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La inquietante 'Universidad de la Igualdad'
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Javier Caraballo

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La inquietante 'Universidad de la Igualdad'

Los problemas se ocultan bajo esa alfombra que nadie va a levantar, aunque en realidad no tengan ninguna relación con las inquietudes y las urgencias de las gentes

Foto: El ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, en la Universidad Pablo de Olavide. (EFE)
El ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, en la Universidad Pablo de Olavide. (EFE)

Podemos partir de una sospecha inicial: cuando el discurso del presidente del Gobierno es el mismo que el de la presidenta de un gran banco que, a su vez, es idéntico al del rector de una Universidad, que se parece como un calco a lo que dice el gerente de una multinacional electrónica o de alimentación, si esa extraña simultaneidad se produce cuando cada uno de ellos enumera sus propósitos, es que algo está pasando en esa sociedad. No prejuzguemos inicialmente si es positivo o negativo, pero, al menos, coincidiremos en que se trata de algo inquietante, que inevitablemente nos hace pensar en pasajes de la distopía orwelliana del discurso único, de la aniquilación de la diferencia, del pensamiento mismo. ¿Cómo es posible que dirigentes y líderes con intereses tan distintos y objetivos tan dispares puedan decir lo mismo cuando hablan de sus planes de futuro? La única disculpa estaría en pensar que todo eso es mera impostura, un artificio que, en realidad, cumple solo una función estética, pero nada más. Todo lo que se salga de ahí es exageración, una visión tremendista porque no vivimos en un régimen dictatorial que nos imponga un discurso. Pero ¿y si no es así? ¿Y si resulta que había otros métodos para imponer una sola visión de las cosas sin caer en el totalitarismo explícito de la sociedad imaginada por Orwell?

Pongamos un ejemplo de ese 'discurso multifuncional', por definirlo de alguna forma, o 'discurso tipo': "El modelo de transformación pone el foco de atención en la perspectiva de género, la igualdad y la inclusión, y apunta hacia la sostenibilidad y la transformación digital como líneas estratégicas. Además, el modelo de gobernanza propuesto se basa en la interlocución de los distintos colectivos". ¿Quién ha podido pronunciar ese discurso? ¿El presidente? ¿La banquera? ¿El empresario? O mejor, ¿es que acaso alguno de los líderes actuales, de cualquier ámbito, no lo respaldaría? ¿No será más probable, de hecho, que ya lo hayan repetido en sus intervenciones públicas de los últimos años?

Foto: La presidenta del banco Santander Ana Patricia Botín. (EFE) Opinión

En esta ocasión, el texto anterior pertenece a quien hoy ocupa el rectorado de una universidad española, la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, un joven catedrático de Derecho Civil, Francisco Oliva Blázquez (Málaga, 1972), con experiencia como gestor, por sus cargos anteriores en esa misma Universidad, y como académico, responsable del área de Derecho Civil y codirector de un doble máster. Se presentó a las elecciones a rector con ese ideario y cuando se abrieron las urnas se produjo una llamativa circunstancia: había ganado las elecciones gracias al voto mayoritario de los alumnos y del personal de administración y servicios. El otro aspirante, un catedrático de Antropología Social, perdió, aunque recibió el apoyo mayoritario del profesorado, tanto del permanente como del resto del personal docente e investigador.

En su primer acto público, hace unos días, los periódicos locales titularon la información de una forma llamativa: "Francisco Oliva anuncia que la igualdad será su principal objetivo como rector". No parece encajar mucho 'la igualdad' como meta en una institución que tiene la obligación de reconocer y premiar 'la excelencia'… Más bien se trata de lo contrario, a no ser que se inscriba en la filosofía educativa de una cierta pedagogía que propugna la eliminación de todos aquellos factores (notas, suspensos, repeticiones de curso) que puedan frustrar el ánimo y las expectativas de los alumnos. En todo caso, la mención del nuevo rector de la Pablo de Olavide estaba referida, fundamentalmente, a la primera de las premisas de todo discurso estereotípico de nuestros días, la perspectiva de género. Lo remachó así el rector en su discurso —"La Universidad trabaja por construir un mundo más justo e igualitario y la igualdad entre mujeres y hombres todavía es una tarea pendiente en la que tenemos que emplearnos a fondo. Nuestra obligación es también nuestro compromiso"— y lo recalcó luego el presidente de la Diputación hispalense, presente en el acto, en esa simbiosis perfecta de argumentos y palabras de la que se hablaba antes: "El empoderamiento de la mujer es un compromiso al que todas las personas estamos invitadas, en un esfuerzo común para repartirnos de forma equitativa la gestión de nuestra sociedad, con los valores femeninos y masculinos perfectamente equilibrados".

