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El inexplicable reproche moral a la eutanasia
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Javier Caraballo

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El inexplicable reproche moral a la eutanasia

El elevado número de diputados que ha votado en contra de la ley es significativo por la diferencia que existe con lo expresado por la sociedad española en todas las encuestas

Foto: Manuela Sanles, cuñada de Ramón Sampedro. (EFE)
Manuela Sanles, cuñada de Ramón Sampedro. (EFE)

Ciento cuarenta y un diputados no están de acuerdo con que una persona que sufra “una enfermedad grave e incurable o un padecimiento grave, crónico o imposibilitante que le cause un sufrimiento intolerable” pueda poner fin a su vida. Es la eutanasia, que etimológicamente significa “buena muerte”. Conviene detenerse en la literalidad de ese texto legal para subrayar el sinsentido aparente de que alguien se oponga a que se mitigue el dolor de quien sabe que va a morir, con un “sufrimiento intolerable”, porque su enfermedad no tiene cura ni remedio. Solo quiere morir en paz, en su paz. ¿No podríamos entender que se trata de un acto de piedad, de compasión, antes que cualquier otra consideración? En la interpretación religiosa de la piedad, o del sentido de la propia muerte, es, precisamente, donde se encuentra el origen de este debate que en España ya se ha superado institucionalmente con la aprobación en el Congreso de los Diputados de la Ley Orgánica de regulación de la Eutanasia, al igual que ya ocurre en otros países del mundo como Canadá, Holanda o Bélgica. También en Estados Unidos, pero solo en algunos Estados, lo que lo convierte en uno de los referentes más extremos del debate social y moral que se plantea porque se trata del mismo país, de las mismas gentes, que consideran una salvaje aberración que se regule la eutanasia, pero están a favor de la pena de muerte. Con seguridad, en España también existe un porcentaje de ciudadanos que defienden lo mismo y no lo consideran, por lo menos, contradictorio…

El número de diputados que ha votado en contra de la ley en España es significativo, además de por el elevado porcentaje que supone (la mitad del Congreso son 175 diputados), por la diferencia que existe con lo expresado por la sociedad en todas las encuestas realizadas sobre eutanasia. Hace más de treinta años, cuando se hicieron las primeras encuestas, ya existía más de un 50 por ciento de ciudadanos que era favorable a la eutanasia, una mayoría que ha ido creciendo hasta la actualidad, que se acerca al noventa por ciento de los ciudadanos. Quiere decirse, en definitiva, y solo en lo que respecta a la representación política, que hay muchos miles de votantes del Partido Popular y de VOX que no están de acuerdo con lo que han defendido sus partidos en el Congreso, a pesar de que lo han hecho enfáticamente. Los diputados de la extrema derecha, de hecho, asistieron a la votación con una representación coral de carteles que ya anunciaban que derogarán la ley en cuanto tengan fuerza parlamentaria suficiente, acaso en contra de lo que piensan sus propios votantes. Lo hacen, sin embargo, con un lenguaje agresivo, vinculando la eutanasia con el “asesinato legal”, la “eugenesia de los nazis” o “el suicidio asistido”.

Foto: Ángel Hernández. (EFE)

La Iglesia católica, que es la que sirve de sostén ideológico a las posiciones de la derecha política, también ha condenado siempre la eutanasia, en ocasiones con simetrías tétricas como la de equiparar la eutanasia con “el darwinismo social contra los más débiles y los más pobres” y “la victoria del capitalismo salvaje”, como ha vuelto a hacer estos días monseñor Mazuelos, presidente de la Comisión Episcopal de Familia y Vida. Ocurre, sin embargo, que si nos alejamos de las calificaciones y nos adentramos en los razonamientos, lo que se observa es que la Iglesia plantea un falso debate sobre la eutanasia al defender el acceso a los cuidados paliativos como si la ley que se aprueba los hubiera prohibido, como si se eliminaran o si el enfermo, en esa tesitura terminal de su vida, no fuera quien decide libremente qué camino seguir hasta la muerte que le espera irremediablemente. Lo que se obvia en la exageración es la voluntariedad del enfermo, que no es poca cosa. Pero es así, ni la Ley de Eutanasia elimina los cuidados paliativos ni impone una salida distinta a la persona que quiera vivir el resto de sus días sin acelerar su final en esta vida. Y, en todo caso, aquello que se presenta como un programa generalizado a favor de la muerte, ignora que la eutanasia está entre el uno y el cuatro por ciento de los fallecimientos en los países en los que ya se aplica. Más allá de esa doble contradicción, lo que ni siquiera merece debate es el dilema miserable que se establece entre la eutanasia y los fallecidos de la pandemia de coronavirus, como si ambas fueran decisiones de un Gobierno que promueve la muerte de sus ciudadanos. Lo dicho: eso es, simplemente, miserable.

