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El marqués contra el Canal: la 'guerra del agua' que llevó la electricidad a Madrid
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Miguel Díaz Martín

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El marqués contra el Canal: la 'guerra del agua' que llevó la electricidad a Madrid

A comienzos del siglo, el Marqués de Santillana y el Canal de Isabel II rivalizaron por iluminar la capital y dar de beber a su población. Tres edificios aún en pie fueron clave en esta 'guerra del agua' que transformó Madrid en "capital civilizada

Foto: El depósito elevado del Canal de Isabel II. (Cedida)
El depósito elevado del Canal de Isabel II. (Cedida)

Madrid le debe la vida al Canal de Isabel II y a su patrimonio arquitectónico. Sus construcciones transformaron la ciudad de "aldeota indecente" –como Galdós la retrató en sus obras– en la "capital civilizada" que presumía de salubridad, higiene y luz eléctrica. Pero la historia podría haber sido diferente si la empresa pública no hubiese ganado la guerra del agua que libró con uno de los aristócratas más poderosos del siglo XIX, el Marqués de Santillana. Hoy, en Caminemos Madrid, te enseñamos tres edificios clave de aquella disputa que son dignos de admirar.

La historia arranca en agosto de 1851. El personal del recién creado Canal de Isabel II ha convertido el Palacio Arteaga del norteño municipio de Torrelaguna en su cuartel general, su Casa de la Dirección. Destacan en él el edificio principal con escalera de bóveda barroca, el patio porticado con arcos de medio punto sobre pilares de granito en planta baja y pilares jónicos con zapatas en la parte alta y, por supuesto, las bodegas, conectadas con los antiguos pasadizos de la villa y que albergan una bóveda para 49 tinajas, de acuerdo a la Dirección Regional de Patrimonio Histórico.

placeholder Canal de Isabel II, Torrelaguna. (Cedida)
Canal de Isabel II, Torrelaguna. (Cedida)

Desde este complejo, el Canal liderará durante los siguientes 140 años la construcción y gestión de las infraestructuras que llevarán las aguas de la sierra a la capital. Por el palacio, hoy protegido, pero en deficiente estado de conservación, pasarían Isabel II y su esposo, el rey consorte Francisco de Asís de Borbón, el presidente del Consejo de Gobierno, Juan Bravo Murillo, o los también monarcas Alfonso XII y Alfonso XIII.

Se desata la competencia

El éxito del Canal fue fulgurante: el 24 junio de 1858, un "río puesto en pie" brota del surtidor provisional de la calle San Bernardo tras recorrer 70 kilómetros –desde la presa del Pontón de la Oliva hasta el nuevo depósito del Campo de Guardias– gracias a una titánica red de túneles, canales y hasta 29 acueductos. El sistema de viajes de agua, caños públicos y aguadores, único que ha conocido la ciudad desde los árabes y que casi ha agotado la reserva subterránea de la urbe, deja paso de forma progresiva a una red de alcantarillado y suministro que permite acabar con el desabastecimiento y las epidemias –la última, de cólera en 1834– que acosan a los ya casi 300.000 habitantes de la capital.

placeholder Un plano del depósito elevado del Canal. (Foto: COAM)
Un plano del depósito elevado del Canal. (Foto: COAM)

Pero la celebración en la Casa de la Dirección dura poco. El Plan Castro o del Ensanche, que provoca la creación de los barrios de Argüelles, Chamberí, Salamanca o Delicias, cataliza una explosión demográfica que vacía de nuevo los depósitos, a pesar de estar concebidos para una demanda seis veces superior a la inicial. Este hecho y las dificultades empresariales y políticas del Canal abren la puerta a Joaquín Ignacio de Arteaga y Echagüe Silva y Méndez de Vigo, nuestro Marqués de Santillana, para disputar el negocio de la distribución.