No parece encajar mucho 'la igualdad' como meta en una institución que tiene la obligación de reconocer y premiar 'la excelencia'

El feminismo, como la última revolución a la que estamos asistiendo como sociedad, la igualdad real entre hombres y mujeres, es una realidad incuestionable salvo para algunos sectores minoritarios, reaccionarios, que cada vez serán más insignificantes, pero otra cosa muy distinta es que se convierta en el objetivo exclusivo y, peor aún, excluyente de nuestro tiempo, que se anteponga a otros como si fueran incompatibles. Un salvavidas o un poderoso envolvente que esconde la debilidad de pensamiento y el oportunismo estratégico de los dirigentes de las más variadas parcelas de la vida. Es ahí donde se llega al peligro del discurso único que, si se piensa, lo que hace es ocultar otras carencias, otras ambiciones, otros compromisos más difíciles de alcanzar y más específicos para las necesidades reales de un país, de una empresa, de un banco o de una universidad. Un mediocre será siempre el más fervoroso defensor de esa uniformidad prefijada de lugares comunes. Los problemas se ocultan bajo esa alfombra igualitaria que nadie va a levantar, aunque en realidad no tengan ninguna relación con las inquietudes y las urgencias de las gentes, ni siquiera de las mujeres.

Foto: Irene Montero, a su llegada a la Comisión de Igualdad del Congreso. (EFE)

En el ámbito universitario, ¿qué influencia puede tener esta tendencia que se observa en el sagrado principio de la libertad de cátedra? Imaginemos, en la más caricaturesca de las situaciones, que a un catedrático de Literatura o de Filología se le impone el lenguaje de género en sus clases, que desaconseja la Real Academia de la Lengua. Ahí está el informe que se elaboró y que, pese a la contundencia argumental que contiene, sigue siendo perfectamente ignorado en la esfera pública. La Real Academia advirtió contra los desdoblamientos de género que, cuando salen de la cortesía, "aplicados sin control, generan monstruos discursivos". Y ponía el ejemplo de un acto académico en el que, en vez de decir, "los profesores premiados están convocados", se sustituyera por "los profesores y las profesoras premiados y premiadas están convocados y convocadas".

Pues eso es lo que ha sucedido, ese es el momento justo en el que estamos, un discurso que se hace ininteligible, pero que ya casi nadie discute. Con cierto humor, podríamos decir, de hecho, que, en eso, en la verborrea, es en lo único que se equivocó George Orwell en su profecía fatalista del totalitarismo, el discurso único y la condena de la discrepancia y el pensamiento libre. En todo lo demás, esta 'Universidad de la Igualdad' encaja bastante con aquella novela distópica de mitad del siglo pasado: "Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño (…) En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia".

Podemos partir de una sospecha inicial: cuando el discurso del presidente del Gobierno es el mismo que el de la presidenta de un gran banco que, a su vez, es idéntico al del rector de una Universidad, que se parece como un calco a lo que dice el gerente de una multinacional electrónica o de alimentación, si esa extraña simultaneidad se produce cuando cada uno de ellos enumera sus propósitos, es que algo está pasando en esa sociedad. No prejuzguemos inicialmente si es positivo o negativo, pero, al menos, coincidiremos en que se trata de algo inquietante, que inevitablemente nos hace pensar en pasajes de la distopía orwelliana del discurso único, de la aniquilación de la diferencia, del pensamiento mismo. ¿Cómo es posible que dirigentes y líderes con intereses tan distintos y objetivos tan dispares puedan decir lo mismo cuando hablan de sus planes de futuro? La única disculpa estaría en pensar que todo eso es mera impostura, un artificio que, en realidad, cumple solo una función estética, pero nada más. Todo lo que se salga de ahí es exageración, una visión tremendista porque no vivimos en un régimen dictatorial que nos imponga un discurso. Pero ¿y si no es así? ¿Y si resulta que había otros métodos para imponer una sola visión de las cosas sin caer en el totalitarismo explícito de la sociedad imaginada por Orwell?

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