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Juan José Cercadillo

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Pasar olímpicamente

Si el break dance te da medallas, horas de sofá y de tele podrían tener su premio basado en la capacidad de aguante sin visitar un servicio ni reponer refrigerio

Foto: Un duelo de esgrima en estos Juegos Olímpicos. (EFE/Julio Muñoz)
Un duelo de esgrima en estos Juegos Olímpicos. (EFE/Julio Muñoz)
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No pasar olímpicamente de las Olimpiadas podría ser deporte olímpico. Si el break dance te da medallas, horas de sofá y de tele podrían tener su premio basado en la capacidad de aguante sin visitar un servicio ni reponer refrigerio. Si deciden competir tres con tres al baloncesto y lo hacen digno de homenajear al Olimpo, el origen de los juegos, por qué no va a ser puntuable encadenar en jornadas maratonianas jovencitas dando brincos, cachas magreando bajo el agua, arqueros de lo más precisos, tenistas de pista o de mesa, futbolistas de horas bajas…

Si el surf es un deporte y el bádminton más que un juego, el sillónball de verano visionando sin descanso de la mañana a la noche también tiene mucho mérito. Dejar de hacer mil cosas y empotrarse entre cojines a metros de la nevera requiere concentración y esfuerzo, mentalidad y resistencia. Hoy he visto hockey y saltos, gimnasia femenina, judo y tiro con arco. Son las doce de la mañana y la lista y los horarios hasta las diez de la noche ya me tienen estresado. Horas de inentendible esgrima, cierto asueto con el voley playa, tensión con el rugby a siete, siestecita con el remo, almuerzo con el BMX, copita con el baloncesto, siestón con la natación, pre-merienda con boxeo… la tarde sí que promete. "Haré lo que esté en mi mano", "lo importante es participar"… y todo el resto de tópicos y estereotipos al uso me ayudan a concentrar.

Veo más chicas que chicos en horario matutino, será cuestión de estadísticas, de audiencias y patrocinios, pero veo estadios llenos, lo que es una gran noticia. El deporte ha conquistado un sitio que le pertenecía por derecho propio: lo fémino. O viceversa, lo femenino ha conquistado al fin lo deportivo. El gran cambio cultural, que derribará definitivamente todas las diferencias, es la mujer deportista plena de retos y fuerza. El ejercicio físico es la mejor cura mental, el camino a la autoestima, el placer que viene de dentro, el espíritu de equipo que repara soledades o la introspección concentrada y consciente de sí mismo de los deportes de a uno. Y la mujer ha estado siglos relegada de la sencilla terapia de buscarse la mejora con repetición y talento en aquello que te guste para exigirle a tu cuerpo.

El deporte fue de ricos hasta no hace tantos años. Luego lo conquistó el obrero, cuando se limitó el horario y el desgaste físico se redujo. Solo hace unas décadas que se entendió mejor lo que decían los griegos y la educación física empezó a entrar en los colegios. Pero la adhesión plena de las niñas al deporte hasta yo mismo la recuerdo. En los colegios de chicos en mis tiempos, no hace tanto, había horas de gimnasia, en el de las niñas manualidades y cosas de casa y "provecho".

Foto: Los más conservadores están enfurecidos. (Reuters/Loic Venance)

Otra prueba evidente, por comparación, que se ve en las Olimpiadas de esta monumental mejora es la lista de mujeres deportistas de los países musulmanes extremistas. Allí no es que no lo fomenten, es que las tienen prohibidas. Apenas una docena se vieron en el desfile envueltas en velos y broncas. Además, estoy seguro pertenecen a las élites de estas culturas retrógradas, infectas y medievales. Sé muy bien que el feminismo haría mejor su trabajo defendiendo y promoviendo el deporte entre las niñas de toda religión o sesgo. Y protegiéndolo, por cierto, de esa invasión transgénero que ya acecha competiciones y pervierte toda esencia de sana competición, justa y equilibrada. Menos mal que las Olimpiadas parecen aún lejos de esto.

Toda esa exhibición de deporte, ya no solo el femenino, que supone el gran evento, debería ser el gancho con el que recoger a los críos de costumbres menos sanas. De engancharles a un balón, a un palo o a una pelota para desengancharles de TikTok, del Fortnite y de youtubers presos de su habitación. También suponen las Olimpiadas una gran oportunidad de fomentar otros deportes, que no todo deporte es fútbol. Escalada, doma clásica, natación o balonmano son modalidades distintas y atractivas, a las que se pone foco solo cada cuatro años. Los padres y los colegios han sucumbido al poder mediático del fútbol, al sueño dorado del triunfo y el profesionalismo. Que el balompié omnipresente, ambicioso y hasta cruel aleje tan pronto a niños con menos habilidades y barra de la faz del patio a deportes alternativos que aprovechen diferentes anatomías o virtudes nos hará ir para atrás en el rescate de nuestros hijos cautivos hoy por pantallas.

Foto: Partido de baloncesto entre España y China en los JJOO (Reuters)

Así que sin excusar a ese yo procrastinador y vago, que igual se traga la vela que se chupa el skateboarding, que jalea con igual entusiasmo a Nadalcaraz o Peleteiro, que llora con los segundos, que grita con los primeros, concluyo que es bueno el rato que pase con los que quiero viendo la esencia de la vida en campos y cuadriláteros, en lagos, piscinas y pistas. Porque el deporte es la vida. Lo es de forma innegable, por la manifestación del esfuerzo, por lo posible del fracaso, por lo admirable del triunfo. Es vida porque es constancia, es determinación y credo, es objetivo a largo plazo, es satisfacción y miedos. Es vida porque no es atajo, no hay premio si no hay arrojo, no hay éxito si no hay denuedo.

Por esto es que disfruto de estas dos semanas de deporte que junta a los deportistas que hacen de su excelencia uno de los mejores modelos de vida y comportamiento. Que inspiran a niños del mundo a ser sanos, deportivos, a respetar igual los triunfos que las derrotas, a aprender a guerrear con árbitros y reglas justas en los terrenos de juego. Impondría, como en rugby, lo de los terceros tiempos entre profesionales y en los deportes de colegio. Para convivir con el otro más allá de la competencia, entenderle y aprender que puedes ganar o perder, pero siempre desde el respeto.

No pasar olímpicamente de las Olimpiadas podría ser deporte olímpico. Si el break dance te da medallas, horas de sofá y de tele podrían tener su premio basado en la capacidad de aguante sin visitar un servicio ni reponer refrigerio. Si deciden competir tres con tres al baloncesto y lo hacen digno de homenajear al Olimpo, el origen de los juegos, por qué no va a ser puntuable encadenar en jornadas maratonianas jovencitas dando brincos, cachas magreando bajo el agua, arqueros de lo más precisos, tenistas de pista o de mesa, futbolistas de horas bajas…

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