilación

La Transición comenzó porque sus actores principales, conscientemente o no, respetaron los tiempos que exige un principio, el de dilación, que con los años PSOE y PP han metido en el cajón

Foto: El presidente del Gobierno en funciones y líder del PSOE, Pedro Sánchez y el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Jesús Hellín/Europa Press)
El presidente del Gobierno en funciones y líder del PSOE, Pedro Sánchez y el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Jesús Hellín/Europa Press)
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Según el principio de dilación, la construcción de posibles soluciones es una función de la imaginación, mientras que la elección de la mejor de ellas es una función del juicio. Ambos mecanismos mentales, imaginación y juicio, se inhiben recíprocamente, de ahí la necesidad de gestionar las decisiones con la calma requerida. Durante la Transición española (de la que reniegan quienes, teñidos de morado y soberbia, no habrían sido capaces de protagonizarla) se jugó de forma inteligente con las herramientas que ofrece el principio de dilación.

Con tanto pragmatismo como paciencia, se hizo un uso eficiente de la imaginación, y, en lo que fue todavía más importante, aunque iban a contrarreloj, los arquitectos de aquellos años dejaron reposar las posibles soluciones para que imaginación y juicio no se entorpecieran o chocaran frontalmente. La Transición no empezó con el asesinato de Carrero Blanco, hace ahora cincuenta años (si bien el atentado expandió la idea de un régimen ya vulnerable, atacable).

Con o sin Carrero, la Transición comenzó incluso antes de una Transición que fue posible porque, conscientemente o no, sus actores principales respetaron los tiempos que exige un principio, el de dilación, que con los años PSOE y PP han metido en el cajón de los objetos perdidos. Este país debe mucho al bipartidismo. Socialistas y populares han sido los responsables —si no únicos, sí principales— de la gobernabilidad y estabilidad de las instituciones.

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España necesita un buen PSOE y un buen PP. El país no puede permitirse un PSOE imprevisible, tampoco un PP asilvestrado. Hacen falta un PSOE y PP fiables, con otro patrón de comportamiento. Es necesario que millones de españoles, voten o no a unos u otros, sepan a qué atenerse con las dos organizaciones del bipartidismo que tanto ha dado al país y que ahora —años después de la Transición, con el PP en su versión final, una vez jubilados los formatos iniciales— se difuminan como solución para convertirse, especialmente desde aquel 11 de marzo, en parte del problema.

Reconvertidos en agua y aceite, incapaces de alcanzar acuerdos en los asuntos de Estado, alérgicos al diálogo, convencidos unos y otros de que solo la confrontación y la algarada les evita la fuga de votos, el ya congénito desencuentro de este PSOE y este PP se consolida como el principal problema que tiene planteado este país y sus principales instituciones, con bloqueos vergonzantes y, descartando de forma tan automática como irresponsable el paso a fórmulas que permitan mayorías más razonables, alimentando aritméticas parlamentarias que envenenan el aire, siembran desequilibrios y convierten las legislaturas en irrespirables.

Un PSOE capaz de elevar a la categoría de ideología el hábito de proclamar una cosa y la contraria, instalado en la dinámica de ir contra sus propios actos, no es el PSOE que el país reclama. Un PP incapaz de resolver con la habilidad que se les presume, con intuición y cintura su convivencia con la derecha de la derecha —los populares jamás gobernarán el país mientras este Vox exista—, no es el PP que el país espera.

placeholder Alberto Núñez Feijóo felicita a Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón)
Alberto Núñez Feijóo felicita a Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón)

Un PSOE y un PP que normalizan la anomalía de bloquear reformas, decisiones y pactos por los que llevamos esperando demasiados años no es el bipartidismo que tanto dio y ahora tanto quita al país. Sánchez ha normalizado anomalías —¿acaso no lo es negociar con un prófugo la gobernabilidad?— y, en tanto, el bipartidismo consolida la idea de que el entendimiento de los dos grandes partidos es un escenario tan anómalo como imposible, un mal inevitable que está en el paisaje institucional y parlamentario, una realidad normalizada, una realidad insustituible.

No ocurre así en todos los territorios. Hay regiones donde, sin dejar de hacerse oposición, los partidos sí son capaces de alcanzar acuerdos, de abrirse con naturalidad a consensos que ayuden a serenar los ánimos y anteponer la construcción a la destrucción, el diálogo a la tensión, los pactos a los palos. Aunque este PSOE y este PP quieran hacer ver a los suyos que España solo puede ser, y será, con sus dos principales partidos instalados en un guerracivilismo de otro siglo, la experiencia en algunas comunidades autónomas confirma que sí es posible otra manera de convivir y hacer política.

"Un PSOE y un PP que normalizan la anomalía no es el bipartidismo que tanto dio"

Días atrás, apenas unas semanas después de su adiós, el Teatro Real fue el escenario elegido para rememorar (y celebrar) a Jerónimo Saavedra, expresidente del Gobierno de Canarias, exministro y, por encima de cualquier otra consideración, una figura que rompió los techos que a otros imponen las siglas para demostrar, como tantas veces ha ocurrido en la política canaria, que entenderse, hablar, pactar, consensuar y ceder para sumar es perfectamente posible. Al acto acudieron, entre otros, Pedro Sánchez.

También participaron del homenaje a Saavedra algunos portavoces parlamentarios y ministros del actual gabinete. Algunos lo conocieron, otros no, pero ninguno de los presentes debió obviar que los valores que destacaron para retratar a Jerónimo Saavedra —su capacidad de diálogo, sin duda— han caído en desuso en una España, la actual, absolutamente lastrada por el desencuentro de PSOE y PP, una situación que está contaminando a diario el aire que respira la política y, a partir de ahí, la calle.

placeholder La diputada de Coalición Canaria, Cristina Valido. (Eduardo Parra/Europa Press)
La diputada de Coalición Canaria, Cristina Valido. (Eduardo Parra/Europa Press)

Saavedra simboliza y resume —entre otros, pero él de forma muy destacada— la capacidad que siempre ha tenido la política canaria para desentenderse de la confrontación en la que se mueve la política en las Cortes, en Madrid o desde Madrid. En la legislatura pasada las principales leyes que salieron de la Cámara regional vieron la luz con consenso. En la actualidad Coalición Canaria y PP comparten responsabilidades en el Ejecutivo autonómico, en cabildos y ayuntamientos. No en todos. En otros CC gobierna con el PSOE o con el PP.

No son pocas las experiencias de pactos PSOE-PP. Los populares cohabitan con Coalición en el Gobierno, con la misma CC que cerró con Sánchez un acuerdo de legislatura. De alguna forma, todos pactan y gobiernan con todos sin que la tierra se los trague. El día a día de la política en las Islas se desenvuelve, con contadas excepciones, en un ambiente de cordura, respeto y crítica civilizada. Así que, sí es posible. Se puede. Cuando se cumple el principio de dilación, la normalización del entendimiento ocupa el espacio que merece. El problema del país es que este PSOE y este PP no están por la labor de utilizar con inteligencia y responsabilidad —que tanto se echan en falta— la imaginación y el juicio que hicieron posible la Transición.

Según el principio de dilación, la construcción de posibles soluciones es una función de la imaginación, mientras que la elección de la mejor de ellas es una función del juicio. Ambos mecanismos mentales, imaginación y juicio, se inhiben recíprocamente, de ahí la necesidad de gestionar las decisiones con la calma requerida. Durante la Transición española (de la que reniegan quienes, teñidos de morado y soberbia, no habrían sido capaces de protagonizarla) se jugó de forma inteligente con las herramientas que ofrece el principio de dilación.

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