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Javier Caraballo

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¿Quién fue Iñaki Urdangarin?

Con esa distancia suficiente sobre lo sucedido y tras lo mucho que hemos conocido desde que entró en la cárcel, es más pertinente que nunca esa pregunta que siempre nos ha rondado

Foto: Iñaki Urdangarin, saliendo del centro Don Orione. (Limited Pictures)
Iñaki Urdangarin, saliendo del centro Don Orione. (Limited Pictures)

La única presunción de inocencia que le queda por resolver a Iñaki Urdangarin es la de saber, de verdad, quién fue, un pardillo o un aprovechado; un sinvergüenza que supo medrar y disimular hasta alcanzar lo más alto o el paleto ingenuo que se chupó el marrón de otros cuando lo engolosinaron en tres recepciones palaciegas. Esa es la presunción de inocencia que queda pendiente, porque la otra, la que depende de la verdad judicial, ya la descartó el tribunal cuando sentenció su culpabilidad en el montaje de Nóos, aquel escándalo de comisiones ilegales en la Baleares corrupta de otro condenado, el expresidente del Partido Popular Jaume Matas.

En todo ese montaje societario creado para defraudar y blanquear el dinero de la corrupción, Iñaki Urdangarin, ese chico que venía de jugar al balonmano, con cara de no haber roto nunca un plato, como salido del 'casting' de ‘Siete novias para siete hermanos’, ese tipo de pocas palabras, pocas sonrisas y pocos gestos, demostró una extraordinaria habilidad para sisar de las arcas públicas cuatro o cinco millones de euros, aunque, finalmente, en el juicio, fue mucho menor la cantidad que quedó acreditada. ¿Quién fue Iñaki Urdangarin? Ahora que ha cumplido una parte de su condena en prisión y comienza a disfrutar del tercer grado, con esa distancia suficiente sobre lo sucedido y tras lo mucho que hemos conocido desde que entró en la cárcel, es más pertinente que nunca esa pregunta, que siempre nos ha rondado la cabeza.

Foto: Iñaki Urdangarin. (Getty)

Cuando entró en la cárcel, el 18 de junio de 2018, acababa de formar su primer Gobierno el socialista Pedro Sánchez. Urdangarin ingresó en un módulo de respeto de la cárcel de Brieva, en Ávila, la misma en la que ya había cumplido condena el exdirector de la Guardia Civil Luis Roldán. La prensa de todo el mundo recogió la noticia con la singularidad del momento, “Urdangarin, el primer familiar de un rey que ingresa en prisión desde la instauración de la democracia”. Lo ocurrido desde entonces, sin embargo, es lo menos relevante de este proceso, porque cuando Iñaki Urdangarin entró en la cárcel, después de agotar todos los recursos, ya estaba formalmente desligado de la Casa del Rey. El actual monarca, Felipe VI, comenzó a marcar distancias con su cuñado incluso cuando era príncipe de Asturias, con él y con su esposa, la infanta Cristina, su hermana, y al acceder al trono tras la abdicación de Juan Carlos I, los expulsó directamente de la Casa Real y les retiró los títulos nobiliarios.

Felipe VI, como ha demostrado siempre, se mostró implacable; es posible que al actual monarca no se le conozcan declaraciones, ni institucionales ni privadas, sobre su cuñado, pero sí hechos. Todo lo contrario que hizo su padre, Juan Carlos I, desde que estalló el escándalo del caso Nóos que lo implicaba. Y es justo por eso, por lo que dejó dicho Juan Carlos I de la actuación de su yerno en contraste con lo que hemos sabido después, por lo que se pueden alimentar muchas sospechas de cómo un hombre como Urdangarin, ajeno por completo a ese trasiego de influencias y mangazos, un chaval de Zumárraga, de una familia de siete hermanos, estudiante de Empresariales mientras triunfaba como estrella del deporte en balonmano, pudo iniciarse de forma tan precoz en el mundo de la corrupción.

