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El 'pescaíto' Gabriel no es un animal de circo
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Javier Caraballo

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El 'pescaíto' Gabriel no es un animal de circo

Que se resignen los padres de Gabriel Cruz, el disparate en España es una tentación exponencial, infinitamente mayor que cualquier invocación a la ética y al respeto

Foto: Ana Julia Quezada (d), autora confesa de la muerte de Gabriel Cruz, junto a su abogada, Beatriz Gámez. (EFE)
Ana Julia Quezada (d), autora confesa de la muerte de Gabriel Cruz, junto a su abogada, Beatriz Gámez. (EFE)

Solo existe una posibilidad de que se cumpla el pacto ético que han elaborado los padres de Gabriel Cruz, el ‘pescaíto’ de Almería; que se abstraigan de todo y, hasta que haya sentencia, incluso más allá, que no conecten la televisión ni la radio, que no entren en redes sociales ni visiten los periódicos de internet. Aislamiento total, esa es la única manera porque, aunque las informaciones sean medidas y rigurosas, aunque algunos medios de comunicación antepongan el respeto al morbo, todo se acabará disparatando.

Comienza el juicio por la muerte del pequeño Gabriel

El decálogo ético que proponen para el juicio por el presunto asesinato de su hijo es de imposible cumplimiento, y aunque el pececito, o el 'pescaíto', no es un animal de circo, el circo mediático se montará igual. Ya ocurrió ayer, en la tele: a uno de los periodistas que cubren la información en directo le dio por describir la entrada en el juzgado de la presunta asesina como “la negra va de blanco”, lo que aprovecharon otros en las redes para rescatar una polémica antigua, de cuando la detuvieron, y algunos bobos que se piensan de izquierda comenzaron a señalar al heteropatriarcado y al capitalismo como últimos causantes de que una inmigrante se viera sentada en el banquillo de los acusados.

Que se resignen los padres de Gabriel Cruz, el disparate en España es una tentación exponencial, infinitamente mayor que cualquier invocación a la ética y al respeto.

Ese circo tendría que cerrar si no encontrase público; si en vez de repicar la noticia y multiplicarla por miles, se les hiciera el vacío

Conviene reparar en esto que se dice: el disparate como tentación exponencial. Porque las cuentas no salen. Cada vez que se conoce un caso como el del pequeño de Almería, existe una primera fase, una gran oleada de solidaridad y de conmoción, que poco a poco va derivando en una sucesión de mal gusto y de aprovechamiento grosero de la tragedia. Eso es lo que llamamos el circo mediático, del que se aprovechan siempre los mismos, y cualquiera puede entender que ese circo tendría que cerrar si no encontrase público; si en vez de repicar la noticia y multiplicarla por miles, se les hiciera el vacío.

Almería se vuelca con el juicio por la muerte de Gabriel

Quizá lo que todavía no hemos conseguido entender de las redes sociales es que un imbécil, un simple provocador, consigue la gloria cuando descubre que su barbaridad se ha convertido en ‘trending topic’. La gloria del imbécil es la irritación del sensato. Eso lo saben bien, por ejemplo, algunos dirigentes políticos, determinados humoristas y también muchos periodistas que viven del incendio reiterado. Cada cierto tiempo, desbarran sin rubor alguno, sin medida ni control, con la certeza de que eso les proporcionará un nuevo instante de relevancia y fama nacional. Jamás un profesional prudente, razonable y moderado, podrá igualarlo.

En esa inercia dañina, corrosiva, participan muchos, los miles de seguidores que se divierten o se cabrean con los excesos, los que se hacen eco y se suman a la cadena de despropósitos y, en el caso de los periodistas, los medios de comunicación que los contratan y que se alimentan de escándalos incendiarios.

Tampoco va a ser posible que se cumpla el ‘pacto ético’ que reclaman los padres de Gabriel Cruz en los aspectos relacionados con el funcionamiento de la Justicia: ni filtraciones ni juicios paralelos, exigen. Los juicios paralelos forman parte del circo mediático y, sin necesidad de citar casos que reabran nuevas polémicas, la tendencia más preocupante que se observa en España es la de condicionar previamente a los tribunales indicándoles cuál es la sentencia que tendría una mayor aceptación social.

Las lágrimas de Ana Julia Quezada en la primera sesión del juicio

“La Justicia de la calle”, como se ha exigido en alguna ocasión, como si esa barbaridad no nos estuviese retrotrayendo a inquisiciones medievales. Se producen filtraciones interesadas del sumario, en la mayoría de los casos mutiladas o sesgadas, y sobre ellas se decreta una sentencia previa, que para muchos será irrenunciable. Por ejemplo, en este juicio por el presunto asesinato de Gabriel Cruz, el tribunal del jurado deberá decidir si se trató de un homicidio o de un asesinato. La diferencia es enorme, porque mientras que el homicidio imprudente se salda con una condena de tres años, el asesinato conlleva prisión permanente revisable.

La autora de los hechos no es, en contra de lo que se dice, una ‘asesina confesa’ sino una ‘homicida confesa’ e intentará, con su defensa, convencer al tribunal de que fue un accidente. Es su derecho, como es obligación de las acusaciones demostrar aquello que dicen: que se trató de un crimen cruel, frío y premeditado.

Un niño implicado, una búsqueda angustiosa y finalmente el hallazgo del cadáver

“El último punto de este ‘pacto ético’, y para nosotros el más importante, es invitarles a que durante el desarrollo del juicio pinten un nuevo pescadito, pero esta vez se lo pedimos para protegerle y protegernos del dolor a los que lo queremos”, dicen los padres al final de su decálogo y, en eso, sí que podemos complacerlos todos.

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Aquí mismo, sobre el papel, con palabras de cariño inmenso, con la angustia atrapada en la garganta, con el escalofrío de ponernos en su piel, se dibuja un pececito de admiración, de consideración y de respeto inmenso hacia el padre y hacia la madre, Patricia Ramírez, que desde que le arrebataron a su hijo no hace más que repetir un ruego, como un testamento que ignora a la presunta culpable para fijarse solo en la sonrisa inmortal de Gabriel y pedir que nos contagie: “No quiero que todo termine con la rabia que esta mujer ha sembrado; me gustaría que terminara con este mar de buena gente que se ha movido. Aunque no haya habido final feliz, el ‘pescaíto’ se nos va nadando hacia el cielo”.

Solo existe una posibilidad de que se cumpla el pacto ético que han elaborado los padres de Gabriel Cruz, el ‘pescaíto’ de Almería; que se abstraigan de todo y, hasta que haya sentencia, incluso más allá, que no conecten la televisión ni la radio, que no entren en redes sociales ni visiten los periódicos de internet. Aislamiento total, esa es la única manera porque, aunque las informaciones sean medidas y rigurosas, aunque algunos medios de comunicación antepongan el respeto al morbo, todo se acabará disparatando.

Caso Gabriel Cruz