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La importancia de tatuarse a Puigdemont en el culo
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Javier Caraballo

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La importancia de tatuarse a Puigdemont en el culo

Los tatuajes ofrecen mucha información de la realidad y ahí radica, justamente, la importancia simbólica de que un tipo haya decidido tatuarse a Puigdemont en la nalga derecha

Foto: Representación del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en la exposición del Ninot en el Museo de las Ciencias de Valencia. (EFE)
Representación del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en la exposición del Ninot en el Museo de las Ciencias de Valencia. (EFE)

Lo impactante es el momento en que uno se queda mirando fijamente al tatuador y le dice: “Quiero un tatuaje de Puigdemont”. El tatuador, que estará acostumbrado a todo, a las peticiones más extravagantes, incluso a las que se hacen contra uno mismo, le ha contestado con una pregunta retórica: “De Puigdemont, ¿no?”. Y el otro, reafirmado, le suelta de golpe todos sus planes: “Sí, de Puigdemont. Solo de su cara, y lo quiero aquí, en la nalga derecha”. Luego suelta una sonrisa entrecortada, un ‘je, je, je’ que parece nervioso o sandio, y el tatuador insiste: “Te vas a tatuar a Puigdemont en el culo, en la nalga, ¿no?”.

El tatuaje es un vínculo de unión del hombre con su pasado, uno de los impulsos atávicos más reconocidos, una conexión inconsciente con el hombre cromañón que sigue dentro de la especie humana. Lo cual que ese doble acto, el tatuaje de Puigdemont y el hecho nacionalista en sí mismo, aparecen de pronto en un local de tatuajes de Barcelona como el súmmum simbólico del independentismo; no va más. En el mismo acto se citan dos expresiones significativas de lo primitivo, la moda del tatuaje que, desde el Neolítico, renace como moda, y del nacionalismo, que pervive fuera de época, de sentido y de oportunidad. Si además se le suma la ubicación del tatuaje, la nalga derecha del culo, entonces el esplendor del acto se culmina con el matiz de degeneración y burla en el que ha entrado el independentismo catalán desde hace tiempo.

Hay un semiólogo italiano, Paolo Fabbri —precisamente estuvo en Madrid hace unas semanas, impartiendo una conferencia en la Universidad Complutense—, que ha centrado sus estudios en la trascendencia simbólica que tienen los tatuajes en la actualidad. Interpreta los tatuajes como documentos del presente que explican la sociedad. Por ejemplo, la importancia que se le da al cuerpo en las nuevas generaciones: “El cuerpo es el primer objeto de consumo de la sociedad contemporánea”, dice Fabbri. Eso es lo que explica, además, el cambio de valores y principios: “Hoy, en este momento, el pensamiento crítico está venido a menos. Los jóvenes tienen un pensamiento más positivo porque tienen otros problemas: el cuerpo, la alimentación, la ecología, los animales; tienen objetos distintos de los que nos apasionaban a nosotros. Nuestra preocupación eran los problemas de la cultura y la ideología; hoy esto ya no es tan importante”.

Desde esa perspectiva, los tatuajes ofrecen mucha información de la realidad y ahí radica, justamente, la importancia simbólica de que un tipo haya decidido tatuarse a Puigdemont en la nalga derecha. Y es conveniente remarcarlo, una cacha del culo, porque, según el semiólogo, el lugar del cuerpo que se elija para el tatuaje es un detalle fundamental para interpretarlo.

Tatuarse a Puigdemont en el culo es un acto que refleja la frivolización del proceso independentista

El autor del tatuaje, el que ha grabado la cara de Puigdemont en el culo, le ha dado a 'El Periódico' una explicación muy interesante sobre cómo interpreta él este episodio que, por muchas cosas que haya visto, le sorprendió enormemente. El artista se llama Coreh López, uno de los mejores tatuadores de Barcelona, y dice: “En todo el 'procés' han aflorado muchos sentimientos y este tatuaje no deja de ser otro sentimiento que ha surgido: humor, guasa. Al final, los tatuajes son un reflejo de nuestra historia, personal y colectiva, y Puigdemont está ya en el imaginario colectivo, por lo que no es tan raro que aparezcan tatuajes con su cara”. Ni el afamado catedrático de Semiotica dell’Arte de la Universidad de Bolonia lo hubiera expresado mejor: tatuarse a Puigdemont en el culo es un acto que refleja la frivolización del proceso independentista que, hace solo tres meses, proclamó solemnemente el nacimiento de la república de Cataluña.

El tatuaje de Puigdemont en el culo es la desideologización del líder independentista; ha pasado de político a personaje al mismo tiempo que ha pasado de honorable presidente de la Generalitat a fugitivo de alquiler en un caserón de Waterloo. Se tatúan a Puigdemont en el culo como se tatúan en el hombro una mariposa o una calavera; como ese delantero de fútbol argentino, Gonzalo Higuaín, que se ha tatuado al final de la espalda, por encima de las calzonas, el lema del Che Guevara, 'Hasta la victoria siempre', pensando en los tres puntos o en la Copa de Europa, nunca en Sierra Maestra.

La parte de la sociedad catalana que no se ha caído en la marmita del independentismo ha encontrado en el humor una ventana abierta

La cosificación de una idea hasta convertirla en 'souvenir' o en broma, desarraigada de toda intencionalidad política. Mañana hacen bragas con la cara de Puigdemont, o pastelitos, y la gente comenzará a comprarlos porque significarán lo mismo. El humor es una válvula de escape habitual en todas las sociedades, y la sociedad catalana, la parte de la sociedad catalana que no se ha caído en la marmita del independentismo, ha encontrado en el humor una ventana abierta. Por un lado, está el humor consciente y profesional de Albert Boadella como presidente de Tabarnia, “butifarra a la Catalunya que nos quieren imponer”, y por otro lado está el humor callejero, inconsciente, improvisado, el humor de un tatuaje.

Lo normal será que Puigdemont no llegue a ninguna parte, que su estela política se vaya apagando como una vela. Todos los caminos posibles le son adversos salvo uno, el que implica en su misma desobediencia e insumisión al resto de compañeros de viaje que no están procesados; de ahí el estancamiento en el que se ha instalado el Parlament de Cataluña tras las elecciones; nadie quiere acabar como él ni como Junqueras, en la cárcel o escondidos.

A Puigdemont, que cometió la gran equivocación de megalómano de no calcular la fortaleza de un Estado de derecho y de los intereses simétricos de la comunidad internacional, solo le espera un futuro de eterno fugitivo o, cuando regrese a España, un largo periodo en la cárcel y el resto de su vida de inhabilitación absoluta para volver a cualquier otro cargo público. Su recuerdo más estable será ese que camina por las Ramblas, con movimiento de caderas, grabado en la nalga derecha del culo de cualquiera.

Lo impactante es el momento en que uno se queda mirando fijamente al tatuador y le dice: “Quiero un tatuaje de Puigdemont”. El tatuador, que estará acostumbrado a todo, a las peticiones más extravagantes, incluso a las que se hacen contra uno mismo, le ha contestado con una pregunta retórica: “De Puigdemont, ¿no?”. Y el otro, reafirmado, le suelta de golpe todos sus planes: “Sí, de Puigdemont. Solo de su cara, y lo quiero aquí, en la nalga derecha”. Luego suelta una sonrisa entrecortada, un ‘je, je, je’ que parece nervioso o sandio, y el tatuador insiste: “Te vas a tatuar a Puigdemont en el culo, en la nalga, ¿no?”.

Carles Puigdemont