Matacán
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Dos formas de quemar conventos
Hay muchas formas de quemar conventos, los que ponen la mecha y quienes avivan la llama
Presión, miedo, crispación, bronca, venganza. Hay dos formar de quemar conventos porque en el instante previo al estallido de la violencia dos sectores enfrentados han generado un ambiente de tensión, de miedo, de bronca que hace inevitable la violencia. Se inflama la sociedad, se calienta el ambiente, se tensa al máximo la rivalidad política hasta que una chispa lo incendia todo. Sucedió así en la Segunda Republica, antes de que estallara la Guerra Civil, antes del golpe de Estado de Franco. Hace unos años, en Sevilla, a un profesor de Historia Contemporánea, José Antonio Parejo, le encargaron un libro sobre la Falange española de la segunda República que acabó ‘censurado’, vetado, por las subvenciones de la Memoria Histórica porque incluía justamente esa tesis, que el ambiente previo de violencia callejera en la Segunda República estaba alimentado por los dos bandos enfrentados, a un lado la Falange y al otro el Frente Popular.
La agresividad del discurso político se transmitía desde el Congreso de los Diputados hasta la calle, hasta crear un ambiente irrespirable. Entonces se produce el primer tiro, un día cualquiera, y ya nada puede frenarse porque es una consecuencia natural del estado previo de odios arraigados. Y fue ahí donde llegó la censura porque lo que tenía documentado ese profesor fue que, en el caso de Sevilla, el primer tiro vino de la izquierda. “Les dije que si el problema es que no estamos dispuestos a admitir que el primero que pegó un tiro fue la izquierda y que pasaron seis meses de asesinatos de falangistas hasta que José Antonio da la orden de responder a los ataques, es que no se quiere contar la historia. Y decir esto no es hacer apología de nada; la Falange es un partido violento desde su fundación, pero la historia sucedió como sucedió. El primer muerto por la violencia política entre izquierda y fascismo en Sevilla vino por un tiro de la izquierda. Y aquí no cabe la opinión, está documentado y fue así”.
La manipulación constante hace que en España siempre esté latente, como un peligroso rescoldo, un ambiente de tensión que no conduce a nada bueno
Como la Memoria Histórica nunca ha supuesto un intento por contar la historia y escarmentar de lo sucedido, como jamás ha pretendido aprender de la historia sino compensar la historia con la interpretación sesgada de lo ocurrido, el olvido y la manipulación constante hace que en España siempre esté latente, como un peligroso rescoldo, un ambiente de tensión que no puede conducir a nada bueno. Nada tiene que ver, desde luego, la realidad que se vive en España en estos días con la crispación criminal de la Segunda República; en cinco años de la República hubo dos mil asesinatos políticos y para imaginar el momento sólo tendríamos que compararlo con el dolor que conocemos de los más de ochocientos asesinatos de ETA en cuarenta años.
Nada tiene que ver, por tanto, pero la negligencia de ahora consiste en dejar que los acontecimientos sigan evolucionando hasta que nada pueda detenerlos. Nada que ver, pero tampoco nada que esperar para denunciar y señalar ya las barbaridades que comienzan a oírse por muchos rincones de España, la tensión que empieza a acumularse. La parte más visible de esa polémica es la de esa panda de tarados que se llaman radicales y piensan que la izquierda sólo consiste en la provocación, el sectarismo y la zafiedad. Son esos que ni siquiera se dan cuenta de que escupen sangre cada vez que gritan en sus manifestaciones ese lema que tiene como símbolo a la concejal de Podemos de Madrid, Rita Maestre: “Arderéis como en el 36”. Esa, como queda dicho, es la parte más visible pero existe otra parte, opuesta, que se dedica a aventar ese fuego desde el otro extremo con mentiras o burdas exageraciones. Suele hacerse, además, con la envoltura de un ánimo general de denuncia, aunque en realidad lo único que se pretende es consolidar una posición ideológica, tan intolerante como la primera en muchos casos. Son esos que aquí se denominaron una vez, a raíz de la Cabalgata de Reyes de Madrid, ‘los nuevos indignados’.
