Cinco bibliotecas espectaculares de Madrid que no figuran en las guías turísticas

Pese a ser una de las ciudades más instagrameables del mundo, el Madrid que caminamos alberga edificios que ningún influencer ha descubierto aún. Con motivo del Día de las Bibliotecas, te invito a descubrir cinco edificios alejados del circuito turístico, pero admirables por su historia, su arquitectura o su impacto urbanístico.

Comenzamos en el Alto de Carabanchel. Tras una fachada de hormigón tratado que simula una vivienda con tejado a dos aguas se encuentra la biblioteca con las mejores vistas de Madrid. La Luis Rosales, diseñada por Soler Serratosa y Rodríguez González, se abre a la orientación noreste para ofrecer al visitante un horizonte de 180 grados de amplitud y casi 15 kilómetros de visibilidad en línea recta.

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La atalaya, en el límite sur del Parque Chirivita, abraza el espacio verde en la base y convierte sus plantas superiores en un balcón urbano desde el que se divisan la cúpula de la plaza de toros de Vistalegre, el Edificio España, la Torre de Madrid, los edificios del complejo AZCA o los rascacielos de la Castellana, además de las Torres Kio. No hay balcón en la ciudad, ni siquiera el del Planetario de Madrid -del que hablamos recientemente- que ofrezca una panorámica así.

Al norte de esta, la cornisa que forman el Parque de San Isidro, el cementerio homónimo y la Sacramental de Santa María acoge la biblioteca Ana María Matute, de RSP Arquitectos. Sus tres volúmenes diáfanos de hormigón sustentados por pilares de acero en configuración triangular establecen el límite urbano del distrito y crean una plataforma acristalada que se abre tanto al río Manzanares como a los barrios de Imperial, Acacias y Chopera.

El muro cortina de vidrio libera la orientación noreste. La terraza exterior, realizada en madera, tiene como telón de fondo la cúpula de la Basílica de San Francisco el Grande, el Palacio Real y la Catedral de la Almudena, rematada en su base por el Museo de las Colecciones Reales de Tuñón y Mansilla, de reciente inauguración. Pocas ubicaciones se prestan como esta a una lectura reposada o a disfrutar de un refresco en los días cálidos.

La ‘corona’ y el atentado de ETA

Al oeste, en la Ciudad Universitaria, se levanta la icónica corona de espinas. El monumental edificio de hormigón proyectado por Fernando Higueras y Antonio Miró -hoy sede del Instituto del Patrimonio Cultural de España- alberga la primera biblioteca de planta circular de la ciudad. La segunda, con permiso de que la que Linazasoro realizó para la UNED, es la que Navarro-Baldeweg ideó junto a la Puerta de Toledo, bautizada con el nombre de Pedro Salinas.

Aunque parezca un contrasentido, la biblioteca de la corona no se encuentra bajo la intrincada cúpula de cristal que cubre el patio de acceso, sino en el sótano. La luz que entra por el formidable fanal de esta bóveda se desliza hasta el subsuelo gracias a un óculo practicado en la base del espacio. Ello aporta a la biblioteca una intimidad mística que encaja con el carácter que los autores imprimieron a esta catedral del patrimonio español, cuyos anaqueles y estanterías se disponen en círculos concéntricos descendentes.

Este uso, así como el resto del edificio, estuvo a punto de malograrse debido al abandono institucional: tras finalizar las obras, la ‘corona de espinas’ permaneció cerrada durante más de una década, antes de que el Gobierno la dotase de una función a la altura de su arquitectura. El inmueble se inauguró finalmente en 1990, 25 años después de que Higueras y su entonces socio Rafael Moneo recibiesen el encargo. Por el camino, ETA aprovechó el abandono del complejo para atentar desde esta ubicación contra el helipuerto del Palacio de la Moncloa, en febrero de 1980. El arma que usó la banda terrorista fue un lanzagranadas.

De la necesidad, virtud

A pocos minutos de la Plaza Mayor, otro episodio de desidia política está en el origen de la biblioteca Iván de Vargas. Los Vargas, una de las familias más importantes del Madrid medieval, residieron en el solar en el siglo XII. A su servicio estuvieron nada menos que San Isidro, patrón de Madrid, y su esposa, Santa María de la Cabeza. De la presencia de tan ilustre elenco queda hoy poco más que algunos elementos arquitectónicos dispersos y el pozo, una de las cuatro fuentes milagrosas que se atribuyen al santo y la misma en la que, según la tradición, San Isidro salvó a su hijo de morir ahogado tras hacer subir las aguas gracias al favor divino.

La casa original sirvió de base a la construcción de otra en el mismo emplazamiento durante el siglo XVI, obra que llegó hasta nuestros días en lamentable estado de conservación. A pesar de ser una de las escasísimas edificaciones de la época, el Ayuntamiento se negó a intervenir hasta que la ruina obligó a derribarla. Pero de las cenizas resurgió el fénix: si bien la reconstrucción histórica no aportó valor alguno, los arquitectos de Estudio Andrada generaron un sobresaliente edificio pétreo anexo al primero que recuperó la traza original del solar, lo abrió a la plazuela contigua, conservó los magnolios centenarios -para los que generó patios propios- y enmarcó la vecina basílica de San Miguel mediante un gran hueco a modo de ventanal.

De vuelta a la periferia, el equipo de Ábalos & Herrero y Ángel Jaramillo aprovechó la escasez de dotaciones del distrito de Usera para levantar un edificio de nueve pisos con forma de prisma que hoy es la biblioteca José Hierro.

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El zócalo exterior de hormigón que cose la plaza deja paso a un interior revestido con murales serigrafiados del artista estadounidense Peter Halley que imitan páginas escritas, dando la impresión a los usuarios de estar dentro de la propia lectura. Las salas de consulta, diáfanas y distribuidas en tres niveles a doble altura, ganan luz natural gracias a los paneles de la cobertura de acero, que se abren hacia fuera como la cubierta de un libro. En la parte superior de la estructura, la azotea actúa como mirador, demostrando que no es el distrito donde se reside, sino la voluntad de los promotores, lo que configura un espacio de calidad.

En esta relación de bibliotecas que merecen una visita podríamos incluir la Elena Fortún de Retiro, de ladrillo caravista que mezcla líneas rectas y curvas en un diseño de Miguel Ángel Verdaguer; las mencionadas Pedro Salinas y la UNED; o la del Museo Reina Sofía, revestida de madera bajo pórticos de acero de 16 metros de altura que se aloja en el edificio de la ampliación proyectada por Jean Nouvel.

Este paseo por las bibliotecas más recientes de la ciudad nos muestra que el patrimonio madrileño sigue moldeándose paso a paso, que fuera del trillado circuito turístico encontramos referentes que enriquecen nuestro urbanismo y a los que debemos dar la importancia que se merecen. Así lo vamos a hacer en las próximas entregas de Caminemos Madrid.