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Caminemos Madrid
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Los 'edificios cebra' no matarán el Madrid de 2050, pero la ciudad-render sí puede hacerlo
Los copy-paste urbanísticos planificados a vista de dron, y no los edificios con fachadas en blanco y negro, son el auténtico enemigo a batir para impedir que los futuros barrios de Madrid se conviertan en postales vacías de vida
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Edificio cebra: dícese de las fachadas blancas con detalles negros que se multiplican por doquier para horror de unos y alegría de otros -fundamentalmente, los promotores y los nuevos dueños, que cumplen su sueño aspiracional de tener una vivienda de catálogo-.
Urbanismo en serie o copy-paste: el que nace del cortapega en bloque de manzanas y calles, creando una ciudad-postal sin pensar en los que viven en ella. Este es el verdadero enemigo a batir del Madrid que vamos a construir de aquí al año 2050. Y si usted aún piensa que el problema es el Pantone blanquinegro que hoy está tan de moda, siga leyendo.
Cuando uno pone la vista sobre Madrid, no está mirando un plano de Google Maps: lo que contempla es un mosaico de estilos y ritmos, una ciudad que se ha levantado como un palimpsesto donde cada época ha dejado su huella a base de mezclar sus elementos y de superponerlos con la capa histórica anterior. Algunos iconos de los siglos pasados desaparecen, otros se renuevan, pero la ciudad pervive mientras nosotros nos valemos de ella.
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Así es como han llegado a coincidir en el tiempo mi querido Palacio Real y las corralas de Lavapiés; los palacios señoriales de la Castellana y el prodigio de la ingeniería de la torre BBVA; las creaciones de Antonio Palacios y el Teatro Valle Inclán de Ángela García de Paredes e Ignacio Pedrosa; el nuevo y tecnologizado Santiago Bernabéu y el espléndido Olivar de Castillejo, un refugio único en pleno distrito de Chamartín donde Napoleón acampó durante la invasión francesa. Esta forma de construir y, sobre todo, de vivir nuestra ciudad es lo que llamamos identidad.
De la impresora 3D a la calle
Pero el Madrid que se vislumbra para los próximos 25 o 50 años corre el peligro de dejar de ser una ciudad reconocible, de diluirse en un modelo de repetición que convierta los nuevos barrios en clones sin alma. Y, curiosamente, los tan denostados ‘edificios cebra’ no tienen la culpa: son los barrios indistinguibles, la pérdida de la trama urbana y de su escala humana lo que puede dar al traste con todo.
El urbanismo copy-paste es la repetición en serie de esquemas que no responden ni al contexto ni al modo de vida de los habitantes. Es la ciudad-render, la que se diseña como una plantilla que podría implantarse aquí o en Brasil -como, de hecho, ocurre- sin que notásemos la diferencia; que produce barrios que parecen recién salidos de una impresora 3D: funcionales, relucientes, pero sin vibración alguna. Frente a esa monotonía, los ‘edificios cebra’ son incluso un soplo de aire fresco, siempre que no se conviertan en la única norma a seguir.
El urbanismo en serie que se ha usado de Sanchinarro a Montecarmelo, de Las Tablas al Ensanche de Vallecas, amenaza con repetirse, generando espacios con escasa identidad, donde perderse es lo normal y las calles parecen diseñadas más para ser atravesadas que habitadas. Falta en ellos trama viva y mezcla de usos, plazas que sean puntos de reunión y recorridos que inviten a descubrir. Allí donde el plano debía proponer diversidad, se impuso la repetición. Y esa repetición, por más ordenada que parezca, no genera ciudad.
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Para entenderlo, volvamos al ejemplo del mapa de Google. Quien descubre Madrid más allá de su distrito o quien llega a la ciudad por primera vez puede usar un plano para encontrar el lugar al que quiere dirigirse. Sin embargo, a fuerza de volver, no tardará en orientarse gracias a los hitos urbanos que salen continuamente a su paso.
