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Uno, dos, tres, cuatro...
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Juan José Cercadillo

Miredondemire

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Uno, dos, tres, cuatro...

El uno, el dos y el tres de mayo, pegaditos a un sábado, representan un periodo tan largo que es digno de un presidente. Todo pendiente a la vuelta, otra vez a empezar todo

Foto: Pedro Sánchez en el Congreso. (Europa Press/Jesús Hellín)
Pedro Sánchez en el Congreso. (Europa Press/Jesús Hellín)
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Cinco días de retiro, para reflexionar. Muchos escandalizados mientras nadie se escandaliza por exactamente lo mismo, paradojas de esta Iberia que nunca se juzga a sí misma. Fiesta del trabajo por lo que hubo y por lo que venga, dos de mayo por patriótico alzamiento, viernes porque me toca, se juntan al fin de semana que promete fin de ciclo. Todo Madrid hacia Cádiz, hacia el levante o el norte sin que parezca pecado el descanso planificado, el escaqueo por convenio, la ausencia consensuada, por extensa que la hagamos. Criticamos el receso siempre que sea el ajeno. El nuestro es porque yo lo valgo, me lo gano, o lo merezco. Es la vara de medir que se hace grande o menguante dependiendo de si juzgo mis méritos o sus vagancias. Es el debate soterrado del empleador y el empleo. Es esta nueva tendencia de desmentir a Copérnico y conseguir que el Universo gire en torno a nuestro ombligo y la subjetiva visión de un ensimismado cerebro que va camino ligero de justificarlo todo, de conseguir no entendernos.

Que a la fiesta del trabajo le sigan cuatro días de asueto se puede considerar paradoja o también un justo premio. Se celebra el día uno la reducción de jornada. Siguiendo con el reduccionismo, capital contra trabajo, un clásico que seguirá por siempre cero a cero. Encantados como estamos los que tenemos empleo, paramos y protestamos que algo queda en el convenio. El rendimiento del trabajo, de la hora-hombre, del esfuerzo, es el mantra comunista que trata de justificar que el rédito de lo productivo se debe repartir por igual a los que dedican igual tiempo. Enfrente los que, con ideas, inversiones o con riesgos, con un valor añadido, piensan que tienen más mérito para recibir beneficios, que no es lo mismo pintar, en los mismos sesenta minutos, por gotelé que por Goya. Es una pelea vana que olvida algún que otro frente camuflado entre discusiones crecientes con altavoces mediáticos desvocados.

Existe un tercer elemento que no aparece en las pancartas, no rima en ninguna consigna, no capitaliza insultos a pesar de que, del esfuerzo, se está llevando un buen pico. Pico y pala el mes entero en tu puesto de trabajo y casi la mitad del sueldo se deriva hacia ese ingreso que bien llamamos impuestos. De imponer, eso está claro. Al robo piramidal que instauraron las pensiones. Llegará un día que no llegue y, hablando de pintar, puede que mi generación sea la primera que se queda colgadita de la brocha después de que nos retiren la imaginaria escalera. Dineros a una Seguridad Social que, de claramente insostenible, ya podríamos llamar más bien Inseguridad. Pecunios de lo que produces a sueldos de funcionarios expertos en ralentizar, condicionar o exprimir negocios o iniciativas, a pagar el absentismo, la nacional picaresca. Del riesgo del empresario, del esfuerzo del autónomo, del sudor del nominado, por nómina, no por aviso de discontinuo fijado, salen los medios necesarios para sostener el tinglado, y eso es lo que cobramos, medios sueldos por su culpa. Nos está bien empleado a los que tenemos empleo. No hay protestas por las mermas, las averías y fugas, que hacen que nuestras transferencias parezcan más bien trasvases a regar huertos de votos por todas las comunidades.

Foto: Pedro Sánchez, en el Congreso. (Europa Press/Jesús Hellín)

Dejado atrás el debate, irresoluble y sesgado, después del uno de mayo nos da por celebrar en Madrid efemérides históricas entroncadas en el fondo con el tema del trabajo y lo pobre de su rendimiento. Alzamientos enervados por el terror atávico a pagar aún más impuestos. Vinieron los Bonaparte y buena parte de oficios tiraron de las herramientas para evitar que otro fisco, más eficaz e imperialista, aumentara los impuestos y sangrara los madriles. Sangraron en cualquier caso, pero se frenó con sangre la sangría que venía para financiar con tomates, con trigo y otras viandas, vinos y caros aceites, batallas por lejanas prusias, britanias y futuras francias imperialistas de vocación otomana. Galia, recién implosionada su propia revolución, ya era una máquina perfecta para esquilmar a los suyos y en tránsito hacia Portugal descubrieron mucho margen por todos los pueblos de España. Borbones más indolentes dejaban comer a los suyos, pero el ansia del Estado, del Imperio afrancesado, del emperador con hambre, amenazaron a unas gentes que no se quedaron parados vistas sus amenazantes cotizaciones impuestas también, otra broma de la historia, desde cerca de Bruselas.

Un dos de mayo se alzaron y ahora como homenaje algunos nos empalmamos, los días me refiero. El uno, el dos y el tres de mayo, que pegaditos a un sábado es un periodo tan largo que es digno de un presidente. Todo pendiente a la vuelta, otra vez a empezar todo. Colegios, bancos, empresas dormitarán unos días para que los hosteleros hagan posible los sueños de una sociedad sonámbula con calendarios perversos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… no es una cuenta atrás por el orden, aunque sabemos todos que algún día, tanta excusa, tanta fiesta, nos estallará entre las manos vacías por tanta indolencia.

Cinco días de retiro, para reflexionar. Muchos escandalizados mientras nadie se escandaliza por exactamente lo mismo, paradojas de esta Iberia que nunca se juzga a sí misma. Fiesta del trabajo por lo que hubo y por lo que venga, dos de mayo por patriótico alzamiento, viernes porque me toca, se juntan al fin de semana que promete fin de ciclo. Todo Madrid hacia Cádiz, hacia el levante o el norte sin que parezca pecado el descanso planificado, el escaqueo por convenio, la ausencia consensuada, por extensa que la hagamos. Criticamos el receso siempre que sea el ajeno. El nuestro es porque yo lo valgo, me lo gano, o lo merezco. Es la vara de medir que se hace grande o menguante dependiendo de si juzgo mis méritos o sus vagancias. Es el debate soterrado del empleador y el empleo. Es esta nueva tendencia de desmentir a Copérnico y conseguir que el Universo gire en torno a nuestro ombligo y la subjetiva visión de un ensimismado cerebro que va camino ligero de justificarlo todo, de conseguir no entendernos.

Pedro Sánchez PSOE