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Destrozos, trozos y moscas
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Juan José Cercadillo

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Destrozos, trozos y moscas

Horas de tertulias, conexiones en directo, entrevistas a psicólogos, cuñados algo expertos... nada ha servido para arrojar ninguna luz al evento

Foto: Daniel Sancho, detenido en Tailandia. (EFE/Somkeat Ruksaman)
Daniel Sancho, detenido en Tailandia. (EFE/Somkeat Ruksaman)

"Me has destrozado". Fueron las últimas y premonitorias palabras del pobre Edwin antes de que le hicieran literalmente varios trozos. De hacerle pedazos por abandonarle un par de meses antes, a hacerle pedazos en su reencuentro. Su idílico intento de reconciliación en las playas de Tailandia pasó de recomponer su relación al fatídico extremo de descomponer su cuerpo. De abrazos a brazos sueltos. De momentos de pasión a, literalmente, fragmentos. En una fracción de segundo fracciones por varias bolsas cuya suma, suma uno; lo que, paradojas de la matemática aplicada, resulta ser un número entero. El amor te disecciona, sabe lo que llevas dentro, y se convierte en tragedia si uno de los dos lleva dentro un carnicero. El desamor a veces resulta ser el amor más extremo y, me han dicho, es una sensación comparable a que te arranquen el corazón. Edwin, desgraciadamente, sabe ya mucho de esto.

Horas y horas de tertulias, de conexiones en directo, de entrevistas a psicólogos, de cuñados algo expertos, no han servido para arrojar ninguna luz al evento. Porque ese está siendo el trato informativo de todos los matinales y también de vespertinos con las audiencias por las nubes y los escrúpulos por los suelos. Un evento. Ya solo falta un canal de contenido monográfico para repetir lo mismo sin que nos lleve a ningún lado en este, parece que histórico y truculento, acontecimiento. Perdón, sí que existe, lo está haciendo Telecinco. Les quitas los comerciales y en su pauta de programas ves que no hay nada más importante ahora mismo en este mundo que descubrir las ruindades que han llevado a un conocido a descuartizar a un exnovio, o a un amigo, o un conocido, o a un acosador, o a su propio sugar daddy. Para mí todo es lo mismo. Me da igual cuándo lo aclaren.

Foto: Daniel Sancho, en una imagen de archivo. (EFE)

Un descerebrado de libro, que espero que no se libre, confiesa habilidades preparatorias fruto de su incipiente oficio de cocinero en lo que pudo ser un muy macabro ronqueo. Parece que meditado y preparado, pues hubo logística por medio. Indica con sangre fría los sitios de varias bolsas con los lotes despiadados y aún con la sangre caliente. Me centraría en las posibles incapacidades intelectuales del ejecutante, destacando por ejemplo que dejó el ticket de la compra del material de limpieza en uno de los escalofriantes paquetes, si no fuera porque me tiene indignado el enfoque que determinada prensa está haciendo de este bicho.

Por guapo o por nepo-conocido ha llegado este melenas a parecer el bueno de esta película de terror de serie B que tanto juego da a los aficionados a la carroña. Creo que no vomitaría tanto si me encontrara las porciones de Edwin librándome de mi basura. De esa otra basura haciendo caja con esto me temo que no me libro hasta que surja otro evento del mismo nivel Dios de morbo. Entendiendo que juzgar, en el sentido judicial del término, no es algo que corresponda a quien lo ve desde lejos y que la, a veces hipócrita, presunción de inocencia debiera regir mi juicio, pero es un hecho contrastado la confesión del susodicho. La compra de los cuchillos y el paso por la droguería previendo el estropicio están grabadas en vídeo. Los antecedentes de desequilibrio, de mente poco ordenada, lo falso de sus dos simultáneas vidas lo acreditan. Las idas y las venidas al regazo de la víctima, por las razones que sean, también están apuntaladas en lo público de sus mensajes y en el perfil del finado. Pero es que, además, el de carita de niño ha confesado al minuto de preguntarle la policía. Habría que repetirles esto, antes de cada vuelta de la publicidad, a los que parece que tratan de justificar la matanza apuntando a la condición supuestamente porcina del tal Edwin.

Ni la víctima ni el victimario están en sus circunstancias por la educación o el desapego que hayan ejercido sus padres

También comprendo el respeto debido, y obviado, a las pobres familias que sufren escarnio público, o que existan estas líneas, debido a la incomprensible mente de sus alejados vástagos. Ahí soy más condescendiente que algunos pseudotertulianos leídos en Conan Doyle o Christie. Entendiendo que la misma culpa tienen los progenitores del machote que portó el machete y lo hundió sin miramientos o del supuesto pusilánime hundido en sus propias miserias sentimentales que acabó hecho rebanadas. Ni la víctima ni el victimario, estoy convencido, están en sus circunstancias por la educación o el desapego que hayan ejercido sus padres respectivos. Si bien de los implicados está muy claro el culpable, apuntar más hacia arriba con un criterio causal y culpatorio me parece un desatino.

Y en esa indiscutible culpabilidad, falten los detalles que falten, estoy basando mi cabreo. No sé si buscando enmarañar el mejor abono de la audiencia, y, por lo tanto, de la recaudación publicitaria, o porque tienen alma negra —la explicación monetaria siempre resulta la más certera— pasan horas exponiendo intrascendencias del caso. A veces justificando algo de lo ocurrido por el vil y televisivo mecanismo de sembrar dudas en la personalidad de la víctima. Siembran y abonan, su táctica natural, para obtener sus frutos. Y no sé si recordar que el primer ingrediente del abono natural suele ser la pura mierda. Yo no sigo estos programas, pero es que mi televisor, aun permaneciendo apagado por causa vacacional, está desprendiendo un hedor que a mí no me gusta nada. Igual que esta reflexión.

Pasa igual, lo cortó rápido, al inicio del vermú, a mitad de la comida y con la segunda copa. No se habla de otra cosa. Y me está pasando a mí ahora que me doy cuenta. Somos demasiadas moscas a las que nos gusta la mierda. Le importará un ídem mi petición de perdón a los pobres padres de ambos ahora que me doy cuenta de que todo mi mosqueo viene de mi condición de mosca. He caído como una más de ellas. Me temo que esta tendencia acabará destrozándonos a todos y no sé qué acabará haciendo la próxima generación con tantos y tantos trozos esparcidos por los medios.

"Me has destrozado". Fueron las últimas y premonitorias palabras del pobre Edwin antes de que le hicieran literalmente varios trozos. De hacerle pedazos por abandonarle un par de meses antes, a hacerle pedazos en su reencuentro. Su idílico intento de reconciliación en las playas de Tailandia pasó de recomponer su relación al fatídico extremo de descomponer su cuerpo. De abrazos a brazos sueltos. De momentos de pasión a, literalmente, fragmentos. En una fracción de segundo fracciones por varias bolsas cuya suma, suma uno; lo que, paradojas de la matemática aplicada, resulta ser un número entero. El amor te disecciona, sabe lo que llevas dentro, y se convierte en tragedia si uno de los dos lleva dentro un carnicero. El desamor a veces resulta ser el amor más extremo y, me han dicho, es una sensación comparable a que te arranquen el corazón. Edwin, desgraciadamente, sabe ya mucho de esto.

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