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Crimen de Almonte: los agujeros negros
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Javier Caraballo

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Crimen de Almonte: los agujeros negros

Una de las mayores controversias que deberá resolver la vista oral son los pasos exactos de Francisco Javier Medina en la hora en la que se han determinado los dos asesinatos

Foto: F. J. M., el único acusado de la muerte de una niña de ocho años y de su padre en una vivienda de Almonte (Huelva) en abril de 2013. (EFE)
F. J. M., el único acusado de la muerte de una niña de ocho años y de su padre en una vivienda de Almonte (Huelva) en abril de 2013. (EFE)

Llevaba camisa blanca. Cuando salió esposado, una decena de familiares lo esperaba en la puerta. Una de sus primas pegó sus manos al cristal del coche policial y él, absorto, buscó el tacto imposible y pegó sus manos a la ventanilla. “Fran, confiamos en la Justicia; eres inocente. Todo saldrá bien”, gritó envuelta en lágrimas. Su madre, sus primos, vieron marchar el coche policial con esa sensación extraña de estar viviendo una pesadilla de la que no se han podido despertar en tres años. “¡Fran no es el asesino!”.

En otro lateral de la Audiencia de Huelva, primer día del juicio por el crimen de Almonte, un familiar de los asesinados se colocó delante de los micrófonos de los periodistas. “Aquí solo hay dos víctimas, mi hermano Miguel Ángel y su hija, María, un ser inocente de solo ocho años. Todo aquel que quiera presentar a un presunto criminal como víctima, allá con su conciencia. Los padres del asesino pueden ir a visitarlo a la cárcel todos los días; nosotros, mis padres y yo, solo podemos ir a ver a mi hermano y a mi sobrina al cementerio de Almonte”.

Era Aníbal Domínguez; también llevaba camisa blanca. Y es curiosa la coincidencia porque la camisa blanca es la que hace unos años se pusieron los almonteños para identificarse a sí mismos, para reconocerse en el tumulto, en la noche de Pentecostés cuando sacan de su ermita a la Virgen del Rocío. Parecía que ayer, en el inicio de este juicio por el doble crimen de Huelva, un padre y su hija brutalmente asesinados, 151 puñaladas, las camisas blancas de unos y otros quisieran buscarse también entre los enormes ‘agujeros negros’ que se ciernen sobre este doble asesinato.

¿Tuvo tiempo para asesinar a sus víctimas?

Una de las mayores controversias que deberá resolver la vista oral son los pasos exactos, los itinerarios, de Francisco Javier Medina, señalado por la investigación como el culpable de los dos asesinatos, en la hora exacta en la que se ha determinado la muerte de Miguel Ángel y su hija, María. El presunto asesino trabajaba en un supermercado de Almonte con Marianela, madre y exesposa de los asesinados. El 29 de abril de 2013 era viernes, y Francisco Javier Medina y Marianela acabaron su turno a las 10 de la noche.

En sus primeras declaraciones, tras descubrirse el espantoso doble crimen, Marianela manifiesta que ambos, Francisco Javier Medina y ella misma, abandonaron el supermercado y salieron juntos sobre las 10 de la noche. Cada cual cogió su vehículo y se despidieron con la idea de reencontrarse poco después: Francisco Javier iba a comprar la cena, unos caracoles y hallullas, un pan típico de Almonte sin levadura. Por los testimonios de algunos vecinos, que oyeron gritos en la vivienda que ocupaban las dos víctimas, y por el informe forense, el doble asesinato se produjo “aproximadamente entre las 21:50 y las 22:10 horas”.

¿Pudo salir del súper a las 10, llegar hasta la casa, a unos cinco minutos de distancia en coche, y asestarles 151 puñaladas en apenas cinco minutos?

La pregunta, que será una de las cuestiones fundamentales de este juicio, se desprende de la simple cronología del crimen. ¿Pudo Francisco Javier Medina salir del supermercado a las 10 de la noche, llegar hasta la casa de los asesinados, que estaba a unos cinco minutos de distancia en coche, y asestarles 151 puñaladas en apenas cinco minutos? ¿Y luego? ¿Siguió su camino con toda normalidad, compró los caracoles y las hallullas, y pasó la noche con Marianela, exesposa y madre de las dos personas que acababa de asesinar?

¿Por qué había ADN en las toallas?

La explicación que se ofrece para justificar la culpabilidad de Francisco Javier Medina es que los investigadores encontraron muestras de su ADN en algunas de las toallas del domicilio en el que fueron asesinados Miguel Ángel Domínguez y su hija María. La controversia está en el hecho de que las toallas en las que se encontró su ADN era las toallas que estaban limpias y colocadas en el cuarto de baño, mientras que en las toallas que aparecieron ensangrentadas, y en el suelo, no había restos de su ADN. Tampoco había en esas toallas ensangrentadas pelos ni cualquier otra muestra biológica que pudieran implicarlo.

