Caminemos Madrid
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Los nuevos "turistas de Dios": las rompedoras iglesias de Madrid que atraen a fieles y arquitectos
Templos que parecen transatlánticos, factorías industriales o escenarios futuristas de una novela. Estas son algunas de las joyas de la arquitectura sacra contemporánea que encandilan a locales y extranjeros
"Perdona, en la ceremonia no podrás hacer fotos".
-Por supuesto. Fuera no hay problema, ¿verdad?
-Todas las que quieras. ¡Nos encanta que vengan a ver nuestra iglesia!
Esta fue la conversación que tuve hace poco en la nueva parroquia de un municipio de Madrid. Un templo cuyo nombre no desvelaremos -a petición de su párroco- para no contribuir al "goteo semanal" de visitantes que cruzan sus puertas atraídos por la imponente obra que unos arquitectos andaluces ejecutaron en la localidad.
Los "nuevos turistas del Señor", como los bautizó con sorna el sacerdote que nos enseñó el edificio, se han convertido en una realidad que se nutre de fieles nacionales y de "creyentes extranjeros que visitan a la familia y quieren conocer la iglesia de sus parientes". Aficionados al urbanismo, profesores y estudiantes de arquitectura e ingeniería que "a veces vienen en grupo y quieren meterse hasta el confesionario" completan el creciente grupo de adeptos, según comentan a Caminemos Madrid desde otra rompedora parroquia de la región.
Hablamos de santuarios con apariencia de transatlántico, creaciones que parecen salidas de una fábrica siderúrgica o escenarios de una novela distópica de Philip K. Dick. Edificios como Nuestra Señora de Guadalupe, donde comenzamos nuestro recorrido.
Encontraremos esta tienda de campaña futurista en Chamartín. La obra que el mexicano Enrique de la Mora -de ahí el sobrenombre de iglesia mexicana o ‘de los mexicanos’- hizo junto a Félix Candela, José Ramón Aspiazu y el ingeniero José Antonio Torroja se eleva junto a una rotonda. En esta pobre parcela, el templo domina los árboles que la rodean gracias a su gran aguja central de base vidriada, que se prolonga sobre los encuentros de las láminas de hormigón que conforman los paraboloides hiperbólicos de la cubierta hasta formar una cruz simétrica de extremos apuntados. Dentro, un ágora circular con inusuales graderíos enmarca el altar central, bañado por la luz de los cristales coloreados del techo que se eleva hacia el cielo.
Una revolución de forma y luz
Bajo el techo rasgado de Nuestra Señora de Guadalupe podemos entender la revolución que supuso la nueva arquitectura sacra de los años cincuenta y sesenta. Esta cambió tanto la forma como los materiales de los santuarios para adaptarlos a una sociedad que ya no situaba los oratorios como el centro vital de sus barrios, según el doctor en arquitectura, profesor y David García-Asenjo Llana. Esta renovación la protagonizaron maestros como Oíza, Aspiazu, Torroja o Fisac, que, en muchas ocasiones, transformaron el espacio de celebración para acercarlo a los fieles, como recoge la tesis de García-Asenjo y su Manifiesto arquitectónico paso a paso.
Parte de esta nueva concepción del espacio sacro consistió en alterar las vidrieras tradicionales que conocemos y en un nuevo uso de la luz. Lo comprobamos en el gran lucernario inclinado de María Inmaculada y Santa Vicenta María (Tetuán), de José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún. También, en la iglesia de San Francisco Javier, que Rodolfo García-Pablos dotó de otra gran vidriera geométrica mural que se prolonga como una franja sobre el ladrillo.
Sin salir de la zona norte, entramos en Nuestra Señora de la Luz, donde no veremos vidrieras, pero sí el protagonismo absoluto de la iluminación natural. Esta iglesia es un gran cubo casi desnudo coronado por un fanal que conduce la claridad desde la pirámide excéntrica de la cubierta hasta el altar. José Luis Fernández del Amo reveló que su objetivo era ese: derramar la luz del cielo sobre la asamblea para centrar nuestra atención, acercar a los fieles y provocar esa “vuelta a las esencias” de la liturgia que García-Asenjo señala en sus estudios.
