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Lo llamaban Moreno Nocilla
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Javier Caraballo

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Lo llamaban Moreno Nocilla

Todo es pisar las alfombras de un despacho presidencial y las aguas se abren para que pase entre elogios el político que, unas horas antes, solo oía burlas y chanzas a sus espaldas

Foto: Juan Manuel Moreno Bonilla. (Reuters)
Juan Manuel Moreno Bonilla. (Reuters)

Eso que cuentan de la erótica del poder debe estar relacionado con el orgasmo que sienten los políticos cuando ven rendirse a sus pies a quienes los han despreciado, los han ignorado, los han traicionado y los han ninguneado. Todo es pisar las alfombras de un despacho presidencial y las aguas se abren para que pase entre elogios el político que, unas horas antes, solo oía burlas y chanzas a sus espaldas.

Desde que se contaron los votos de las elecciones andaluzas del 2 de diciembre, Juan Manuel Moreno Bonilla debe haber sentido esa sensación de orgasmo multiplicada, habrá sido como una bacanal, porque no existen demasiados precedentes en política de un dirigente al que ya le habían ungido la frente con los aceites de la extremaunción y, de forma repentina, se pone de pie y comienza a caminar con una corona de laurel en su cabeza. Lo llamaban Moreno Nocilla, para humillarlo hasta con su nombre, que no debe existir recurso más patético para quien lo utiliza, y ahora esos mismos se inclinan con una reverencia y le juran al oído que nunca dudaron de que este momento llegaría. ‘Moreno Nocilla, qué meriendilla’. Eso le decían quienes ahora se agolpan a su alrededor para recoger al menos unas migajas.

Lo ocurrido con Moreno Bonilla es muy representativo, además, de una especie de cainismo que se da en la derecha, sobre todo en la derecha andaluza. De la misma forma que en este partido parece que nunca están conformes con su ubicación ideológica, y van dando tumbos continuamente hacia la derecha y hacia el centro, tampoco existen líderes que no hayan atravesado por periodos de intensa resistencia interna. Es como si les hubieran inoculado un virus autodestructivo. Es verdad que en política siempre impera la ley de Churchill, al suelo que vienen los nuestros, pero esa inquina interna ha sido especialmente intensa en Andalucía.

Foto: Juanma Moreno, nuevo presidente de Andalucía. (EFE)

Quizá se trata de una consecuencia más de la larga hegemonía socialista en Andalucía, que, año tras año, legislatura tras legislatura, anulaba todos los intentos de la oposición para conquistar el poder. Cuando una frustración así se enquista, suceden dos cosas: que hay quien piensa en el mismo centro derecha que el rival es mejor en todos los aspectos, lo asume como una realidad inalterable, y que se genera un menosprecio de oficio a todo aquel que lidera el partido. Si de Javier Arenas, el único que le ha ganado unas elecciones al PSOE en Andalucía, se reían algunos en su propio partido por sus constantes tropiezos electorales, ya se pueden imaginar lo ocurrido con Moreno Bonilla.

Cuando este miércoles le dijo la líder socialista, Susana Díaz, en el debate de su investidura, que en su partido le habían organizado “un entierro de tercera” para la noche electoral, no mentía; fue así. Estaba tan previsto su ajusticiamiento en cuanto se conocieran los resultados que, llevado por la precipitación, el exministro Juan Ignacio Zoido cometió uno de los actos de ignominia política más lamentables: se fue a Madrid, a la sede de Génova, a pesar de que era cabeza de lista por Sevilla, para no seguir el recuento electoral en la sede andaluza pensando que sería una noche de derrota severa.

No es de extrañar que, a los pocos días, el propio Zoido comunicara su decisión de renunciar al acta de diputado que acababa de conseguir. De todas formas, el plante de Zoido no era más que la expresión de un desprecio mayor: fue el propio Pablo Casado el que dijo poco antes de que comenzara la campaña electoral andaluza que uno de los problemas del Partido Popular en Andalucía es que se había dejado llevar por las políticas socialdemócratas. Ese es el criterio que tenía Casado sobre el liderazgo político de Moreno Bonilla, uno de los presidentes autonómicos del Partido Popular que más se identifican con Soraya Sáenz de Santamaría.

Foto: Susana Díaz. (EFE)

“Los empresarios que antes le volvían la espalda ahora se ponen en cola para hacerse una foto con él; en los restaurantes en los que que antes miraban para otro lado cuando entraba, ahora se levantan de la mesa para saludarle y asegurarle al oído que ellos siempre habían confiado en que llegaría a presidente; hasta los periodistas que se reían de él en sus columnas no dejan de mandarle mensajes de WhatsApp desde la misma noche de las elecciones para felicitarle y alegrarse de su éxito”, dicen algunos en su entorno.

Ahora que Moreno Bonilla, como presidente de la Junta de Andalucía, se va a convertir en el referente institucional más importante del Partido Popular, seguirán llegando a su orilla olas constantes de elogios y alabanzas. En el debate de su investidura, sucedió lo que nunca había ocurrido en Andalucía, se concitó la mayor expectación habida nunca, con todos los medios de comunicación de España pendientes del Parlamento andaluz, además de los principales de Europa, como 'Le Monde' o el 'Frankfurter Allgemeine Zeitung', y hasta la radio pública de los Estados Unidos.

¿Esa expectación era por el discurso de Moreno Bonilla como presidente? Evidentemente, no. Nada que ver. La expectación se ciñe al hecho histórico de que una hegemonía socialista de casi 40 años se derrumba por una coalición de centro derecha, apoyada por el primer partido de extrema derecha que triunfa en España. Eso, además de la certeza de que esa misma ‘vía andaluza’ se exportará a otras instituciones del Estado. No tenía que ver con Moreno Bonilla, pero era él quien estaba en el centro de todos los focos. Con lo cual, a los efectos de quienes ayer lo menospreciaban, el resultado es el mismo.

Foto: El líder del PP en Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla. (EFE) Opinión
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Lo llamaban Moreno Nocilla y resulta que ya es el único político que ha conseguido arrebatarle la presidencia a un partido que llegó a pensar que su poder era eterno. Así que debe ser eso, lo de la erótica del poder. Ahora lo que no debería olvidar es que la política proporciona esos orgasmos de la misma forma que, un buen día, te deja tirado con un 'interruptus'.

Eso que cuentan de la erótica del poder debe estar relacionado con el orgasmo que sienten los políticos cuando ven rendirse a sus pies a quienes los han despreciado, los han ignorado, los han traicionado y los han ninguneado. Todo es pisar las alfombras de un despacho presidencial y las aguas se abren para que pase entre elogios el político que, unas horas antes, solo oía burlas y chanzas a sus espaldas.

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