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Carod-Rovira y los miserables
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Javier Caraballo

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Carod-Rovira y los miserables

En sucesos como el atentado de Barcelona, lo que se desata es un cruce de acusaciones políticas para intentar implicar en el atentado a todos los adversarios

Foto: El vicepresidente del Gobierno de Cataluña entre 2006 y 2010, Josep-Lluís Carod-Rovira. (EFE)
El vicepresidente del Gobierno de Cataluña entre 2006 y 2010, Josep-Lluís Carod-Rovira. (EFE)

Son miserables. Lo dijo Carles Puigdemont y como fue el propio presidente de la Generalitat quien colocó la pica, solo había que esperar a que alguien la rebasara para señalarlo con el dedo: “Eres un miserable; tú y quienes te jalean”. Evidentemente, lo único seguro a partir de que Puigdemont lo dijera es que no tardaría mucho tiempo en que, como si se tratara de una carrera campo a través, muchos comenzaran a correr hasta la señal establecida, a ver quién llegaba antes. España, ya lo sabemos, es un país extraño, muy suyo, incomprensible en muchas ocasiones.

En sucesos como el atentado de Barcelona, lo que se desata es un cruce de acusaciones políticas para intentar implicar en el atentado a todos los adversarios, aunque el resultado subconsciente sea que se disculpa a los propios terroristas. Un atentado se produce porque algún alto cargo ha fallado, porque los cuerpos de seguridad no estaban atentos o porque algún político tiene un discurso solidario con la inmigración, con lo cual la responsabilidad del terrorista acaba siendo subsidiaria: no habría actuado si no existieran los anteriores. ¿Existe una barbaridad mayor que reaccionar así? Pues eso es lo que ocurre en España.

Lo que quizá no sabía Puigdemont es que serían los propios independentistas, sus compañeros de viaje, los primeros que iban a rebasar la línea que divide a los españoles entre miserables y normales. Josep-Lluís Carod-Rovira, ese ha sido el primero. Desde que se reunió en Perpiñán con la cúpula de ETA, el histórico líder independentista catalán demuestra una atracción fatal hacia el terrorismo, de forma que siempre elige la interpretación equivocada, diametralmente opuesta a lo que aconsejan la inteligencia, la prudencia, el sentido común y la humanidad.

Tan solo unas horas después del atentado le dio por interpretar aquella tragedia como un exitoso ensayo general de independencia. Parecía hasta contento

Tan solo unas horas después del atentado de las Ramblas, a Carod-Rovira le dio por interpretar aquella tragedia como un exitoso ensayo general de independencia de Cataluña. Parecía hasta contento con el resultado porque, según le parecía, quedaba demostrada la existencia de “una Cataluña independiente, viable, útil y mejor”. Hablaba del atentado como si la Generalitat hubiera organizado unas Olimpiadas. Es insólito. ¿Alguien puede imaginarse una declaración igual en cualquier otro país del mundo, en donde impera solo un profundo sentimiento de frustración por no haber podido evitar la masacre?

En todo caso, si lo que ocurrió, como sostiene Carod-Rovira, es que “Cataluña ha visto y comprobado que, a la hora de la verdad, frente a la emergencia de hacer frente a una adversidad criminal, había un Gobierno, una policía y una ciudadanía que estaban donde tenían que estar y a la altura de las circunstancias, que eran el Gobierno, la policía y la ciudadanía de Cataluña, no eran los de España”; si eso es lo que piensa, lo que está demostrando es que la autonomía de Cataluña ha dotado a esa comunidad de un nivel de competencias en materia de seguridad y protección equiparable a cualquier país independiente. ¿Cómo se puede mantener esa tesis y, a la vez, censurar que la autonomía de la que goza Cataluña es insuficiente para hacer frente a los problemas que existen en esa comunidad?

El segundo miserable en cruzar la línea lo ha hecho, además, desde un púlpito de la Iglesia católica. Se trata del sacerdote Santiago Martín, párroco de Madrid, del barrio de Cuatro Caminos, que utiliza la santa misa para fomentar el odio a “los comunistas” con un lenguaje y un tono guerracivilista que producen pavor. Este tipo es de los miserables que piensan, como se indicaba al principio, que la responsabilidad fundamental de los atentados no es de los terroristas, sino de quienes, a su juicio, los amparan y les facilitan las acciones criminales. En el sermón, que justificaría que la jerarquía eclesiástica lo aparte de la parroquia, este párroco infame llegó a decir que la alcaldesa de Barcelona es corresponsable del atentado por no haber colocado unos bolardos y animó a los abogados de las víctimas a que la impliquen judicialmente en el atentado.

En el mismo saco metía a la alcaldesa de Madrid, con ese latiguillo repetido de que “como son comunistas, y se les perdona todo”, como son “comunistas, que son muy respetuosos con la libertad de los asesinos, por supuesto…”. ¿Hubieran evitado los bolardos el atentado de las Ramblas? Pues probablemente, pero solo en ese punto; lo que no hubieran evitado es el atentado terrorista en Cataluña porque se hubiera producido en otro punto de la ciudad o porque, como estaba planeado, los terroristas hubieran provocado una enorme explosión en algún otro lugar masificado de turismo.

El independentista, el cura extremista y los propagadores de bulos, que son los últimos miserables que se van a señalar aquí. Los responsables de redes sociales de la Policía y la Guardia Civil, que suelen desarrollar un trabajo brillante, por el ingenio con el que manejan la divulgación y el buen humor, los suelen llamar “los tontos de los bulos”. Y es verdad, en la mayoría de los casos no tienen más consideración que esa, la imbecilidad del que se cree chistoso de bromas pesadas combinada con la pavorosa ignorancia de muchos en las redes sociales, que son legión.

Pero en otros casos, no se trata de ningún bromista. Por ejemplo, cuando se ha difundido esta vez el ‘bulo de los manteros’ lo que tiene que haber detrás es un peligroso agitador, un faccioso que busca cualquier oportunidad para predisponer a la gente contra los inmigrantes. ¿Qué han hecho? Colocan dos fotos de las Ramblas con 24 horas de diferencia, antes y después del atentado, en la primera se ve el paseo lleno de manteros y en la segunda, vacío. Conclusión: que los manteros que venden baratijas y falsificaciones en las aceras estaban ‘compinchados’ con los terroristas y sabían cuándo iba a suceder la masacre, por eso se ausentaron.

Nada era cierto, solo era un montaje malintencionado: la mentira contra los manteros se ha construido con fotos de mucho tiempo atrás y hasta con imágenes de otra zona de la ciudad; los ‘manteros’ no están en las Ramblas desde tiempo, cuando se cambió la normativa contra la venta ambulante y se incrementó la presencia policial. Esa mentira de las redes sociales no debe quedar impune. Ya existe en el Código Penal un artículo (el 510) que se refiere precisamente a “quienes públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo”. Tras un atentado, ante el nivel de alarma social, de indignación y de fanatismo que se genera, los tontos del bulo son algo más que tontos.

Son miserables. Lo dijo Carles Puigdemont y como fue el propio presidente de la Generalitat quien colocó la pica, solo había que esperar a que alguien la rebasara para señalarlo con el dedo: “Eres un miserable; tú y quienes te jalean”. Evidentemente, lo único seguro a partir de que Puigdemont lo dijera es que no tardaría mucho tiempo en que, como si se tratara de una carrera campo a través, muchos comenzaran a correr hasta la señal establecida, a ver quién llegaba antes. España, ya lo sabemos, es un país extraño, muy suyo, incomprensible en muchas ocasiones.

Atentado Cambrils Josep Lluis Carod-Rovira