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Sabina y viceversa
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Juan José Cercadillo

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Sabina y viceversa

Es sano ver a Sabina fuera de sus conciertos. Con seis dedos en la mano si cuentas el cigarrillo que parece nunca suelta. Con ese punto gracioso, lejos del coma etílico, con el que disfrutar la vida y recogerla los frutos que se ofrecen destilados

Foto: Joaquín Sabina. (EFE/Juan Herrero)
Joaquín Sabina. (EFE/Juan Herrero)
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Cristal hecho por bohemia. Frágil y transparente. Caído mil veces al suelo en quinientas noches de juerga. Recomponer los pedazos con prisas para la siguiente marcan más las cicatrices, dejan ver los arañazos. Y se le ven a Sabina si ves Sintiéndolo mucho, como lo digo lo siento. Pero cicatrices buenas, de triunfar en las peleas que le fue imponiendo el alma. Un Sabina al descubierto, un Joaquin de andar por casa que muestra tanta cornada como las enseñan los toreros: como si fueran medallas. Heridas por ponerse en el sitio donde pasan esas cosas. Con tus amigos artistas y con tus amores perros. Con tequila de por medio por miedo al resto de drogas. Con más nocturnidad que alevosía. Con muchas más ganas que acierto la mayoría de los días, el mayor número de novias.

Foto:  Joaquín Sabina. (Getty)
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Es sano ver a Sabina fuera de sus conciertos. Crees que te cuidas mucho viéndosele a él tan suelto. Con seis dedos en la mano si cuentas el cigarrillo que parece nunca suelta. Con ese punto gracioso, lejos del coma etílico, con el que disfrutar la vida y recogerla los frutos que se ofrecen destilados. Sabina vive riendo y se morirá de risa. No vivirá cien años pero vivirá tres vidas.

Es la sensibilidad lo que da la diferencia. Acercarte a cualquier artista acredita su existencia. La de “semos” diferentes, esa que nos conquista. Tienen otra percepción, otra explicación de las cosas, otra visión más fina. Todo a su alrededor se sale de la rutina. Se fijan en los detalles que importan y determinan, en los que tú no reparas. Lo miran desde otro ángulo y ven todo más bonito. Y de ahí a la bohemia ya solo queda un sutil brinco, el de no ponerse límites. Ese verso y ese verse a uno mismo con mucha más clarividencia, encontrar los entresijos donde está tu yo auténtico y disfrutarle un poquito. Crear el marco adecuado para que surja la magia lo tienen tan ensayado como tocar la guitarra. El trovador, el artista, el poeta, el literato, el torero o el flamenco son de rincón pequeño, de mesa de solo unos cuantos, de esquina de bar apartada o de sofá hogareño.

placeholder Leiva, Sabina y Fernando León en la presentación de 'Sintiéndolo mucho'. (EFE /Luis Millán)
Leiva, Sabina y Fernando León en la presentación de 'Sintiéndolo mucho'. (EFE /Luis Millán)

Nada de discotecas, de volúmenes infernales, de luces que ciegan mentes, ni de bailes rituales. Nada de chicas florero, de harenes artificiales, de lucir ropa o relojes que les valgan dinerales. Un corrillo de intelecto donde intercambiar sus vidas. Repitiendo las anécdotas, pero porque gustan de oírlas. Con la gracia por bandera, con el humor y la sorna. Con la guasa parrandera de fulminar al contrario: funcionario o policía, ganadero o periodista, agente o apoderado. La memoria, fotográfica, el verbo, fluido y bello, la entonación, teatrera, y el colofón, estallido. Risas las más de las veces y lágrimas cuando es preciso. In memorian de la gente a la que todos quisimos ha habido grandes saraos donde romper a reir sin desconsuelo o partirse o morirse de lloros.

