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La noche que paseábamos por Niza
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Javier Caraballo

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La noche que paseábamos por Niza

El 14 de julio era posible ver de nuevo a la libertad, abriéndose paso entre cadáveres, guiándonos junto al mar, que es la religión de la naturaleza

Foto: 'Festival de flores' en Niza, Henri Matisse (1921)
'Festival de flores' en Niza, Henri Matisse (1921)

Niza es una ciudad bonita. Nada más llegar, nos dimos cuenta de que toda Niza se preparaba para festejar el 14 de julio, Día Nacional de Francia, en el que los franceses conmemoran la Toma de la Bastilla, y era emocionante contemplar la simbólica coincidencia de que todo lo mejor a lo que ha aspirado el hombre desde que es hombre pudiera reunirse allí, en una sola ciudad, en una sola noche: el recuerdo de la gran batalla por la libertad, la fraternidad y la igualdad en una ciudad que es memoria de la Belle Époque y que fue suspiro de luz para Matisse. Libertad, felicidad y belleza.

“Es una noche perfecta”, dijo Damien, nuestro acompañante francés, un joven periodista local que hacía de anfitrión. Y nos señaló con el dedo a un grupo de niños que lanzaban guijarros al mar. Las playas de Niza no tienen arena, sino guijarros cuidadosamente esculpidos y lijados por las mareas que vienen y que van. Anochecía y la libertad podía respirarse junto al mar. Nos quedamos mirando a los niños atraídos por el magnetismo de tirar guijarros al mar, esa simpleza universal, hasta que un grito a nuestras espaldas lo deshizo todo, la paz, la libertad, la felicidad.

La noche que paseábamos por Niza yo estaba en Sevilla y tú estabas en Cádiz, en el paseo marítimo de Roquetas o en Marbella. En un pueblo del Bajo Ampurdán y en un restaurante de las Rías Baixas. En las terrazas de la Castellana y en Pamplona, llorando lágrimas de calimotxo porque se han acabado los Sanfermines. La onda expansiva del atentado nos alcanzó a todos, nos dejó paralizados, y el miedo, el pánico, se hizo común, compartido, cuando pensamos que podría habernos pasado a cualquiera de nosotros. El terror es el azar de sabernos víctimas potenciales de la barbarie. Nos miramos en los muertos y nos espanta comprobar que tiene la cara de cualquiera, porque sus vidas son como las nuestras, porque su única equivocación fue salir a pasear una noche de verano, como cualquiera de nosotros. Nos miramos en los muertos y se nos hacen comunes la vida, las esperanzas y las desgracias, porque todas son iguales.

El terror es el azar de sabernos víctimas potenciales de la barbarie. Nos miramos en los muertos y nos espanta comprobar que tiene la cara de cualquiera

Timothé Fournier, un francés de 27 años, que murió arrollado por el camión asesino cuando intentaba proteger a su mujer, embarazada de siete meses. Probablemente, nunca quiso ser un héroe pero los salvó: cuando el camión iba a arrollarlos, la empujó a la acera. Sean Copeland venía de Pamplona con su hijo Brodie, de 11 años, y ya iban a volver a Estados Unidos. También paseaban junto a nosotros aquella noche, como Fátima Charrihi, una marroquí orgullosa de profesar “un verdadero islam, no como el de los terroristas”, como decía llorando su hijo Hamza sobre el cadáver de su madre.

Hace justo un mes, tras el atentado contra una discoteca gay de Orlando, escribí aquí que “cada atentado del Estado Islámico acaba con un silencio inquietante en el que nos ahogamos: es la certeza que todos tenemos de que acaba de comenzar la cuenta atrás para el siguiente atentado”. Ha vuelto a ocurrir; ya ha comenzado una nueva cuenta atrás. Con las mismas sensaciones, las mismas preguntas y el mismo pánico, porque podríamos haber estado allí y porque nadie podría haber sospechado de los asesinos. El Estado Islámico le ha declarado la guerra al mundo entero y no combate con tanques ni aviones, sino con esta forma de terrorismo que mañana mismo puede estallar a tu lado. Cuentan Fernando Reinares y Carola García-Calvo, en su estudio sobre el Estado Islámico a partir de los datos recabados con los detenidos en España, que en muchos de los llamados‘combatientes’ del terrorismo yihadista se da una mezcla de fanatismo religioso y frustración personal. “Se aprecia que las motivaciones existenciales o identitarias operan como forma de resolver crisis vitales o tensiones de identidad, observables entre segundas generaciones o conversos radicalizados”.

