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Venus, Tierra, Marte y barro
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Juan José Cercadillo

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Venus, Tierra, Marte y barro

Aquí sí soy radical y no admito contrarréplicas. ¿Quieren por favor destinar diez veces más a Educación? Sáquenlo de dónde sea. A ser posible de ahorrar no de recaudar miserias de miserables trabajos

Foto: Irene Montero, en un acto este sábado en Madrid. (EFE/Borja Sánchez Trillo)
Irene Montero, en un acto este sábado en Madrid. (EFE/Borja Sánchez Trillo)
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Puede que siempre haya sido así. Hasta el sistema solar lo dice. Entre Venus y Marte hemos puesto Tierra de por medio. Venus representa al hombre, Marte lo femenino y la Tierra, con tanta agua, se nos ha convertido en barro. Y ya sabemos que una ciénaga es lo que más atrae a un cerdo. Ahí andan por igual verracos y marranas tuiteros haciendo de esta semana una pocilga de medios. Buscando hacerte militar en uno de los dos bandos. O Motos es una víctima o un baboso victimario. Montero es la ofendida o la macarra del cuento. ¡A la trinchera!, ¡a por ellos!, con las granadas de mano que hoy son nuestros teléfonos.

Foto: Pablo Motos, presentador de 'El hormiguero'. (Atresmedia)

Puede que las diferencias ordenadas por las equis y las íes de cromosomas lleven generando conflictos algunos millones de años, pero seamos realistas, también han dado sus frutos y sus momentos de asueto. Que griten las diferencias nuestros tamaños mamarios o la profusión de los pelos no era algo asambleario, al menos en aquel contexto. Es cierto que, unos más fuertes de cuerpo, otras más fuertes de mente —y todos tratando de conocernos mejor, tanto por fuera como por dentro— proveyeron de equilibrio bastante descompensado a lo largo de los siglos la relación entre sexos. Cierto que cierta ergonomía diseñada por los bajos siempre fue punto de encuentro y nos perpetuó del carajo. Los diferentes se atraen y ahí estamos muy bien hechos. El sexo nos junta a todos y el amor nos equilibra. El sistema es funcional aunque ha quedado demostrado a lo largo de la historia nuestra capacidad de pervertirlo y de pervertirnos a todos, en eso sí que hay consenso.

Me resulta tan perverso un extremo como el otro. Las lupas sobre los gestos, los microscopios de fallos, usados extemporáneos, pintan de delito infame al más naif comentario. Pero también lo contrario. La obcecación en el fallo, el recurso de la chanza para ocultar debilidades, la manía persecutoria para justificar patinazos impiden un cierto debate que ajuste mejor los límites. Y así nos estamos dando. Hay que trabajar el respeto porque se nos está acabando. Hartos de ciertos buenismos, estragados de macarras, o eres blanco o eres negro. Y me refiero al argumentario antes de que alguno se ofenda o tenga a bien celebrar un comentario racista perfectamente inventado si tiras con malicia de las hojas de algún rábano.

placeholder Carla Toscano, diputada de Vox, en una imagen de archivo. (EFE/Kiko Huesca)
Carla Toscano, diputada de Vox, en una imagen de archivo. (EFE/Kiko Huesca)

Vamos perdiendo matices en lo dicho y lo escuchado. Se van perdiendo las reglas en los combates dialécticos y ya vale el golpe bajo. Del elegante boxeo que nos proveyó la oratoria a hacernos todos pedazos en ese supuesto deporte que llamamos Vale Tudo y que hoy son las tertulias. Donde la victoria no basta si no dejas al enemigo —antes solo contrincante— destrozado, agonizante, ahogado en su propia sangre, abandonando convicciones y renegando de sí mismo.