Esto se vislumbra perfecto en las juergas del Sabina. Da igual aquí o en México, todo empieza con tequila. Con ese brillar de ojos que promete duradero. Porque esa es otra cualidad del buen artista y del verdadero bohemio, la de poder alargar la noche con otra noche sin solución de continuidad, ni pretensión ninguna de solucionar otra cosa. Esos parones del tiempo que generan las rancheras, esas paradas del mundo que consiguen los flamencos, esa pausa temporal que logras con un buen tango. Cuando la vida vuela. Cuando parece verdad y no una vil y absurda carrera a llegar a no sé dónde o a perseguir la riqueza. Horas en las que nada importa y que te quedan grabadas. Ese pellizco en el alma que te llevas de esta tierra cuando te tienes que ir de ella y no te dejan llevar nada.

Foto: Joaquín Sabina en el Festival de San Sebastián (EFE Juan Herrero)

También se le ve el madurar en los saltos temporales que tiene el documental. Madurar o envejecer. ¿Es mejora o deterioro? Verse con la voz rota, lento en los movimientos, reincidente en las preguntas y tópico respondiendo es una amenaza seria que el tiempo nos va cumpliendo. La forma de defenderse es ser consciente de ello. Y Sabina lo consigue y lo demuestra humilde reconociendo que el genio también se le hace viejito. Reconocerse las sombras permite verte las luces con las que alumbrar a los otros. Para tratar de iluminarles nunca para deslumbrarles me parece un buen consejo. Que el ego es lo único que gana fuerza y vigor cuando va pasando el tiempo y es verdadera tragedia si logra ponerse al mando.

Sublima Sabina su oficio de trovador y poeta, de revistero del pueblo, de sereno de las fiestas. De cotilla de portal que rima los secretillos que luego vuelan a voces en las gargantas de otros. Cuentista, fabulador, rey de la autobiografía, caudillo de la parábola, historiador de lo breve, psicólogo aficionado, psiquiatra por imposición y confesor confesado. Economista certero capaz de vivir del cuento contando a todos su vida. Juglar en todas las junglas. Whiskey con hielo y rapsoda. Saltimbanqui a salto de mata cuando las piernas le daban. Bufón, de bufar, por celos. Charlatán tan ponderado, tan delgado, tan sombrero.

placeholder Sabina, Fernando León y Leiva saludan al público del Festival de Cine de San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)
Sabina, Fernando León y Leiva saludan al público del Festival de Cine de San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)

Pero, sobre todo, torero. No le sale otra confesión más sincera en las dos horas que la de su resignación por no superar el miedo que da hacerse matador. El lance de Aguascalientes con José Tomás demacrado en el patio de cuadrillas, conocido el resultado, me impresionó más que todo. Sabina, respetuoso se acerca a su héroe dorado, de grana y de oro concretamente. Le espeta un buena suerte y se vuelve a su tendido. Oles y sustos suceden hasta la fatídica cornada que casi llama a la muerte. El cantante, la persona, que sufre el dolor de su amigo, la posibilidad de su muerte, luce roto y compungido durante las horas siguientes. El panegírico, sincero y ensangrentado, sobre el toro, los toreros y su sagradísimo oficio son los mejores minutos de defensa de esa Fiesta a la que cayó rendido en las capeas de Jaén y en el brindis de su amigo.

Sensibilidad y coherencia, libertad total y convicción son Sabina, o viceversa.

Cristal hecho por bohemia. Frágil y transparente. Caído mil veces al suelo en quinientas noches de juerga. Recomponer los pedazos con prisas para la siguiente marcan más las cicatrices, dejan ver los arañazos. Y se le ven a Sabina si ves Sintiéndolo mucho, como lo digo lo siento. Pero cicatrices buenas, de triunfar en las peleas que le fue imponiendo el alma. Un Sabina al descubierto, un Joaquin de andar por casa que muestra tanta cornada como las enseñan los toreros: como si fueran medallas. Heridas por ponerse en el sitio donde pasan esas cosas. Con tus amigos artistas y con tus amores perros. Con tequila de por medio por miedo al resto de drogas. Con más nocturnidad que alevosía. Con muchas más ganas que acierto la mayoría de los días, el mayor número de novias.

Música Cine Joaquín Sabina Tauromaquia