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Topuria y un miura
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Juan José Cercadillo

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Topuria y un miura

Aún lejos del riesgo per cápita de los antiguos gladiadores, muere más gente en calzones que con el traje de luces

Foto: Topuria, después de ganar el cinturón de campeón del peso pluma de la UFC. (EFE/Juanjo Martín)
Topuria, después de ganar el cinturón de campeón del peso pluma de la UFC. (EFE/Juanjo Martín)
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Trazas de circo romano vemos por los espectáculos que más triunfan estos días. Vale cualquier ejemplo. Pongo uno rápido, digamos… que formulo uno: carreras modernas de cuadrigas con 800 caballos poco tendrían de vistas sin el riesgo de estampida y sin el riesgo de estampado. Aumentados los caballos, aumenta exponencialmente la velocidad del impacto en una evidente mejora de la carrera-espectáculo. Y a falta de gladius, o espada, con la que atizar al contrario -antes no había DRS y andaban más liberados- han retorcido el trazado. Coinciden los picos de audiencia con coches escacharrados contra muros y vallas varias que anuncian al mismo tiempo tragedia y un viejo banco. Colocado con talento siempre el tiro de la cámara, solo el casco nos impide ver caras de Charlton Heston en película romana forzando mueca de miedo y resignación cristiana frente al inminente e inevitable hostiazo que tanto exacerba a la grada. Sigue igual tras dos milenios, aquí nunca cambia nada.

Hoy reinan en la parrilla de oferta televisiva eventos que con disimulo explotan la misma fibra. En el peligro intrínseco de la actividad realizada aflora el reconocimiento, la adrenalina prestada, la satisfacción del momento de saberle vivo al otro, por el airbag o por los pelos, sin pasar ningún tormento. La aventura delegada, el sofá con metaverso, el "lo hago sin hacerlo". Conste que no lo critico, pero denunciaría yo algo. La doble vara de medir, la injusta falta de criterio. Pongo un ejemplo nuestro, digamos… que cojo el toro por los cuernos: podemos hablar del toreo, que es de lo más criticado, y de los diferentes raseros que ahora se están empleando. Lo homogéneo del formato entre el coliseo romano y nuestras plazas de toros evidencin, más que en otros espectáculos actuales, las conexiones tan básicas entre la satisfacción y el morbo. De ahí lo fácil de la crítica, de la simplista y burda acusación de anacronía que está sufriendo en estos tiempos la osadía milenaria de verse con los arrestos suficientes como para enfrentarse a un toro. Y con el riesgo añadido, como si solo ponerse delante fuera poco, de aspiraciones estéticas y anhelos emocionales que, mágicamente compartidos, acaban por considerarse arte. Pero hoy sufre el repudio virulento, activo y de tintes fascistas de una amplia mayoría.

Puedo entender la crítica, pero no entiendo el criterio. Me parecen muy injustas distintas valoraciones de cosas tan parecidas. Pongo un ejemplo mediático. Digamos… un caso con gancho: este famoso Topuria resulta un descubrimiento para el argumentario clásico de defender a los toros. Si él puede volver al circo romano y reventar las audiencias, podemos hacerlo todos. Al fin y al cabo, la tasa de muerte en su oficio es mucho mayor que en el otro. Aún lejos del riesgo per cápita de los antiguos gladiadores, muere más gente en calzones que con el traje de luces. Según datos estadísticos: 7,1 contra 0,6 por cada 100.000 participantes. Porque salvo que seas cabestro, estaremos todos de acuerdo en que es peor un chaval muerto a que matemos un toro. Aunque igual estamos mutando de ser humano a ungulado y de ahí la clara falta de criterio, el error en la empatía, al valorar combatientes. Ambos son grandes combates y ambos podrían considerarse obsoletos… o maravillosos. Tratémosles con respeto, es solo cuestión de gustos.