Con un Kaláshnikov, una pistola, una granada o un camión, se dirigen hacia donde estamos paseando, una tarde, una noche o una mañana cualquiera

Elautor del atentado de Orlandose habíaseparado de su mujer, a la que pegaba, en 2011. Sus amigos contaron luego que “fue a raíz de su separación cuando comenzó a volcarse más en la religión”. El asesino de Niza estaba entrámites de separación. “Llegué hasta un punto, amigo, que ya me daba igual el mundo, te lo juro, tuve un momento... Odio la vida y hubiera preferido estar muerto”, contó uno de los detenidos en Madrid, el año pasado, por su vinculación al Estado Islámico. “Había llegado a este punto –dice el informe de Reinares y García-Calvo–tras romper con su pareja y perder su puesto de trabajo. Antes de iniciar el proceso de radicalización se aisló socialmente y pasaba largos periodos encerrado en su domicilio.

Hasta que un día conoció a quien empezó a adoctrinarlo en la ideología del salafismo yihadista”. Les prometen un lugar en el Paraíso, con 72 doncellas a su disposición y la potestad de otorgarle el perdón a 70 parientes suyos.“Es una oportunidad para las personas que han pecado, como yo”, piensan. Con un Kaláshnikov, una pistola, una granada o un camión, se dirigen hacia donde estamos paseando, una tarde, una noche o una mañana cualquiera, de cualquier ciudad del mundo. Puede ser cualquiera y puede estar en cualquier parte.Esa es la verdadera naturaleza del terroral que nos enfrentamosen esta nueva guerra mundial.

Niza es una ciudad bonita. Cuando paseábamos por la playa, no sé por qué se me vino a la cabeza aquel aforismo de Fernando Pessoa que decía que “el mar es la religión de la naturaleza”, quizá porque el poeta también paseaba junto al mar en una noche como esta y contemplaba la serena persistencia de las olas. “Aquella noche era el horror”, repuso Damien mientras observaba decenas de cadáveres esparcidos por el asfalto, el pánico en cada mirada. Cogió su escúter y se fue al periódico en el que trabaja, ‘Nice Matin’, para describir la tragedia que acababa de vivir. Los demás, en todo el mundo, nos quedamos en silencio. Atemorizados.

¿Quién me vende una esperanza? En el cuadro más famoso de la Toma de la Bastilla, la libertad camina sobre una montaña de cadáveres, con el pecho descubierto y la bandera de Francia en alto. “La libertad guiando al pueblo”, se llama el cuadro de Delacroix. La noche que todos paseábamos por Niza era posible verla de nuevo, abriéndose paso entre cadáveres, guiándonos junto al mar, que es la religión de la naturaleza porque de la lucha por la libertad nunca se desiste. También era un 14 de julio.

Niza es una ciudad bonita. Nada más llegar, nos dimos cuenta de que toda Niza se preparaba para festejar el 14 de julio, Día Nacional de Francia, en el que los franceses conmemoran la Toma de la Bastilla, y era emocionante contemplar la simbólica coincidencia de que todo lo mejor a lo que ha aspirado el hombre desde que es hombre pudiera reunirse allí, en una sola ciudad, en una sola noche: el recuerdo de la gran batalla por la libertad, la fraternidad y la igualdad en una ciudad que es memoria de la Belle Époque y que fue suspiro de luz para Matisse. Libertad, felicidad y belleza.

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