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La Puerta del Diablo y otras entradas a Madrid que no son la Puerta de Alcalá
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Miguel Díaz Martín

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La Puerta del Diablo y otras entradas a Madrid que no son la Puerta de Alcalá

Demos un paseo por los otros accesos a la Villa y Corte, empezando por una entrada diabólica, pasando por otra que es imposible atravesar, hasta llegar a la más ilustre, cuyos secretos ni los propios madrileños conocen

Foto: Puerta de Toledo en 1865. (Archivo municipal/Memoria de Madrid)
Puerta de Toledo en 1865. (Archivo municipal/Memoria de Madrid)

"Mírala, mírala…" y la puerta no era la de Alcalá, sino la del Diablo o de Valnadú, la misma entrada en cuyos sillares inferiores habría estampado Lucifer, la palma de su mano y cinco agujeros para sus dedos, según la leyenda recogida en el archivo de la Memoria de Madrid.

Hablamos de una de las puertas olvidadas de la Villa y Corte, las que no se ganaron la inmortalidad con canciones como la popularizada por Ana Belén y Víctor Manuel, pero que atestiguaron el paso de moriscos, caballeros cruzados, enviados regios, monarcas o tiranos como Napoleón Bonaparte. Hoy vamos a recorrerlas en un viaje cuyo final recompensará al lector, pues allí descubrirá una Puerta de Alcalá que muy pocos conocen.

Y es que nuestra capital llegó a tener cinco puertas reales para registro de rentas o pago de impuestos y doce “portillos” de paso ordinario, según estableció el cronista Ramón Mesonero Romanos en su Manual de Madrid. La de Alcalá, por su relevancia y diseño, pertenecía a la categoría real; la de Valnadú (también escrito Balnadú), correspondía a las segundas.

Una muralla de sílex

En su obra El Antiguo Madrid, Mesonero Romanos sitúa la Puerta del Diablo al costado izquierdo del actual Teatro Real. Su importancia radica no solo en su proximidad al desaparecido alcázar (el palacio fortificado que precedió al Palacio Real), sino en su integración en la muralla medieval de mampostería y sílex del siglo XII, que aún puede adivinarse si el caminante se asoma a los solares de las calles de los Mancebos, la Escalinata o del Almendro. La estructura de la puerta "fuerte, estrecha y con revueltas" (en forma de codos sucesivos para dificultar un posible asalto) que describe Mesonero Romanos es similar a otras como la Puerta de Moros o la Puerta Cerrada, siendo la más importante de la época la Puerta de Guadalajara.

placeholder Un alzado de la Puerta de Guadalajara, que conserva el Archivo del Ayuntamiento. (Cedida)
Un alzado de la Puerta de Guadalajara, que conserva el Archivo del Ayuntamiento. (Cedida)

Para encontrar esta caminaríamos por la calle Mayor, hacia el acceso oriental del entonces diminuto villorrio de Madrid, hasta casi embocar la Puerta del Sol. Allí admiraríamos un arco califal de herradura en ladrillo y dovelas de pedernal sobre sillares de piedra. Dos cubos semicirculares de mortero duro, una sólida torre coronada con pretil de almenas y una torre estrecha con campanario y reloj completarían el conjunto, según dejó escrito el director del Archivo de la Villa, Agustín Gómez, en la Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo de Madrid (1951). Poco tendría que ver esta, recalca el archivero, con la portada plateresca con hornacina para la escultura de Santa María bajo frontispicio clásico y tres torrecillas de su sustituta, la Nueva Puerta de Guadalajara, que se incendió en 1582 durante unos fastos en honor a Felipe II.

Puertas y muralla serían derribadas a partir del siglo XVI para facilitar la expansión de la capital tras el establecimiento definitivo de la Corte por orden de Felipe II. En las sucesivas cercas de la ciudad, cada vez más alejadas del centro, se abrirían a partir de entonces la Puerta de los Pozos de Nieve de la calle de Fuencarral, llamada así por los fosos subterráneos donde se almacenaba la nieve que abastecía de hielo la ciudad; o la de Recoletos, compuesta por un arco de medio punto rematado con frontón neoclásico. Cuatro medias columnas sobre zócalos sostenían la entrada, que contaba a cada lado con puertas con balaustrada superior.

