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Llegó la vacuna y no hubo pacto político
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Javier Caraballo

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Llegó la vacuna y no hubo pacto político

"Vayamos juntos a esos pactos de la Moncloa", dijeron. Pero ahí quedó todo. Ya están los primeros vacunados y ni siquiera en un año tan nefasto la clase política ha sido capaz de llegar a un acuerdo

Foto: Reunión de Pedro Sánchez y Pablo Casado. (EFE)
Reunión de Pedro Sánchez y Pablo Casado. (EFE)

La ilusión, porque nunca pasó de ese estado gaseoso, apenas duró unos días. Con la llegada de la pandemia y el confinamiento abrupto, con el alud de muertes que nos sobrecogieron, con los aplausos de las ocho de la tarde y el ‘Resistiré’ sonando en todos los balcones, con el miedo metido en los huesos de todos, por la ruina económica, por el cuándo pasará... Debió ser entonces cuando la clase política española pudo percibir que la bronca constante podía insultar incluso a quienes siempre les aplauden. Entonces apareció la idea: ¿por qué no repetir en España los pactos de la Moncloa de la Transición política? Como en aquellos primeros años de libertad, cuando todos los partidos supieron ponerse de acuerdo, a la altura de lo que les demandaba la historia, para alejarnos de la dictadura y adentrarnos en la democracia, de forma pacífica, como nunca había sucedido.

Una pandemia desconocida por todos, la primera pandemia de la globalización, merecía un esfuerzo como aquel o, al menos, una tregua en la tensión, en el debate canalla de todos los días. Y así fue que, a primeros de abril, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, formalizó su propuesta en el Congreso de los Diputados: “Vayamos juntos a esos pactos de la Moncloa”. Pero ahí se quedó todo, la ilusión pasajera. Nadie que conozca la esencia cainita de la política española podría haber pronosticado otra cosa que lo que se vaticinó aquí mismo, antes de que terminase aquel mes de abril: “Llegará la vacuna y no habrá pacto”. Pues así ha sido, ya están los primeros vacunados en España contra este maldito coronavirus y los pactos de la Moncloa siguen negociándose en el Congreso sin que nadie tenga ya la más mínima expectativa de que puedan acabar en nada provechoso.

En la primavera que nos han robado, la vacuna era todavía un sueño que parecía inalcanzable, incluso para la comunidad científica o la propia Organización Mundial de la Salud. Lo único con lo que se contaba entonces era con la experiencia de otras enfermedades y la certeza de que las vacunas tardan de dos a cinco años en ser desarrolladas, con lo que, por grande que fuera el esfuerzo de los laboratorios, por apremiantes que fueran las necesidades, no se podía contar con un remedio para la enfermedad antes de finales de 2021 o principios de 2022.

Con esas perspectivas, cómo no iba a ser posible que los partidos políticos españoles pudieran llegar antes a un acuerdo para anteponer la salida de la crisis sanitaria, económica y social a la trifulca política habitual y ordinaria. ¿Dos años para un simple compromiso político de unidad ante una situación extrema? ¿Cómo no iba a ser posible? “Tenemos en nuestra historia democrática un precedente en el que podemos inspirarnos”, dijo Pedro Sánchez en el Congreso. Y siguió: “Ya nuestro país se enfrentó a una situación distinta, pero también dramática, que amenazaba con llevarse por delante nuestra economía y, con ella, nuestra democracia recién reconquistada, y los españoles supimos responder unidos, sin distinción de credos o de ideologías. Identificamos un peligro y plantamos cara juntos con esos pactos de la Moncloa”.

Ese discurso se pronunció el 9 de abril y el compromiso inmediato fue iniciar una ronda de conversaciones con todos los grupos parlamentarios. Ni era sincera la propuesta del presidente ni era sincera la receptividad con que la oposición la recibió. Bien es cierto, hay que decirlo, que los únicos coherentes con la bronca fueron los socios extremistas del PSOE para mantenerse en el Gobierno, porque tanto Podemos como los independentistas catalanes advirtieron de que un acuerdo general sería imposible. “Una salida social de la crisis es absolutamente incompatible con la gran coalición que algunos desean”, dijeron los socios del Gobierno, confirmando su máxima sectaria que niega al adversario hasta la inquietud social y humanitaria.

placeholder El presidente de la Mesa de la Comisión por la Reconstrucción Económica y Social, Patxi López. (EFE)
El presidente de la Mesa de la Comisión por la Reconstrucción Económica y Social, Patxi López. (EFE)

Lo del Partido Popular fue más sibilino, una respuesta más alambicada para no tener que verse en el ‘compromiso’ de sentarse a negociar con el Gobierno: en vez de unos pactos de la Moncloa, lo que propuso el presidente de los populares, Pablo Casado, fue una comisión parlamentaria. ¡Una comisión parlamentaria! No hacían falta más palabras, porque no existe nada más antagónico a la urgencia que una comisión parlamentaria que se eterniza nada más que comenzar, con el acuerdo previo para su composición, la elección del presidente y los vocales y el calendario pactado de comparecencias. La cosa se llamó, y se sigue llamando, ‘Comisión para la Reconstrucción Económica y Social’ y ha vivido momentos tan patéticos como que los mismos socios del Gobierno propusieran al fugado Puigdemont para comparecer… En fin.

En mayo, en una de las primeras sesiones, el propio Pablo Iglesias, vicepresidente segundo del Gobierno, fue el encargado de dinamitarla. Acudió a la comisión para achuchar a Vox; la extrema izquierda zarandeando a la extrema derecha: “Les gustaría dar un golpe de Estado, pero no se atreven, porque para eso, además de quererlo, hay que atreverse”, dijo Iglesias. Además de esas broncas, no hay muchas más noticias de esa comisión. Acaso solo merece rescatarla hoy, en este final de año, para certificar la mala calidad de la clase política española que, ni siquiera en un año tan nefasto, con tantas necesidades, ha sido capaz de llegar a un acuerdo. Llegó la vacuna y no solo no ha habido pacto político, sino que España habrá sido el único país del mundo en el que las primeras vacunaciones se han envuelto en una nueva trifulca, esta vez por el tamaño de las etiquetas del Gobierno de España en los palés con el medicamento, las disputas autonómicas sobre la distribución hasta de los algodones y buena parte de la prensa nacional soplando en esas brasas siempre incandescentes del sectarismo cainita de la política española.

La ilusión, porque nunca pasó de ese estado gaseoso, apenas duró unos días. Con la llegada de la pandemia y el confinamiento abrupto, con el alud de muertes que nos sobrecogieron, con los aplausos de las ocho de la tarde y el ‘Resistiré’ sonando en todos los balcones, con el miedo metido en los huesos de todos, por la ruina económica, por el cuándo pasará... Debió ser entonces cuando la clase política española pudo percibir que la bronca constante podía insultar incluso a quienes siempre les aplauden. Entonces apareció la idea: ¿por qué no repetir en España los pactos de la Moncloa de la Transición política? Como en aquellos primeros años de libertad, cuando todos los partidos supieron ponerse de acuerdo, a la altura de lo que les demandaba la historia, para alejarnos de la dictadura y adentrarnos en la democracia, de forma pacífica, como nunca había sucedido.

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