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España, país libre de políticos
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Javier Caraballo

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España, país libre de políticos

Nada puede haber más corrosivo en un sistema de libertades que la ciudadanía no se sienta representada por sus políticos porque considera que ellos son el problema

Foto: Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE)
Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE)
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La clase política española jamás ha prestado atención al indicador más preocupante que se repite en cada encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS): la desconfianza política. Cada vez que llegan esos sondeos, el personal se queda detenido en las expectativas de voto, como le corresponde a un país que está en estado permanente de campaña electoral, sin descansar jamás, con independencia de que se celebren o no unas elecciones generales, autonómicas o locales. Sin embargo, mucho más importantes que las estimaciones de voto, que siempre se pasan previamente por la ‘cocina’ del Gobierno de turno, son las inquietudes de los ciudadanos y, sobre todas ellas, la que repite constantemente que la mayoría de los españoles considera que uno de sus principales problemas es la clase política. ¿Es que no se dan cuenta de las consecuencias de un fenómeno así en una democracia?

Nada puede haber más corrosivo en un sistema de libertades que la ciudadanía no se sienta representada por sus políticos porque considera que ellos son el problema. Porque existe una masa creciente de población que sueña que una España sin políticos sería mejor, un país libre de políticos, y eso es una tragedia democrática. Solo hay que observar algunas de las noticias de actualidad, conectarlas y comprender que se trata de una amenaza real que nuestra clase política está ignorando, ensimismada en sus debates nimios de poder a corto plazo, sin saber lo que de verdad se está jugando.

Foto:  Opinión

Podría objetarse que, a lo largo de la historia, la política y los políticos casi nunca han gozado de una buena imagen entre la ciudadanía, una percepción que podríamos intensificar en España por el hecho de haber vivido recientemente una dictadura en la que se fomentaba su desprecio (eso que recomendaba Franco a sus propios ministros, “haga usted como yo, no se meta en política”). En todo caso, contando con todos esos precedentes negativos, la clase política de nuestros días no puede ignorar que la llegada de la democracia y los 40 años transcurridos han incentivado el desapego, en vez de aminorarlo. La corrupción y las disputas tribales se han mantenido en un 'crescendo', sostenido, que se ha hecho insoportable. En dos momentos históricos recientes, la crisis financiera de 2007 y la pandemia de 2020, la sociedad española ha puesto a prueba a los dirigentes políticos, les ha ofrecido la posibilidad de mejorar su mala imagen, romper todo prejuicio, y el resultado ha sido desastroso.

La secuencia de acontecimientos desde la crisis financiera no puede ser más perniciosa para el prestigio de la política, de los políticos, en España. En cuanto este país empezó a sufrir algunos de los peores momentos de su historia democrática, la respuesta que percibió el ciudadano de sus dirigentes fue un enfrentamiento crudo, un canibalismo desconsiderado, convirtiendo cada problema en una oportunidad de desgastar al adversario. Si miramos hacia atrás, lo sucedido en los últimos 10 años en España es pavoroso. Desde el desastre y hundimiento del zapaterismo en 2011, cuando el país se precipitó al vacío tras la negación de la crisis económica, hasta nuestros días, podemos trazar una línea inquietante de desgobierno en España. Grandes casos de corrupción e inicio del 'procés' independentista (2012); ruptura del bipartidismo y polarización de la política (2014); caída del primer Gobierno por una moción de censura (2018); año electoral con repetición de elecciones por falta de acuerdos (2019); irrupción de la pandemia de coronavirus (2020).

España ha cerrado una década crítica sin acuerdos políticos para lo más elemental

Salvo el periodo fructífero del primer Gobierno de Mariano Rajoy con algunas reformas económicas y laborales para evitar el rescate europeo, de los ‘hombres de negro’, España ha cerrado una década crítica sin acuerdos políticos para lo más elemental. En ningún momento, la clase política española ha estado a la altura de los problemas que ha enfrentado España.

Foto: Vista del Congreso durante la moción de censura. (EFE)

A partir de ese estado de cosas, sobre ese sustrato de enfrentamiento y tensión permanente, hay acontecimientos de la actualidad que no podemos desligar del desapego y el desencanto que genera la política. En los últimos días, por ejemplo, se ha hecho viral el vídeo de una joven escritora de Segovia, Tatiana Ballesteros, en el que resume una concatenación de todos los descontentos que se han podido acumular en el año que llevamos de pandemia, de muertes, de sufrimientos, de ruinas, de depresiones, de incertidumbre, para concluir, como viajeros de un Titanic, que nos entretienen con la orquesta mientras navegamos directos hacia un iceberg. “Y ahora, ¿nos pedís que votemos?, ¿a quién?, ¿a cuál? Está claro que España necesita un capitán para un barco que va a la deriva, pero no está entre vosotros. No os olvidéis de una cosa: somos 47 millones de españoles y vosotros solo unos pocos”.

El desapego de la política puede ser una consecuencia inherente a la democracia, consecuencia inevitable y contradictoria de la propia libertad, pero solo un político irresponsable o inconsciente puede desatender esa plaga creciente. En España, en esas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas, más del 20% de los españoles afirma que la política es uno de sus cuatro problemas fundamentales, y lo reafirman cuando sitúan a los políticos, en general, como el sexto problema, a la inestabilidad por la falta de acuerdos como el séptimo problema y a los partidos políticos como el octavo.

Cuando un vídeo particular, como el de esa mujer de Segovia, se convierte en un boca a boca, que pasa por cientos de miles, de teléfono a teléfono, la clase política ensimismada en sus rivalidades cainitas debería pararse a pensar que una hidra de podredumbre les está creciendo por los pies y amenaza con hacernos caer a todos por su obstinada incompetencia.

La clase política española jamás ha prestado atención al indicador más preocupante que se repite en cada encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS): la desconfianza política. Cada vez que llegan esos sondeos, el personal se queda detenido en las expectativas de voto, como le corresponde a un país que está en estado permanente de campaña electoral, sin descansar jamás, con independencia de que se celebren o no unas elecciones generales, autonómicas o locales. Sin embargo, mucho más importantes que las estimaciones de voto, que siempre se pasan previamente por la ‘cocina’ del Gobierno de turno, son las inquietudes de los ciudadanos y, sobre todas ellas, la que repite constantemente que la mayoría de los españoles considera que uno de sus principales problemas es la clase política. ¿Es que no se dan cuenta de las consecuencias de un fenómeno así en una democracia?

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