Donde se encontró su ADN era en las toallas que estaban limpias, mientras que en las que aparecieron ensangrentadas no había restos

Los investigadores hablan de un asesino calculador, con un crimen en la cabeza perfectamente premeditado, con guantes que eliminasen toda huella, salvo el descuido de las toallas limpias. Sin embargo, existe otra versión. La defensa del presunto asesino ha aportado a la causa el informe pericial de los doctores José Antonio Lorente Acosta y Juan Carlos Álvarez Merino, de la Universidad de Granada, reconocidos por la comunidad científica como dos de los mayores expertos mundiales en investigación de ADN. El acusado, Francisco Javier Medina, era, como queda dicho, la pareja sentimental de Marianela Olmedo, la madre y exesposa de las dos personas asesinadas. Ambos, el acusado y la madre, confirmaron a la Guardia Civil que “mantenían relaciones sexuales a diario o casi a diario en los últimos tres años y medio”. ¿Podría haber una transferencia de ADN a través de Marianela, que era la encargada de lavar y colocar las toallas en los baños?

El informe de los expertos de Granada es contundente: “Al tratarse de una persona con la que había mantenido múltiples veces relaciones sexuales y contacto íntimo e intenso, incluyendo eyaculaciones, Marianela Olmedo, cuando volvía a su casa, en la que se produjeron los hechos, pudo perfectamente transportar enormes cantidades de células (y por ende de ADN) del imputado (…) Entendemos que los resultados existentes de ADN no permiten vincular de modo inequívoco a Francisco Javier Medina Rodríguez con los hechos que se investigan en las presentes diligencias judiciales”. Y dice más: “Aceptando teóricamente un uso intenso de las toallas por parte de Francisco Javier Medina Rodríguez, es inaudito y ciertamente casi imposible de comprender que no se hayan encontrado en las mismas toallas ni en la escena del crimen pelos de ningún tipo del acusado”.

¿Utilizó zapatos grandes para despistar?

Cuando, dos días después de perpetrarse, se descubre el brutal asesinato de Miguel Ángel Domínguez y de su hija María, los investigadores encuentran numerosas huellas de una zapatilla deportiva que pertenecería al asesino. No son huellas completas, sino parciales, porque se producen en un momento de forcejeo o por el arrastre de los cuerpos, tras ser apuñalados, pero son suficientes para determinar el número de pie del asesino. El informe pericial que se realiza concluye que “la zapatilla usada en los momentos de la lucha y que dejaron sus huellas impresas” eran “de un 44 o 45”.

Según la acusación, se puso unos zapatos tres tallas mayor para dejar huellas y despistar a los investigadores. Y todo eso, en cinco minutos

Ocurre, sin embargo, que esa no es la talla de pie del acusado, Francisco Javier Medina, que calza dos o tres números menos que los de la huella encontrada. ¿Cómo se explica entonces que esa huella se utilice como prueba incriminatoria? También deberá resolverlo el jurado, ya elegido, del juicio sobre el doble crimen de Almonte. Según la acusación, apoyada en el informe pericial, es una estratagema más del presunto asesino: “No caben dudas de que el portador de esas zapatillas tenía algunos números de tallas de pie inferior al del calzado”. Es decir, que, según la acusación, el asesino se puso unos zapatos tres tallas mayor para cometer el crimen, dejar huellas y despistar a los investigadores. Igual que se puso guantes. Y todo eso, a la salida del supermercado, en cinco minutos, instantes antes de comprar la cena para pasar la noche con la exmujer y madre de sus víctimas. ¿Es posible? ¿Es creíble? Cuando se resuelvan esas dudas, se habrá dictado sentencia. Hasta ahora, solo son agujeros negros. Quizá por eso los almonteños se ponen camisas blancas para buscar la verdad.

Llevaba camisa blanca. Cuando salió esposado, una decena de familiares lo esperaba en la puerta. Una de sus primas pegó sus manos al cristal del coche policial y él, absorto, buscó el tacto imposible y pegó sus manos a la ventanilla. “Fran, confiamos en la Justicia; eres inocente. Todo saldrá bien”, gritó envuelta en lágrimas. Su madre, sus primos, vieron marchar el coche policial con esa sensación extraña de estar viviendo una pesadilla de la que no se han podido despertar en tres años. “¡Fran no es el asesino!”.

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