Por cierto, si el lector se acerca a cualquiera de estos tres templos, le costará pensar que son iglesias. Esto es así porque sus prismas de ladrillo visto se confundirían sin esfuerzo con un colegio o con un instituto cualquiera de no ser por las cruces metálicas de los exteriores.
La ‘iglesia-diábolo’ y el mastodonte cerámico
Pero volvamos a las formas que nos han llamado la atención. Dejamos atrás Nuestra Señora del Rosario, de Cecilio Sánchez-Robles. La conocida como la "iglesia brutalista" del barrio de Salamanca casi pasa desapercibida pese a sus lenguas de hormigón, su apabullante interior desnudo y su presbiterio elevado. Nos alejamos también de la Basílica Hispanoamericana de la Merced de Oíza y Laorga, cuya "desproporcionada altura" emerge cerca del complejo AZCA mostrando un no menos desmedido arco adintelado de medio punto. Ante sus puertas, creemos estar ante un poderoso edificio bancario de la Nueva York de principios del siglo XX.
Nuestro destino está en el límite con Alcobendas, donde Miguel Fisac edificó San Pedro Mártir. Los madrileños que circulan por la autovía de Burgos conocen bien su torre de 65 metros con dieciséis pilares coronada por una cruz atrapada en un cubo de maraña de hierro. Sin embargo, pocos han entrado en este oratorio con apariencia de laboratorio o industria fabril.
El interés creciente por este Bien de Interés Cultural (BIC) revela una inédita iglesia con forma de diábolo. Fisac situó el altar entre los dos formidables muros curvos que convergen hacia el interior, en el centro de la estructura. El Colegio de Arquitectos de Madrid detalla que, de esta forma, la iglesia se abre en abanico en una doble dirección: a la parte principal de la nave, donde se disponen hasta 700 fieles, y hacia la posterior, con 300 asientos para el coro. El altar se ilumina desde arriba con una celosía de tubos metálicos, mientras que el vitral posterior de casi 300 metros cuadrados monta los cristales tintados directamente sobre cemento armado.
Si el turista de lo consagrado aún se ha quedado con ganas, puede acompañarnos hasta el ensanche de San Sebastián de los Reyes para conocer San Manuel González. En función de la perspectiva, esta parroquia nos parecerá un edificio de viviendas más de la zona o bien un barco con una gran chimenea -especialmente, desde el voladizo de la entrada principal-. Los grandes planos quebrados del exterior se reproducen en el interior, donde un lucernario situado en la cota más alta inunda de luz el retablo y la asamblea dividida en dos alturas.
El estudio Ramón Fernández Alonso y Asociados es el responsable de una obra que destaca en medio de la desangelada avenida. Eso no impide que su volumetría se mimetice con el barrio (residencial, próximo a centros comerciales), demostrando una vez más que la evolución arquitectónica que comenzó en los años 50 y 60 del siglo pasado sigue presente.
El conflicto de Caná
Nuestra última parada la haremos al sur, en Pozuelo, donde la disputa entre Fernando Higueras y su sobrino, casualmente párroco e impulsor del templo, impidió al arquitecto terminar como hubiera querido un controvertido templo que se encuentra entre los que más fieles reúnen cada fin de semana y entre los más visitados.
Hablamos de Santa María de Cána, un templo diametralmente opuesto a toda su obra anterior -y a la corriente contemporánea que venimos describiendo- donde Higueras quiso volver a la tradición clásica de arcos, arquivoltas y ladrillo. A caballo entre los estilos clásicos y el neomudéjar, Santa María de Caná ofrece una profusión de líneas superpuestas de aparejo de ladrillo en disposiciones rectas y curvas y de celosías que culminan con la desaforada torre espadaña que se aprecia desde la carreta que comunica Pozuelo con Madrid.
Higueras no llegó a renegar de su obra, como sí hizo con su sobrino el párroco. En 1998, se despachó a gusto contra él y contra sus ideas sobre el proyecto en la Revista Arquitectura. En sus páginas, pidió que "ojalá" la iglesia se terminase conforme a su proyecto inicial para que las cigüeñas volviesen a la localidad. Lo que quedó para la posteridad, además de la discutida idea de Higueras, fue el reclamo turístico, cultural y espiritual que supone el templo y que no podemos censurar.
"Perdona, en la ceremonia no podrás hacer fotos".