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Francesc de Carreras

La funesta manía de escribir

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La moda de la insensatez

Tras las últimas elecciones autonómicas y, especialmente, después de la fallida investidura del candidato de ERC, Pere Aragonès, se me aparece el panorama como un combate de impotencias

Foto: El candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE)
El candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE)
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Desde fuera de Cataluña, es prácticamente imposible entender la lógica de su situación política, no solo la actual sino la de los últimos 15 o 20 años, como mínimo.

Ciertamente, es difícil aceptar que una determinada sociedad se haga daño a sí misma con tanta persistencia, que una comunidad próspera desde todos los puntos de vista, con zonas de mar y montaña de una espléndida belleza, una amplia clase media que vive confortablemente, un nivel cultural alto y una capital como Barcelona, se vaya autodestruyendo lentamente, a la vista de todos. El fanatismo resulta incomprensible para las personas razonables, por tanto, si no entiende lo que sucede en Cataluña, alégrese: usted es una persona razonable.

Sin embargo, entre los que viven en Cataluña, incluso los que se consideran catalanes de toda la vida, además de vivir esta situación como una angustiosa pesadilla inacabable, también empiezan a decir que no entienden nada y que la cosa no tiene solución: la vacuna contra el nacionalismo todavía no se ha inventado ni hay laboratorio alguno que esté investigando este virus.

Naturalmente, no todos piensan así, los simplemente fanáticos viven en su burbuja: con la independencia se solucionaría todo, sin independencia seguiremos siendo unos miserables esclavos de España. Mucho peores son los independentistas taimados que se revisten de una falsa moderación para defender cobardemente sus propios intereses personales. De ellos habrá que tratar algún día, no son pocos.

Tras las últimas elecciones autonómicas y, especialmente, después de la fallida investidura del candidato de ERC, Pere Aragonès, el martes pasado, se me aparece el panorama como un combate de impotencias: nadie puede conseguir todo lo que pretende, ni el bloque independentista, sin duda ganador, ni el unionista, claramente perdedor por una simple cuestión aritmética: ni siquiera sumando PSC, Vox, comunes, Cs y PP —una coalición imposible— se llega a una mayoría, solo se obtienen 61 votos de los 68 que se necesitan. Vayamos, pues, al otro bloque.

Si a la suma de ERC y de JxCAT (Puigdemont), en total 65 escaños, se le añaden los escaños de la CUP, como Aragonès pactó previamente, esta mayoría está asegurada: 74 votos. Así pues, ¿por qué no se invistió al candidato de ERC? Básicamente, porque ERC y JxCAT —el primero más radicalmente independentista que el segundo— no están de acuerdo por una razón comprensible: por primera vez en la historia de la autonomía, aunque sea por un escaño de diferencia (Esquerra 33 y Junts 32, 35.000 votos menos), Esquerra ha superado a los herederos —lo quieran o no— de la antigua CiU de Jordi Pujol.

Foto: El candidato de ERC a la Presidencia de la Generalitat, Pere Aragonès, junto a la presidenta del Parlament, Laura Borràs. (EFE)

Una diferencia nimia, dirán ustedes. Quizá si no se hubieran presentado otros partidos también buscando la herencia del pujolismo —el patrocinado por Artur Mas en concreto, que no obtuvo escaños por muy poco, al no superar la barrera del 3%, pero que alcanzó los 70.000 votos— el nuevo pujolismo de Puigdemont —que no sé si lo vota hoy el propio Pujol— hubiera superado a ERC. Quizá. Pero no fue así, ganó ERC por primera vez, ambos persiguen los mismos fines, pero les separan algunas diferencias.

En esas diferencias hay tres elementos fundamentales: el botín de los puestos de trabajo en la Generalitat (muchos y muy bien remunerados), la vía hacia la independencia (el espíritu del 1 de octubre de 2017, según Puigdemont; el pacto con el Estado según Junqueras, que por cierto está sospechosamente callado) y, finalmente, la exigencia de reconocer a Puigdemont como presidente 'legítimo', aunque no sea legal, con capacidad de dirigir y protagonizar, desde Waterloo, el camino que se debe seguir para llegar a separar —o lo que sea— Cataluña de España.

¿Han enloquecido los dirigentes independentistas? Desde siempre, han estado mentalmente enajenados. ¿Ahora todavía más? Pues sí, todavía más. ¿El llamado 'procés' ha sido derrotado, como sostienen muchos desde hace tiempo? En absoluto: sigue vivito y coleando, sin saber exactamente qué ruta tomar, a veces en callejones sin salida, pero vivito y coleando. En plena forma. ¿También está mentalmente enajenada una parte de la sociedad catalana? Por supuesto, lo decíamos al principio, el fanatismo es una forma de enajenación mental.

Me atrevo a afirmar, aunque naturalmente me puedo equivocar, que ERC y JxCAT acabarán pactando con el apoyo de la CUP

Me atrevo a afirmar, por experiencia y por el análisis de los intereses en liza, aunque naturalmente me puedo equivocar, que ERC y JxCAT acabarán pactando, con el apoyo de la CUP, unos anticapitalistas de pacotilla siempre más partidarios de la independencia que del cambio social. Y ese pacto tendrá consecuencias en el Gobierno de España, ya debilitado por la nada sorprendente —al contrario, por la previsible— dificultad de llegar a acuerdos con Podemos. En cuanto pacten, vendrán las peticiones de ERC: mesa de diálogo, reparto de las ayudas europeas, indultos, reforma de los delitos de rebelión y sedición, referéndum, derecho de autodeterminación... ¿Podrá aguantar el Gobierno tal alud de demandas que no pueden ser satisfechas?

En una pandemia que no se acaba, en una crisis económica que no ha hecho más que empezar, con el nuevo Gobierno catalán sublevado, qué sería más sensato, ¿la disolución parlamentaria y nuevas elecciones o un intento de pacto de gran coalición a la alemana? Pues entonces, probablemente, será lo primero, nuevas elecciones: en esta temporada, la moda que se lleva es la insensatez, en Cataluña y en España.

Desde fuera de Cataluña, es prácticamente imposible entender la lógica de su situación política, no solo la actual sino la de los últimos 15 o 20 años, como mínimo.

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