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Había una vez otra Cataluña: a propósito de Oriol Bohigas
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Francesc de Carreras

La funesta manía de escribir

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Había una vez otra Cataluña: a propósito de Oriol Bohigas

Frente a la barbarie intolerante actual, en la Cataluña de antes de la guerra y en los últimos veinte años de franquismo, hubo unas generaciones cultas, europeas y antisectarias

Foto: La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, momentos antes de entregar la medalla de oro de la ciudad al arquitecto Oriol Bohigas, en 2018. (EFE/Alejandro García)
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, momentos antes de entregar la medalla de oro de la ciudad al arquitecto Oriol Bohigas, en 2018. (EFE/Alejandro García)

La muerte de Oriol Bohigas nos evoca inmediatamente el recuerdo de un personaje fascinante por su inteligencia, amplia cultura, capacidad de trabajo, responsabilidad, simpatía personal e interés infinito por el saber y por la alegría de vivir. Un ejemplo de la sabia combinación entre los estoicos y los epicúreos del que nos habla Ramón González Férriz en su artículo "¿Le gustan las largas sobremesas, el sexo y vaguear? Aún no es exactamente un epicúreo", publicado hace un par de días en las páginas de Cultura de este periódico.

Efectivamente, Bohigas ha practicado simultáneamente en su larga vida ambas tendencias, ha sido muy feliz y nos ha hecho felices a los demás. Era una personalidad fuerte, libre e independiente, el último grande de su generación, la de Barral, Castellet, Gil de Biedma, Sacristán y alguno más, quizá los hermanos Goytisolo, de los que aún nos queda Luis. Bohigas fue amigo de todos porque no era solo un arquitecto, o un urbanista, era ante todo un hombre de cultura, de una curiosidad universal.

La cultura le venía de familia. Sus padres eran 'noucentistes' de la época de la Mancomunidad y él, como explica en el primer tomo de sus memorias, fue de muy joven un asistente habitual a la Academia creada en torno a Eugenio D'Ors en la devastada Barcelona de la posguerra. D'Ors fue un gran escritor, un oscuro filósofo y un ideólogo contradictorio y elitista, pero marcó un estilo. Ese estilo fue la principal aportación del 'noucentisme' catalán, dominante desde principios de siglo XX hasta la Guerra Civil. Ese estilo influyó poderosamente en Bohigas a lo largo de toda su vida.

¿Cuáles eran las características del estilo 'noucentista'? Pues las actitudes que provenían del clasicismo de Grecia y Roma pasadas por el Renacimiento italiano: civilidad, cultura, belleza, razón, orden, claridad, moderación. La Renaixença catalana de la segunda mitad del XIX estaba impregnada de romanticismo, el modernismo fue su continuación, el 'noucentisme' fue un regreso al orden y a la armonía, a la importancia de la escuela y de una nueva pedagogía basada en la urbanidad, a la idea de ciudad frente a la sublimación del ruralismo.

Oriol Bohigas nunca abandonó este estilo, aunque lo aplicara a un mundo y una sociedad muy distintos de los de los 'noucentistes' de principios de siglo. Fue, si se quiere, un 'noucentista' de izquierdas, y ello está claro en sus ideas sobre cómo había que reformar la gigantesca Barcelona que había crecido desordenadamente tras la inmigración de los años cincuenta y sesenta. Por eso le llamó el alcalde Narcís Serra al comienzo mismo de su mandato: debes cambiar radicalmente esta caótica Barcelona que nos ha legado el franquismo.

Cumplió Bohigas sobradamente el mandato: con orden, con la inteligencia de la razón y desde la izquierda. Estableció tres prioridades: apertura al mar, humanizar urbanísticamente la penosa situación de los barrios obreros de reciente creación y potenciar la personalidad de la Barcelona antigua, el llamado Casc Antic medieval, además de limpiar las fachadas de los edificios modernistas del Ensanche. De Diagonal para arriba, es decir, los barrios de la Barcelona rica, las reformas debían quedar para una segunda etapa.

El producto de todo ello es lo que se ha llamado impropiamente Barcelona Olímpica, porque fue culminada en 1992. Después poco más se ha hecho, no hay nadie hoy en día que tenga una idea de lo que debe hacerse en Barcelona y los que tienen ideas y poder pueden desdibujar seriamente lo alcanzado. Bohigas solo tuvo un fracaso: la ciudad entendida y vertebrada como área metropolitana, algo que está pendiente y, al parecer, en el olvido. El nacionalismo —en este caso, el de Jordi Pujol— siempre ignora la realidad si no sirve para sus fines e impidió organizar una nueva ciudad con sus auténticas dimensiones: la gran mancha urbana producto de la industrialización de los años del crecimiento, la de los cuatro millones de habitantes. Esta gran ciudad podía oscurecer Cataluña. Pero alguien deberá ordenar este espacio algún día.

Las grandes creaciones humanas no se hacen desde la política, sino desde la cultura

Bohigas ha sido el gran creador de la Barcelona actual, a mi modo de ver, por una razón: porque no era solo un arquitecto, ni solo un experto en urbanismo, sino porque era un hombre culto. Las grandes creaciones humanas no se hacen desde la política, sino desde la cultura, lo sabían los grandes emperadores romanos, los príncipes florentinos o los monarcas ilustrados. Esta faceta cultural de Bohigas no fue solo ocasional, sino que la practicó durante toda su vida.

Ya hemos hablado de sus raíces 'noucentistes', de su formación por las enseñanzas de sus padres y de Eugenio D'Ors. Después, tras su primera juventud, fue un tenaz polemista desde la revista 'Destino', organizó la campaña para que la Sagrada Familia se dejara tal como la concibió Gaudí —un debate de calado con un fondo netamente social y político— y fue miembro del consejo de redacción de la revista 'Serra D'Or', donde escribía columnas mensuales. También publicó diversos libros de urbanismo, después unas muy importantes memorias y colaboró con Edicions 62 hasta llegar a ser su presidente, así como ya al final de su vida activa también presidió y renovó el viejo Ateneo.

Su personalidad en arquitectura la proyectó en sus discípulos de la Escuela de Arquitectura: toda una generación que estudió en los años sesenta y setenta tiene una deuda impagable con Bohigas, fueron sus colaboradores en la gran reforma de Barcelona en los años ochenta. En esto se comportó como un déspota ilustrado, aunque muy ilustrado, no era exactamente un demócrata sino un elitista.

Frente a la barbarie intolerante actual, en la Cataluña de antes de la guerra y en los últimos 20 años de franquismo, hubo unas generaciones cultas, europeas y antisectarias. Les aseguro que hubo una vez otra Cataluña. Oriol Bohigas ha sido un ejemplo, quizás el último gran ejemplo.

La muerte de Oriol Bohigas nos evoca inmediatamente el recuerdo de un personaje fascinante por su inteligencia, amplia cultura, capacidad de trabajo, responsabilidad, simpatía personal e interés infinito por el saber y por la alegría de vivir. Un ejemplo de la sabia combinación entre los estoicos y los epicúreos del que nos habla Ramón González Férriz en su artículo "¿Le gustan las largas sobremesas, el sexo y vaguear? Aún no es exactamente un epicúreo", publicado hace un par de días en las páginas de Cultura de este periódico.

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