Las puertas monumentales

Las monumentales entradas de la ciudad, tan fotografiadas hoy en día, no se construyeron en realidad hasta los siglos XVIII y XIX. Así ocurre con la única que veremos fuera del recinto de Madrid: la Puerta de Hierro (1751). Quien quiera observarla (que no atravesarla, pues carece de acceso peatonal) deberá circular con extremo cuidado por la conexión entre la M-30 y la autovía A-6. No pocos conductores se habrán preguntado qué hace una verja de fundición en medio de una isleta rodeada de tráfico. Esta es la entrada que completó el perímetro del Monte del Pardo a petición de Fernando VI. Aunque es difícil de apreciar por su inaccesible ubicación, el arquitecto Francisco Moradillo y los artesanos Barranco (rejería) y Oliveri (escultura) idearon un arco central de medio punto con pilares de granito y piedra de Colmenar, pilastras dóricas y remate con escudo real flanqueado por esfinges acostadas.

placeholder La Puerta de Hierro, que es imposible de atravesar. (Cedida)
La Puerta de Hierro, que es imposible de atravesar. (Cedida)

Hallaremos nuestra siguiente puerta regresando a la ciudad. Si descendemos del centro histórico por el lateral del Campo del Moro hasta la estación Príncipe Pío, encontraremos la Puerta de San Vicente. Su estructura neoclásica de tres vanos no se edificó en realidad hasta los años 90. Sería esta la tercera interpretación de la que primero estuvo coronada con una estatua de San Vicente Ferrer (muy sencilla) y de la que Carlos III ordenó construir en 1775 al maestro Sabatini, que remataría la obra con la desaparecida Fuente de los Mascarones.

placeholder Puerta de San Vicente según Ginés Andrés de Aguirre. (Museo de Historia de Madrid)
Puerta de San Vicente según Ginés Andrés de Aguirre. (Museo de Historia de Madrid)

Esta no sería la única puerta con surtidor propio: la Puerta de Atocha (antes, de Vallecas), que se derribó para construir la actual estación ferroviaria, tuvo como compañía la Fuente del Tritón y la Nereida del arquitecto Ventura Rodríguez, que los madrileños bautizaron oficiosamente como “fuente de la alcachofa” y que hoy podemos ver en los jardines del Retiro.

De 1813 datan, por último, los trabajos de la Puerta de Toledo, que debemos imaginarnos no aislada, como luce ahora, sino unida a la cerca de Madrid y cerrada con tres portones de hierro de doble hoja, tal y como la concibió el arquitecto neoclasicista Antonio López-Aguado para cumplir los designios de Fernando VII.

La 'otra' puerta de Alcalá

Para el final hemos dejado nuestra querida Puerta de Alcalá, que, como ocurre con las anteriores, es una interpretación dieciochesca de una entrada anterior. La Biblioteca Nacional custodia grabados, como el que vemos aquí, datado en el siglo XVII y que representa lo que fue una puerta de un solo vano con arco de medio punto de ladrillo embellecido, coronado con una imagen en piedra de Nuestra Señora de la Merced a su vez flanqueada por imágenes de la Beata Mariana de Jesús y San Pedro Nolasco.

placeholder La Puerta de Alcalá, en una imagen de 1937, adornada con estampas comunistas. (Cedida)
La Puerta de Alcalá, en una imagen de 1937, adornada con estampas comunistas. (Cedida)

Tendría que pasar un siglo hasta que Carlos III mandase sustituirla por el diseño de Francisco Sabatini que todos conocemos y que se ha convertido en patrimonio e imagen de Madrid. Un icono que vio al rey bajarse de su caballo con aire insigne, que observó a Napoleón tomar el Retiro para instalar allí su ejército durante la invasión francesa (con consecuencias que exploraremos en sucesivos artículos de Caminemos Madrid) y que sobrevivió a la Guerra Civil para llegar hasta nuestros días.

A esta fase de nuestra historia, corresponde la fotografía que cierra este texto, que muestra el monumento adornado en elogio de la URSS durante la guerra y el cerco de Madrid. Una imagen que muy pocos han visto del monumento que hoy disfrutamos y que completa otro viaje por el patrimonio y la arquitectura de la capital.

"Mírala, mírala…" y la puerta no era la de Alcalá, sino la del Diablo o de Valnadú, la misma entrada en cuyos sillares inferiores habría estampado Lucifer, la palma de su mano y cinco agujeros para sus dedos, según la leyenda recogida en el archivo de la Memoria de Madrid.

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