Foto: Ilia Topuria y Alexander Volkanovski en el UFC 298. (Chris Unger/Getty Images)

Esto de la MMA me parece una locura, igualito que el toreo. Pero tanta repercusión y aceptación está llena de contradicciones si esos mismos aficionados o medios demonizan el toreo. Reventar el pay per view o llenar el Bernabéu para ver cómo se hostian dos tíos del mismo peso y luego acercarse a Las Ventas a que se prohíban los toros es una prueba palpable de lo que nos está pasando: la evolución hacia astado, por no decir a borrego. Yo, que defiendo los toros, acepto esas peleas salvajes sin protestar ni hacer ruido. No voy a verlo, pero no lo prohíbo. Que en estos días parezca el nuevo deporte de moda me trae un poco sin cuidado. Para mí no es más que el tenis de barrio bajo, el golf de los extrarradios, el ballet de los malotes con toneladas de marketing, con mil millones de apuestas, con un futuro del carajo.

Puedo reconocer que hacen muy bien su trabajo. Prohibidas peleas de gallos, prohibidas peleas de perros, van por todos los gimnasios buscando reencarnaciones que, sin pico ni espolones, sin colmillos y sin rabo, tengan en la mirada la prueba de sus otras vidas en palenques o tugurios donde fueron animales. Algunos lo siguen siendo si le miras a los ojos. Los pesan, los clasifican y los sueltan en una jaula. Y los cierran bajo llave hasta que uno se rinda, en el mejor de los casos. En la triste mayoría salen con la asistencia de camillas y doctores, mientras al otro le cuesta encontrarse la salida, y salta y grita y da vueltas a esa jaula que, a base de puñetazos, acaba de galvanizar en oro. No me gusta el espectáculo, pero tampoco me fundo una asociación al uso, reclamo voz y espacio televisivo y reclamo subvenciones, para abolir que dos tíos se junten y se revienten mientras les vitorean otros.

Foto: Topuria, junto a Almeida tras ser homenajeado. (EFE/Zipi)

Topuria y su cinturón ahora están hasta en la sopa. Con planta de gladiador te suelta un speech de autoayuda que está causando furor. Que si quieres puedes, que si lo visualizas lo logras, que nadie te robe tus sueños, que el límite tú te lo marcas… todo de lo más correcto. Además, se le ve antes del combate encomendándose a Dios para convertirse en demonio, resultando inspirador para los mismos jóvenes que reniegan de la religión. Otra gran contradicción. Hacerse fuerte está bien, en la mente y en lo físico, lo de los mamporros tal vez resulte poco adecuado en este ambiente violento que hemos ido creando para criar nuestros hijos. Pero no me tiño de sangre y me tumbo en la puerta del Honda Center en California para insultar a Mark Zuckerbeg, que habrá pagado su entrada.

"Yo, que defiendo los toros, acepto esas peleas salvajes sin protestar ni hacer ruido. No voy a verlo, pero no lo prohíbo"

Y solo dos peticiones. Topuria, alias El matador, promocionó su combate en una plaza de toros, se viste de brilli-brilli y no le teme a la muerte. Es el héroe del momento. Una: por Dios, que alguien le pregunte en alguna de esos miles de entrevistas si su próximo combate podría ser contra un Miura en una jaula más grande y vestidito de luces. A ver si lo que visualiza se cumple. Y dos: más respeto a los toreros si se respeta a este hombre.

Trazas de circo romano vemos por los espectáculos que más triunfan estos días. Vale cualquier ejemplo. Pongo uno rápido, digamos… que formulo uno: carreras modernas de cuadrigas con 800 caballos poco tendrían de vistas sin el riesgo de estampida y sin el riesgo de estampado. Aumentados los caballos, aumenta exponencialmente la velocidad del impacto en una evidente mejora de la carrera-espectáculo. Y a falta de gladius, o espada, con la que atizar al contrario -antes no había DRS y andaban más liberados- han retorcido el trazado. Coinciden los picos de audiencia con coches escacharrados contra muros y vallas varias que anuncian al mismo tiempo tragedia y un viejo banco. Colocado con talento siempre el tiro de la cámara, solo el casco nos impide ver caras de Charlton Heston en película romana forzando mueca de miedo y resignación cristiana frente al inminente e inevitable hostiazo que tanto exacerba a la grada. Sigue igual tras dos milenios, aquí nunca cambia nada.

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