Vayamos a un ejemplo reciente, de estos últimos días, en Sevilla. El viernes pasado, varios centenares de personas se concentraron frente al Ayuntamiento de Sevilla alertados por lo que allí dentro iba a ocurrir. Lo que habían sembrado en algunos medios de comunicación locales y que se propagó luego por redes sociales y asociaciones cofrades es que se le iba a cambiar el nombre de la calle a todo lo que estuviera relacionado con la religión. Y se ponía un ejemplo, no de una virgen, no de un cristo, sino de una monja humilde y querida por todos: sor Ángela de la Cruz. No sólo eso, además se anunciaba el intento de prohibir la Semana Santa. Una mujer que iba hacia la concentración le contó, incluso, a un periodista sevillano que iba a manifestarse porque el Ayuntamiento quería prohibir la asistencia a misa. Ha habido comentarios editoriales denunciando la intolerancia de la extrema izquierda y, por supuesto, el recuerdo de la quema de conventos y de iglesias en el 36 estaba siempre presente, como una coletilla con la que se concluyen todas las conversaciones. Pero, ¿era realmente así? En absoluto, ésa es la cuestión.
“Mientras haya líderes políticos que necesiten el drama y españoles acríticos que lo permitan, habrá dos Españas”
De lo único que se trataba era de una batería de propuestas laicistas de dos grupos municipales alineadas con la inercia del momento. Lo máximo que se solicitaba era que, en adelante, el nomenclátor de Sevilla no se completara con nombres religiosos y que, como estado aconfesional que es España, se suprimiera la representación institucional en algunas cofradías. Quienes apoyaban esas medidas eran una absoluta minoría de concejales y lo que estaba claro desde que anunciaron sus medidas es que no saldrían adelante. ¿Qué sentido tiene alarmar innecesariamente a la ciudadanía con mentiras? Es la segunda vez que en Sevilla, los mismos sectores, alertan sobre la prohibición de la Semana Santa sin que nadie, absolutamente nadie, lo haya solicitado. La manipulación está muy clara en el personaje elegido como ‘víctima’, sor Ángela de la Cruz, que debió parecerles la mejor opción por la bondad inmensa de aquella monja y su cariño en la sociedad. Repartieron fotos con su cara para la concentración, y allí que apareció el portavoz del PP, Juan Ignacio Zoido, besando la estampa a sabiendas de que nadie había propuesto borrarla del callejero.
Al profesor aquel que le censuraron el libro sobre la Falange, le preguntaron cuánto tiempo puede durar en España el enfrentamiento crudo de las dos Españas, el concepto machadiano que sitúa la rivalidad ideológica mucho más allá de la rivalidad política, hasta convertirla en odio cainita. Se lo preguntaron y dijo: “Mientras haya líderes políticos que necesiten el drama y españoles acríticos que lo permitan, habrá dos Españas”. Pues eso. Se le añaden los propagandistas incendiarios, y no hay más. Porque hay muchas formas de quemar conventos, los que ponen la mecha y quienes avivan la llama.
Presión, miedo, crispación, bronca, venganza. Hay dos formar de quemar conventos porque en el instante previo al estallido de la violencia dos sectores enfrentados han generado un ambiente de tensión, de miedo, de bronca que hace inevitable la violencia. Se inflama la sociedad, se calienta el ambiente, se tensa al máximo la rivalidad política hasta que una chispa lo incendia todo. Sucedió así en la Segunda Republica, antes de que estallara la Guerra Civil, antes del golpe de Estado de Franco. Hace unos años, en Sevilla, a un profesor de Historia Contemporánea, José Antonio Parejo, le encargaron un libro sobre la Falange española de la segunda República que acabó ‘censurado’, vetado, por las subvenciones de la Memoria Histórica porque incluía justamente esa tesis, que el ambiente previo de violencia callejera en la Segunda República estaba alimentado por los dos bandos enfrentados, a un lado la Falange y al otro el Frente Popular.