Lo más interesante desde el punto de vista moral, ético y religioso es el debate sobre el concepto de compasión o de piedad ante la persona que quiere ponerle fin a su vida porque sabe que solo le aguardan días de un dolor insoportable o porque hace tiempo que su vida dejó de ser vida, la vida que cualquiera de nosotros puede entender, y se encuentra postrado en una cama sin poder valerse por sí mismo ni para secarse las lágrimas. Puede entenderse que alguien, con profundas convicciones religiosas se oponga al aborto, agarrados a la controversia sempiterna del origen de la vida, pero cómo se puede mantener la misma consideración ante el momento de la muerte diagnosticada y cercana. El último documento aprobado por la Iglesia católica, refrendado por el Papa Francisco, es la Carta ‘Samaritanus bonus’ en la que interpreta el dolor y el sufrimiento del ser humano a partir del sacrificio de Jesús. “El testimonio cristiano muestra como la esperanza es siempre posible, también en el interior de la cultura del descarte. La elocuencia de la parábola del buen Samaritano, como también la de todo el Evangelio, es concretamente esta: el hombre debe sentirse llamado personalmente a testimoniar el amor en el sufrimiento”, dice la Carta del Vaticano. Pero ¿acaso es menos cristiana, o menos creyente, aquella persona que no quiere sufrir, que quiere tener una muerte digna ante los suyos, y ante sí mismo, acortando el horizonte terminal que le espera? Y, en todo caso, si es así, ¿por qué entonces no se traslada la misma consideración a los cuidados paliativos, que se practican de forma generalizada y, de hecho, en muchas ocasiones adelantan la muerte en los pacientes?

La Iglesia ​ha modificado muchos de sus postulados teológicos para adaptarlos a la sociedad de este tiempo. No ocurre así con la eutanasia

“Cada vez hay más gente que entiende que, así como todos necesitamos a alguien que nos ayude a nacer; algunos, en concretísimos y especiales casos, también pueden necesitar a alguien que les ayude a morir”, dejó escrito mi añorado Manuel Alcántara, poeta y periodista malagueño, con la dulzura, la sencillez y el sentido común de todo lo que decía. Se trata de eso, de afrontar como seres humanos dos hechos consustanciales de nuestra existencia, la vida y la muerte, y contemplarlos con la misma naturalidad, si es que acaso eso será posible algún día. La Iglesia ha modificado muchos de sus postulados teológicos para adaptarlos a la sociedad de este tiempo, como el infierno o las propias incineraciones. No ocurre así con la eutanasia. Aunque en este mundo, en el que tantas veces vivimos alejados de la muerte, de la injusticia y del dolor, como el de los miles de seres humanos que nacen en la pobreza más absoluta y perecen al intentar llegar a un mundo mejor, el rechazo de la eutanasia se convierte en un reproche moral inexplicable que ni siquiera hace mejor cristiano a quien rechaza la eutanasia con descalificaciones apocalípticas.

Ciento cuarenta y un diputados no están de acuerdo con que una persona que sufra “una enfermedad grave e incurable o un padecimiento grave, crónico o imposibilitante que le cause un sufrimiento intolerable” pueda poner fin a su vida. Es la eutanasia, que etimológicamente significa “buena muerte”. Conviene detenerse en la literalidad de ese texto legal para subrayar el sinsentido aparente de que alguien se oponga a que se mitigue el dolor de quien sabe que va a morir, con un “sufrimiento intolerable”, porque su enfermedad no tiene cura ni remedio. Solo quiere morir en paz, en su paz. ¿No podríamos entender que se trata de un acto de piedad, de compasión, antes que cualquier otra consideración? En la interpretación religiosa de la piedad, o del sentido de la propia muerte, es, precisamente, donde se encuentra el origen de este debate que en España ya se ha superado institucionalmente con la aprobación en el Congreso de los Diputados de la Ley Orgánica de regulación de la Eutanasia, al igual que ya ocurre en otros países del mundo como Canadá, Holanda o Bélgica. También en Estados Unidos, pero solo en algunos Estados, lo que lo convierte en uno de los referentes más extremos del debate social y moral que se plantea porque se trata del mismo país, de las mismas gentes, que consideran una salvaje aberración que se regule la eutanasia, pero están a favor de la pena de muerte. Con seguridad, en España también existe un porcentaje de ciudadanos que defienden lo mismo y no lo consideran, por lo menos, contradictorio…

El número de diputados que ha votado en contra de la ley en España es significativo, además de por el elevado porcentaje que supone (la mitad del Congreso son 175 diputados), por la diferencia que existe con lo expresado por la sociedad en todas las encuestas realizadas sobre eutanasia. Hace más de treinta años, cuando se hicieron las primeras encuestas, ya existía más de un 50 por ciento de ciudadanos que era favorable a la eutanasia, una mayoría que ha ido creciendo hasta la actualidad, que se acerca al noventa por ciento de los ciudadanos. Quiere decirse, en definitiva, y solo en lo que respecta a la representación política, que hay muchos miles de votantes del Partido Popular y de VOX que no están de acuerdo con lo que han defendido sus partidos en el Congreso, a pesar de que lo han hecho enfáticamente. Los diputados de la extrema derecha, de hecho, asistieron a la votación con una representación coral de carteles que ya anunciaban que derogarán la ley en cuanto tengan fuerza parlamentaria suficiente, acaso en contra de lo que piensan sus propios votantes. Lo hacen, sin embargo, con un lenguaje agresivo, vinculando la eutanasia con el “asesinato legal”, la “eugenesia de los nazis” o “el suicidio asistido”.

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