Esos hitos pueden ser avenidas articulares como la Gran vía, los bulevares que conectan Argüelles con la Castellana o ejes comerciales como Bravo Murillo al norte y General Ricardos al sur, repletos de tiendas, viviendas y actividad. También puede fijarse en edificios de gran porte como la criticada Torre de Valencia, que es, a pesar de todo, una atalaya perfecta para encontrarse desde cualquier punto cercano al Parque del Retiro. Lo mismo ocurre con el Pirulí en toda la zona este o con el Edificio Bancaya de la Avenida de América, más conocido por generaciones de madrileños como "la torre de Iberia" debido al luminoso de la aerolínea que corona su cúspide. Este último fue, como recuerda el Colegio de Arquitectos de Madrid, un auténtico faro urbano en el cielo nocturno mucho antes de que las cuatro torres de la Castellana hicieran su estelar aparición en nuestro skyline.
Urbanismo de clonación
Como vemos, el problema va mucho más allá de la estética. También es funcional, social y, sobre todo, de vinculación emocional con el territorio. No olvidemos, además, que el urbanismo basado en la clonación tiende a separar vivienda, trabajo y ocio. Eso provoca que los lugares clave de nuestra vida diaria estén separados por distancias irracionales, lo que nos lleva al sinsentido de tener que pasar más tiempo en el metro, el coche o el atasco que disfrutando de nuestro barrio o nuestro hogar.
En el otro extremo del copy-paste está la creación de collages descontrolados. Madrid tampoco puede ser un lego intercambiable de colores ni una suma de gestos individuales. Los nuevos barrios, que se crean de cero y sin historia que los respalde, tienen que ser una malla coherente, un ejercicio de equilibrio entre diversidad y unidad.
El ejemplo lo tenemos en las arquitecturas de inspiración mudéjar que perviven en Prosperidad, con sus humildes edificios de ladrillo que tan bien documentó José Carlos Toledano en su estudio sobre la zona; o en las ordenadas manzanas del Barrio de Salamanca; por no hablar de los ‘hotelitos’ que permean con los bloques residenciales en el Tercio de Carabanchel o en la Fuente del Berro. Hasta las colonias obreras del este y el sur tienen más puntos de referencia (la iglesia de San Romualdo y su parque en Ascao, la Dehesa Boyal en Villaverde) que algunos ejemplos de planificación actual. En todos ellos hay, en definitiva, un hilo conductor material, formal o social que da sentido al conjunto. Esa es la clave que debe guiar la construcción del nuevo Madrid: coherencia sin monotonía.
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Baste como ejemplo el Ecobarrio de Puente de Vallecas. Allí, el Ayuntamiento ha impulsado diferentes promociones de vivienda pública en torno a un punto neurálgico: las chimeneas del sistema de calefacción centralizado (district heating). Esas torres metálicas, nacidas de una necesidad energética, son una referencia urbana, un icono que da centralidad y que cose el conjunto con su carácter y su espacio habitable. Sin embargo, el Ecobarrio también lleva al límite la individualidad, ya que cada edificio es muy distinto del siguiente. Por ello, el conjunto aún busca una malla coherente que lo integre con la ciudad. La innovación no puede sustituir a la estructura; el carácter no puede ser un collage deslavazado.
A menudo, los nuevos desarrollos de Madrid han sido laboratorios sin contexto. Frente a ello, urbanistas como José María Ezquiaga reivindican el valor de la trama y del uso. El futuro de la ciudad no pasa por multiplicar imágenes de postal, sino por reconstruir la continuidad urbana. La trama es más que una cuestión de forma, es vida, es la red de calles, plazas y recorridos que hacen posible explorar, mirar, encontrarse. Por eso, la defensa que Ezquiaga hace de la ciudad de proximidad nos recuerda que no se trata de llenar la urbe de esculturas habitables, sino de crear lugares memorables.
El Madrid de 2050 -y más aún el del año 2100- corre el riesgo de acumular edificios espectaculares para la foto aérea, pero vacíos de vida. Y aunque es verdad que el urbanismo se hace a vista de dron, quien lo disfruta (o lo sufre) es el peatón. Por eso, en la era de los mapas digitales, la malla de usos compartidos y los hitos urbanos son más necesarios que nunca, porque nos devuelven la orientación emocional que los algoritmos no pueden darnos. Madrid debe seguir siendo una ciudad que se camina, no una ciudad que se descifra desde la pantalla. El desafío es enorme, pero estamos poniendo el talento y el empeño en ello.
Edificio cebra: dícese de las fachadas blancas con detalles negros que se multiplican por doquier para horror de unos y alegría de otros -fundamentalmente, los promotores y los nuevos dueños, que cumplen su sueño aspiracional de tener una vivienda de catálogo-.