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Todo lo que aprendimos de Rufián
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Javier Caraballo

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Todo lo que aprendimos de Rufián

De él aprendimos que no existe un complejo más perverso en la vida de un hombre que aquel que nace de la fe de los conversos

Foto: El diputado de ERC, Gabriel Rufián, a su llegada a una reunión de la Ejecutiva de ERC. (EFE)
El diputado de ERC, Gabriel Rufián, a su llegada a una reunión de la Ejecutiva de ERC. (EFE)

De Gabriel Rufián aprendimos que el odio es un líquido inflamable que se cuela por las rendijas del tiempo, y nunca desaparece. Sobre todo en un país como España en el que siempre se encuentra a alguien dispuesto a no perdonar y a proclamar su rencor, aunque ni siquiera haya sido víctima directa o indirecta de aquello de lo que exige venganza. Odio por encima, incluso, del deseo expreso de “paz, piedad y perdón” de quienes dicen defender y representar. Gabriel Rufián es un represaliado ideológico de sí mismo, de su mundo ideológico virtual.

Cuando nació Juan Gabriel Rufián Romero, el 8 de febrero de 1982, hacía más de seis años que se había muerto el dictador y el más exaltado de sus seguidores, el golpista Tejero, hacía un año que estaba en la cárcel; la Constitución ya estaba aprobada y se presentía el triunfo inminente del Partido Socialista que acabaría asentando la democracia tras cuarenta años de fascismo; Cataluña gozaba del mayor nivel de autogobierno de su historia y hacía un año que el Estado español, con el Rey al frente, había comenzado a trenzar las complejas alianzas internacionales que pudieran hacer posible la celebración en Barcelona de unos Juegos Olímpicos, plataforma definitiva de desarrollo y progreso. Pero en la cuna, como luego en el pupitre, Gabriel Rufián solo sentía la necesidad de ganar la Guerra Civil y derrotar a Franco. La historia estaba equivocada, Franco estaba vivo y Rufián iba a matarlo. Lo proclamó solemne en un mitin, para que se oyera en todo el mundo: “El franquismo no murió un 20 de noviembre de 1975 en la cama de Madrid. Nosotros le decimos al mundo que Franco murió un 1 de octubre de 2017 frente a una urna en Cataluña".

Foto: El portavoz adjunto de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián. (EFE)

De Gabriel Rufián aprendimos que nadie puede alcanzar la excelencia mintiendo si, previamente, no se ha mentido a sí mismo. El autoengaño es fundamental para que el engaño público sea efectivo. Durante dos años, el verbo agrio de Gabriel Rufián, con su curtida estampa de chico duro con barba recortada, ha sido una de las armas más contundentes del independentismo para demostrar que ‘el procés’ iba en serio, que no existía marcha atrás, que todo estaba organizado para que el mismo día que se proclamase la independencia, la república catalana sería reconocida en todo el mundo, porque funcionaría como un reloj de precisión. Rufián lo decía en cada entrevista: “Cada vez que nuestro conseller de Exteriores, Raúl Romeva, vuelve de un viaje nos dice lo mismo: que los políticos, cónsules, embajadores, empresarios… nos piden que vayamos en serio con este proceso”.

[Rufián afirma que los policías en Cataluña son "salvajes que apalean"]

Como su jefe directo, Oriol Junqueras, encargado de que la Republica estuviera dotada de una potente y sólida infraestructura económica y bancaria. Ahora se sabe que nada de eso era verdad, que hasta los propios asesores de Junqueras reclamaban, como quien predica en el desierto, que ”a alguien en este puto proceso le debería interesar el mundo real”. Pero a Rufián la realidad no lo altera. Por eso ahora, después de haber dicho que Esquerra “nunca reconocerá unas elecciones convocadas por el Estado, porque sería una traición al pueblo de Cataluña”, sostiene que esas mismas elecciones son una nueva oportunidad para defender la República.

De Gabriel Rufián aprendimos que se puede tener la ética de un mafioso, de un chantajista, sin pertenecer a la mafia ni vivir del chantaje. Basta con compartir los principios elementales. Por ejemplo, si un extorsionador obtiene un beneficio, defenderá con su vida, si es preciso, a la víctima de sus chantajes. Esquema mental de ‘Uno de los nuestros’. El 26 de octubre pasado, Carles Puigdemont había accedido a convocar elecciones autonómicas, para salvar a las instituciones catalanas de la intervención del Estado, gracias a la mediación del lehendakari Iñigo Urkullu, y cuando ya lo tenía todo dispuesto, cuando ya lo había anunciado, Gabriel Rufián cayó sobre él como un lobo enfurecido.

Foto: Gabriel Rufián, portavoz adjunto de ERC. (EFE) Opinión
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Javier Caraballo

A las 11 y 11 minutos de la mañana, Rufián puso un mensaje en Twitter, que es su tribuna política más utilizada: “155 monedas de plata”. Bastaban pocas palabras para señalar al traidor con el dedo y advertirle de las consecuencias. Puigdemont rectificó, dio marcha atrás, y accedió a hacer todo aquello que le reclamaban. Ahora, cuando Puigdemont es objeto de risa y de mofa incluso por aquellos que lo jaleaban en la prensa catalana; ante la estampa cruel de un expresidente convertido en chirigota, Gabriel Rufián es de los pocos que se parte la cara por él. “No duele la ofensiva de la caverna, duele la rabia de la izquierda de salón por atrevernos a plantar cara como ellos nunca se atrevieron”, dijo de Puigdemont tras la rueda de prensa delirante de Bruselas. Cuando el ‘traidor’ entendió el mensaje, se ganó para los restos la inmunidad y el respeto de Rufián porque esas son las normas, hay que proteger a la familia.

De Gabriel Rufián aprendimos que no existe un complejo más perverso en la vida de un hombre que aquel que nace de la fe de los conversos. Como ya se dijo aquí, el origen andaluz de su familia, su fe de converso, sus deseos de agradar y de ser acogido por aquellos que despreciaban su origen, lo hacen más agresivo que cualquier otro independentista que tenga ocho apellidos catalanes. Bobadilla, el pueblo de Jaén en el que tiene sus raíces Gabriel Rufián, se despobló por la hambruna en las décadas de los 50 y 60 del siglo, condenados por el cacique y por el franquismo. En una de las sucesivas oleadas de inmigrantes que se marcharon a Cataluña buscando algo más que un mendrugo de pan, los abuelos de Gabriel Rufián, Juan y María, se marcharon a Santa Coloma de Gramanet. Ahora, de su memoria de andaluces, sólo hablan los familiares que quedan en el pueblo. No hay orgullo, sino tristeza al contemplar la transformación de Gabriel Rufián de charnego a independentista que ofende a los andaluces y quiere marcharse de España: “Tu abuelo se echaría a llorar si te viera”.

De Gabriel Rufián aprendimos que el odio es un líquido inflamable que se cuela por las rendijas del tiempo, y nunca desaparece. Sobre todo en un país como España en el que siempre se encuentra a alguien dispuesto a no perdonar y a proclamar su rencor, aunque ni siquiera haya sido víctima directa o indirecta de aquello de lo que exige venganza. Odio por encima, incluso, del deseo expreso de “paz, piedad y perdón” de quienes dicen defender y representar. Gabriel Rufián es un represaliado ideológico de sí mismo, de su mundo ideológico virtual.

Gabriel Rufián Nacionalismo Carles Puigdemont Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)