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Juan José Cercadillo

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Mitos se siguen cayendo

Jueces, guardias civiles, clubes de futbol, diputados y hasta árbitros representaban antaño garantía de cordura, prudencia y servicio público. Se agotan los nichos donde la dignidad mandaba

Foto: El presidente del Barcelona, Joan Laporta. (EFE/Alejandro Garcia)
El presidente del Barcelona, Joan Laporta. (EFE/Alejandro Garcia)

Se siguen cayendo los mitos. Algunos en helicóptero, otros en cálidos brazos de meretrices. Árbitros dejándose caer al borde de la factura. Narcos pidiendo perdón por matarte sin querer desmitificando su oficio –esta me da para otro día-. Representantes del orden puestos hasta las cejas. Y puestos creados ad hominen, adjudicados en el estricto orden que reflejaban sus listas. La lista esta semana releyendo los periódicos se me ha hecho casi eterna, un repaso vomitivo, no solo por la resaca.

De la indignidad de unos cuantos no habría que hacer tabla rasa pero se agotan los nichos donde la dignidad mandaba. Jueces, guardias civiles, clubes de futbol, diputados y hasta árbitros representaban antaño garantía de cordura, prudencia y servicio público. Carismáticos oficios de vidas más que abnegadas. Religiosos y políticos, regidores, magistrados nos suponían ejemplo, nos inspiraban. Ahora algunos de ellos aspiran, vistiendo solo toalla, las rondas de cocaína. Jaleados, previo pago, por cheerleaders sobornadas que venden fotografías.

Foto: El presidente del Barcelona, Joan Laporta. (EFE/Alejandro García)
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Vamos camino del fondo, del fondo del alma humana. Y no tocaremos suelo para impulsarnos de nuevo. Nos quedaremos atrapados en ese profuso fango que acumula la ambición desaforada. Ese salvaje impulso que todos llevamos dentro y que algunos no controlan. Ese limo maloliente que genera el servicio inevitable que rendimos a lo inmediato, y que nos embarra a todos. Manchan uniformes y togas, y actas de diputados. Un légamo en el que las ratas y seres infectos prosperan más que los otros. O creen que eso es prosperar, al ver por momentos saciadas sus animales pulsiones, su instinto de carroñeros.

Aires de normalidad sufrimos ciertos lectores ante la profusión de eventos que enumeran en los medios. Ese toque que la chanza viene dando a lo inmoral para poder sobrellevar tanto caradura suelto, que encerramos a muy pocos, es lo que aún nos salva. Y no podemos evitar componernos el suceso del guardia “anfetaminado” a lomos de su Pegasus persiguiendo desde el cielo gigantes por los asfaltos. “¡Son molinos!” repetía Sancho a un jefe desaforado. Con la lanza tan enhiesta el choque estaba cantado. La pobre mujer de Sancho, que por razones ocultas también presenciaba el lance, tras darse la costalada se corrió media castilla eludiendo el atestado. El propio Alonso Quijano -sumario secreto manda- retomada la cordura optó también por la espantada. A dedo huyó de la ruina en la que quedó su montura buscando refugio incierto precisamente en su casa. Quedó dentro el pobre Sancho sentado bajo el depósito, atrapado sin remedio entre las riendas de el Rucio. “Duchose” con los mil litros del insano combustible que aún quedaban en el pájaro. Normal que cantara todo al verse por fin rescatado. “¡Son molinos!” repetía, sin salir del shock traumático.

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Perseguido el picoleto hasta el propio domicilio, las pruebas habituales concluyeron que era hábito que el que vigilaba los cielos se volaba la cabeza. Una misión de altos vuelos, de viajes aun sentado, de ver cosas nunca vistas, de piloto en automático. Normal que cualquier multado clame ahora por justicia. Y exija un control de drogas como mínimo paritario. Un conductor, un policía. E intercambio de acusados. Un conductor absuelto por cada “civil” pillado. Y el Pegasus al banquillo, que puede liarla parda en manos de tanto pardillo que se cree aún Don Quijote “desfaciendo” los entuertos con enhiesta lanza en mano.

Y en la lista de pardillos, entre los primeros puestos, tres presidentes de un club que creyeron como ciegos que harían la vista gorda todos los que visten de negro. Otro de esos grandes planes pagados con dinero ajeno, que no plantean fisuras. Ni rojas, ni faltas en área, ni gol fantasma, ni fueras de juego son ligas aseguradas. Y no queremos tomar riesgos, no se lesione Iniesta. La lista de los conceptos que facturan los millones recuerdan a Tony Leblanc dirigido por Lezaga en las míticas escenas de la película Los tramposos. “Pon lo de grabar los partidos. Y pon doscientos mil euros”. Me imagino a ese contable entre la risa y el pánico “picándose” la factura. Con lo de los informes verbales ya debió temerse algo, pero ni auditores ni jefes parecían preocupados y siendo los que estaban al mando no quería hacer preguntas. Solo le faltó el concepto literal de “factura falsa” para cambiarse de puesto.

Foto: El presidente del Barcelona, Joan Laporta. (EFE/Alejandro García)

Llegó uno y dijo basta, y el empoderado extorsionador dio sus últimos estertores en mails que más bien recuerdan a la película El padrino. Rezuman tal desahogo, demuestran tanta sensación de inmunidad que dan ganas de conocer a “la famiglia” en las secuelas que hagan falta. Y darle todos los Oscars. Ese poder de convicción sí merece un seminario. Hacer creer a gente, aparentemente lista, tener a todos los árbitros cogidos por los… hilos hasta parecer marionetas, eso es valor añadido en una fuerza de ventas. Al parecer el susodicho ya prometía arbitrando. El prohibir toda protesta en el terreno de esos juegos a quien pitaba a su antojo, y a sus réditos, parece que malcrió al colegiado.

Son tan burdos los chantajes, son tan zafias esas fiestas, son tan imperdonables las faltas que, unidas a mi dolor de cabeza, solo se me ocurre el remedio para sobrellevar el sábado de volverme ya para mi cama. Bueno, me acabo primero las tostadas.

Se siguen cayendo los mitos. Algunos en helicóptero, otros en cálidos brazos de meretrices. Árbitros dejándose caer al borde de la factura. Narcos pidiendo perdón por matarte sin querer desmitificando su oficio –esta me da para otro día-. Representantes del orden puestos hasta las cejas. Y puestos creados ad hominen, adjudicados en el estricto orden que reflejaban sus listas. La lista esta semana releyendo los periódicos se me ha hecho casi eterna, un repaso vomitivo, no solo por la resaca.

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