Entre 1897 y 1905, Arteaga acumula concesiones públicas y permisos para edificar presas en la Sierra de Guadarrama, Manzanares el Real y Colmenar Viejo. Tras lograr los derechos de explotación del río Manzanares, se hace con el suministro de los nuevos barrios del norte de la capital y despliega una red de energía hidroeléctrica desde la central de Navallar, aún en servicio. Por primera vez, el suministro de luz llega a Madrid. Y es aquí cuando el Canal de Isabel II da un golpe en la mesa y presenta su plan de salvación: el primer depósito elevado, situado en la calle de Santa Engracia, y la central hidroeléctrica de Torrelaguna, que daría al primero la energía necesaria para impulsar y distribuir el agua a los barrios altos, situados a mayor cota y donde la falta de presión impedía un mayor desarrollo urbano.

placeholder Canal de Isabel II, en la instalación de Torrelaguna. (Cedida)
Canal de Isabel II, en la instalación de Torrelaguna. (Cedida)

Bautizada con el nombre de Santa Lucía, la hidroeléctrica de Torrelaguna es un edificio industrial de reminiscencias decimonónicas (visibles en las lámparas de soporte metálico adosadas a los muros) con dos naves perpendiculares asentadas sobre una losa de más de un metro de espesor. Incrustadas en el suelo se conservan las antiguas turbinas Pelton, auténtico corazón de un complejo en cuyos muros de piedra caliza se abren vanos serlianos, que albergan grandes ventanales para introducir la luz natural. Adosado al edificio principal se encuentran el jardín geométrico, restaurado en 1990, y el depósito al aire libre, que alberga actualmente la primera planta de paneles solares flotantes del Canal.

Esta instalación era la clave de bóveda de un salto de agua artificial de 150 metros de altura conectado a un nuevo canal de distribución, el conocido como canal transversal. La infraestructura, según recogió el ingeniero Ramón de Aguinaga en su posterior Memoria de 1911, no solo permitía al Canal garantizar el abastecimiento que le había sido arrebatado por Santillana, sino asegurar su viabilidad y la financiación de futuras inversiones gracias a la venta del excedente de electricidad, que generaría el equivalente a 3 millones de pesetas de la época en muy poco tiempo.

El enfado posterior

Los planes del Canal cayeron como una bomba sobre el Marqués de Santillana. La Real Academia de Historia recoge cómo este planteó "reclamaciones ante el Ministerio de Fomento y varios tribunales" durante una década al considerar vulnerados sus derechos de explotación. El aristócrata llegó a presentar a las autoridades su propio proyecto para impulsar el agua del Manzanares ciudad arriba con tal de no perder su cuota de mercado, pero este fue rechazado.

El "sinfín de pleitos" generado por Arteaga, como lo define el autor Óscar Jiménez Bajo en su investigación sobre el Canal de Isabel II y el municipio de Torrelaguna, duró hasta más allá de 1928. Ello no impidió ni la puesta en marcha de la hidroeléctrica de Santa Lucía ni su conexión con el depósito elevado de Santa Engracia, un hito de la arquitectura del Canal restaurado como sala de exposiciones por los arquitectos Javier Alau y Antonio Lopera.

placeholder El depósito elevado de la Comunidad de Madrid. (Cedida)
El depósito elevado de la Comunidad de Madrid. (Cedida)

Su cuba de estructura metálica de 1.500 metros cúbicos de capacidad con cubierta forrada de zinc se eleva a 36 metros sobre una torre de planta circular con contrafuertes en talud de influencias mudéjares y medievales, construida en acero y con 22.000 piezas de ladrillo. Para subir el agua y asegurar la presión necesaria, el depósito se vale de la anexa central elevadora, también en ladrillo, que impulsa el líquido del depósito subterráneo a la cuba gracias a unas potentes bombas que originariamente iban a ser de vapor, siendo sustituidas en el proceso por las de energía eléctrica, según recogió el especialista Juan J. González Reglero.

El Marqués de Santillana no pudo hacer otra cosa que claudicar ante los planes públicos. Su empresa, Hidráulica Santillana, terminó subsumida bajo la estructura de servicio del Canal de Isabel II, aunque la absorción formal no se produjo hasta el año 2022. La competencia de ambas empresas nos legó el suministro de agua y de luz de la capital, así como un desarrollo industrial y patrimonial que aún hoy podemos contemplar caminando por las calles de Madrid.

Madrid le debe la vida al Canal de Isabel II y a su patrimonio arquitectónico. Sus construcciones transformaron la ciudad de "aldeota indecente" –como Galdós la retrató en sus obras– en la "capital civilizada" que presumía de salubridad, higiene y luz eléctrica. Pero la historia podría haber sido diferente si la empresa pública no hubiese ganado la guerra del agua que libró con uno de los aristócratas más poderosos del siglo XIX, el Marqués de Santillana. Hoy, en Caminemos Madrid, te enseñamos tres edificios clave de aquella disputa que son dignos de admirar.

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