¿Se adentró o lo impulsaron? ¿Engañó o fue engañado? Quizás algún día lo sepamos, ahora conviene retener la duda y no echarla en el olvido

Fue en el año 2011 cuando se precipitaron todos los acontecimientos de un escándalo que rondaba desde hacía varios años. Para entonces, Urdangarin ya se había largado a Estados Unidos y lo único que emitió, en los últimos meses del año cuando el juez le imputó varios delitos, fue el típico comunicado de prensa en el que defendía su “honorabilidad e inocencia” y, posteriormente, otro comunicado más para desligar a la Casa del Rey, “que nada tiene que ver”, de sus actividades privadas. Inútil intento, porque la familia real estaba, por entero, afectada y, por esa razón, se aguardó al discurso de Navidad de Juan Carlos I. El Rey fue contundente en su mensaje y, más que contundente, aleccionador sobre lo que se le debe exigir en una democracia a un representante público, más aún cuando los ciudadanos están pasándolo muy mal por los efectos devastadores de una larguísima crisis económica.

“Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos. Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar (…) Cuando se producen conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad o a la ética, es natural que la sociedad reaccione”, dijo Juan Carlos I en aquel discurso de Nochebuena. Y por si alguien tenía alguna duda de que su yerno, por ser miembro de la familia real, iba a eludir la acción de la Justicia, incluyó un párrafo más para remachar su condena a las actitudes deshonrosas e ilegales: "Afortunadamente, vivimos en un Estado de derecho, y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La Justicia es igual para todos".

Foto: El rey Juan Carlos. (Ilustración: Raúl Arias) Opinión
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Javier Caraballo

Qué burla, qué enorme burla, haber conocido después, como se ha ido detallando en El Confidencial, que en ese mismo año 2011, en marzo, don Juan Carlos había estampado su firma en un acuerdo privado para controlar el dinero oculto que tenía en una sociedad panameña, Lucum Foundation. En los días previos y posteriores de aquel discurso en el que Juan Carlos I exigía “rigor, seriedad y ejemplaridad”, el Rey emérito sacó de sus cuentas en Suiza cientos de miles de euros para compensar a alguna de sus amigas o amantes, de la actualidad o del pasado.

En esa prisión de Brieva en la que Urdangarin está cumpliendo su condena se quedarán muchos de los secretos que faltan para completar el misterio, la precocidad del atleta para adentrarse en el mundo oscuro del dinero sucio. ¿Se adentró o lo impulsaron? ¿Engañó o fue engañado? Quizás algún día lo sepamos, ahora solo conviene retener la duda y no echarla en el olvido. Entre tanto, Iñaki Urdangarin comienza a disfrutar del tercer grado, tras haber cumplido la parte proporcional de la condena que se le exigía y haber participado en un programa educativo de reinserción sobre delincuencia económica. Al menos en eso, podemos reconfortarnos por el buen funcionamiento de la democracia española y el Estado de derecho. Ya podrían aplicarse el ejemplo aquellos que hablan de ‘anormalidad democrática’ y piden el indulto para unos presos que el único programa del que han participado en la cárcel es el de las soflamas periódicas en las que reiteran que volverán a delinquir.

La única presunción de inocencia que le queda por resolver a Iñaki Urdangarin es la de saber, de verdad, quién fue, un pardillo o un aprovechado; un sinvergüenza que supo medrar y disimular hasta alcanzar lo más alto o el paleto ingenuo que se chupó el marrón de otros cuando lo engolosinaron en tres recepciones palaciegas. Esa es la presunción de inocencia que queda pendiente, porque la otra, la que depende de la verdad judicial, ya la descartó el tribunal cuando sentenció su culpabilidad en el montaje de Nóos, aquel escándalo de comisiones ilegales en la Baleares corrupta de otro condenado, el expresidente del Partido Popular Jaume Matas.

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