Pablo Motos es machista, Irene Montero ignorante. La Toscano una rufiana, Pablo Iglesias un macarra —no lo tomen literal que en realidad significa el vivir de prostitutas—. Titulares como eslóganes. Eslóganes como arengas. Arengas como órdenes. Órdenes que se ejecutan, sin reflexión ni conciencia, en el fragor de una guerra con demasiadas batallas. No conquistaremos nada a tiros desde trincheras. Bombardeos de etiquetas y ráfagas de infames insultos nos alejan a diario. No tiene que acabar todo lo que discutamos en una irracional pelea. El conmigo o contra mí se ha convertido en mandamiento en favor de las facciones que votan en el congreso. Y persiguiendo sus logros, y por no llamar la atención, tratan de que la sociedad refleje de forma fiel su triste empatía de mierda. Y así están la televisión, las conversaciones de barra o las cenas de familia. Solo podemos hablar de fútbol y de sus divas, de personajes estrambóticos sufriendo más que nosotros o de exitosos de cartón piedra que nos colocan las marcas.

Foto: Montero e Iglesias en la Universidad de Otoño de Podemos. (EFE/Mariscal)

Podría ser más debatible: Pablo Motos no es elegante. Irene Montero debería estar cualificada. La Toscano, una grosera. Pablo Iglesias, un macarra. No me estoy polarizando al no rebajar la pena, es que me estoy refiriendo a su segunda acepción, un chulo vulgar y agresivo —quizá se me vea el plumero, tienen razón, la rebaja es muy liviana, pero es que le tengo por uno de los que empezaron los gritos y de aquellos lodos estos barros—.

Hay cosas a tener en cuenta. Contando. Al dueño, no solo presentador, del programa el Hormiguero le ríen a diario las gracias tres millones de personas. A Montero le votan lo mismo, que no los mismos, tres millones de españoles. A Carla Toscano le aplauden los cincuenta y dos escaños que representan a otros, seguro que otros, tres millones y medio de votantes. Pablo Iglesias, el macarra —perdón, me sale la vena y lo estoy estropeando—, marca con sus discursos la senda de los ejércitos más fieles y autoinmolados. Intento considerarlo meritorio y no del todo infructuoso.

Foto: El profesor Salvador Pons. (YouTube)

Hay machismo en este mundo. Los hay micros, los hay macros. También hay ofendiditos. Los hay macro, los hay micros. Cada vez hay más macarras, más groseros, más ineptos, más bufones debatiendo. Y marcan sus posiciones y pintan todas las rayas. A la derecha los míos, guardianes de la decencia, a la izquierda los chupópteros. Y a la viceversa. A la izquierda solidarios y a la derecha validos, que nunca válidos. Camisetas para todos, banderas y colorines. La perpetuación perfecta de las leyes del embudo. Ancho estándar con los nuestros y estrecheces de razonamiento con los tuyos. Los míos justificados desde imposibles preceptos. Los tuyos demonizados hasta por tocarse el pelo.

No hay solución inmediata, no la hay ni siquiera lenta, pero la hay a largo plazo. Esta semana mismo perdimos otra oportunidad de rebajar los conflictos de los que nos sobrevivan. Presupuestos del Estado negociados entre muchos parecerían señal de solventar la deriva. Nada más lejos de la realidad. Seiscientos euros por alumno y año. Un mísero uno por ciento de todo lo que gastamos destinado a educar a nuestros hijos. Aquí sí soy radical y no admito contrarréplicas. ¿Quieren por favor destinar diez veces más a este asunto? Sáquenlo de dónde sea. A ser posible de ahorrar no de recaudar miserias de miserables trabajos.

Puede que siempre haya sido así. Hasta el sistema solar lo dice. Entre Venus y Marte hemos puesto Tierra de por medio. Venus representa al hombre, Marte lo femenino y la Tierra, con tanta agua, se nos ha convertido en barro. Y ya sabemos que una ciénaga es lo que más atrae a un cerdo. Ahí andan por igual verracos y marranas tuiteros haciendo de esta semana una pocilga de medios. Buscando hacerte militar en uno de los dos bandos. O Motos es una víctima o un baboso victimario. Montero es la ofendida o la macarra del cuento. ¡A la trinchera!, ¡a por ellos!, con las granadas de mano que hoy son nuestros teléfonos.

Educación Irene Montero Pablo Iglesias El Hormiguero Pablo Motos Igualdad de género